CRISTO NOS SANA Y NOS SALVA
Somos convocados de nuevo en el Domingo, Día en que el Señor ha vencido al pecado, al mal, a la muerte con su Resurrección. La Palabra de Dios en este día nos invita al asombro, asombro ante la acción de Dios en nuestra vida que desborda nuestras expectativas y esperanzas, nuestros anhelos y deseos. Siempre que nos abrimos a su gracia y a su amor Dios nos desborda con su Amor Y Misericordia. Y ante esta acción maravillosa de Dios en nosotros solo cabe la alabanza, cantar con el salmista: “Alaba, alma mía, al Señor”
La llegada de los tiempos mesiánicos fue anunciada por los profetas con la presencia de unos signos que significaban la liberación total de todas las esclavitudes que atenazan al hombre. Esta salvación se verificaría también por curaciones físicas de enfermos, tullidos, ciegos, mudos, así nos anuncia hoy, en la primera lectura el Profeta Isaías: <<se despegarán los ojos de los ciegos, los oídos de los sordos se abrirán>> Isaías nos pone de relieve que estas acciones maravillosas no se cumplirán por la acción de intermediarios divinos, sino que será Dios mismo quien actuará a favor de su pueblo: <<Vuestro Dios viene en persona y os salvará>>
Cristo viene a rehabilitar la comunicación entre los hombres, entre los hombres y Dios. La Liturgia de este domingo nos indica cómo en Cristo y en la Iglesia se verifica la salvación plena de la humanidad, cumpliéndose de este modo las promesas proféticas: <<Decid a los inquietos: <<Sed fuertes, no temáis. ¡He aquí vuestro Dios! Llega el desquite, la retribución de Dios. Viene en persona y os salvará>> (Isaías)
Los milagros que narra el evangelista Marcos, relacionados con el oído, la vista o la lengua, tienen un significado o valor simbólico. El sordomudo, llevado ante Jesús, además de ser curado de su deficiencia física, se transforma en el símbolo del no-creyente. El mal del sordomudo está en no oír y, al no oír tampoco puede hablar; en sentido figurado, está incapacitado para escuchar la Palabra de Dios.
En este domingo, se nos invita a abrir nuestra vida a la salvación que proviene de Dios. Sin duda, el rito simbólico de Jesús en el evangelio de hoy, curando al sordomudo, nos ayuda a comprender que estamos invitados a aceptar esa salvación y a saberla transmitir. El cristiano, ya desde su bautismo cuando era niño, es invitado a tener bien abiertos los oídos y la boca, como dice el texto del rito del «Effeta», que cobra plena actualidad este domingo: «El Señor Jesús, que hizo oír a los sordos y hablar a los mudos, te conceda a su tiempo, escuchar su Palabra y proclamar la fe, para alabanza y gloria de Dios Padre» (ritual del sacramento del Bautismo).
El mensaje de Marcos es una invitación a dejarnos tocar por el Señor para que Él actúe y se manifieste en nuestras vidas abriendo la sordera de nuestro corazón, para que suelte nuestras lenguas y podamos anunciar con nuestra palabra y con nuestra vida aquello que creemos. Si el Señor no nos abre el oído del corazón no podremos comprender la Palabra de Dios. La sanación se realiza siempre escuchando.
En un mundo en el que hay mucha sordera para escuchar a Dios que sale a nuestro encuentro en cada hombre y en cada acontecimiento, en un Dios que nos habla a través de los gritos de los más necesitados y que hay, también, demasiados silencios deliberados y persistentes por intereses engañosos y egoístas, el cristiano debe escuchar y hablar. Por el Bautismo es el mismo Señor quien nos capacitó para escuchar su Palabra, comprenderla y anunciarla a su debido tiempo. Ciertamente el Señor viene a abrirnos los oídos para escuchar, comprender e interpretar su palabra, para hacerla nuestra y dejar que nos interpele; viene a abrirnos los labios para poder proclamar, de manera eficaz, sin ningún temor esta palabra de verdad que hemos recibido. Quien tiene oídos nuevos y los labios liberados del mal tiene también ojos abiertos para los demás, mano extendida hacia los necesitados, corazón limpio para testimoniar el amor verdadero.
A pesar de nuestros fallos, Dios sigue queriendo la salud para todos. Como anunciaba Isaías y hemos repetido en el salmo, Dios quiere que los ciegos, vean; que los sordos, oigan; que los cojos, anden; que en el desierto, brote el agua; que los páramos se conviertan en vida (Cfr. Is 35,5-7). Ciertas situaciones requieren la acción y la manifestación del Señor, pues si Él no actúa, nosotros mismos no las podemos cambiar, en especial, aquellas que superan lo meramente racional. Y es ahí donde debemos pedir la intervención del Señor para que con su gracia transforme nuestra vida.
Cristo es el Salvador, el Único que nos salva a cada uno de nosotros. Cristo nos da una vida nueva, nos hace felices de verdad; Él da sentido pleno a la vida del hombre, cada uno de nosotros, y nos sana y libera del mal. El Evangelio de este domingo nos lo pone de manifiesto y nos viene a poner de relieve que hemos de tener un encuentro personal con el Señor, como lo tuvo el sordomudo que nos presenta el Evangelio de hoy. Nos es necesario encontrarnos con Él, estar con Él, escuchar sus palabras, creer y confiarse a Él, recibir su perdón, participar de sus Sacramentos. Necesitamos que Cristo realmente entre en nuestra existencia, en el interior de cada uno de nosotros y nos empape de la Vida Nueva que El nos regala sanando todo nuestro interior y liberándonosde todo pecado.
Hermanos y Amigos, el Evangelio nos habla a nosotros, el Señor quiere hoy curarnos a cada uno de nosotros. No hemos de perder de vista que un cristiano, cada uno de nosotros, ha de tener abiertos los oídos para escuchar y los labios para hablar. Para escuchar tanto a Dios como a los demás, sin hacerse el sordo ni a la Palabra salvadora ni a la comunicación con el prójimo. Para hablar tanto a Dios como a los demás, sin callar en la oración ni en el diálogo con los hermanos ni en el testimonio de su fe.
Hermanos y Amigos, en tiempos de Jesús la Decápolis era tierra de paganos y el Evangelio nos muestra a Jesús que iba cambiando de lugar para mostrar la Salvación de Dios. Nosotros no tenemos que ir, ni caminar, a otros lugares distintos de los nuestros para entrar en tierra de paganos. Nos movemos en ambientes en los que la presencia de Dios está atenuada, o ausente, por diversas causas. Jesucristo nos muestra la libertad de moverse por cualquier zona sin importar otra cosa que el valor de la persona a las que se puede llevar la salvación. Nosotros en todo lugar estamos llamados a testimoniar por medio de nuestras palabras y obras la Salvación de Dios.
Ahora bien, muchas veces no sabemos cómo transmitir esto en los ambientes en los que la fe no existe, y nos invade el miedo o el pensar que no estamos suficientemente preparados. El Evangelio de hoy nos da pie para que le pidamos al Señor saber transmitir su Salvación como una corriente de frescura en los ambientes en los que está ausente, en los ambientes en los cuales hoy Dios no cuenta. Hemos de pedir la fuerza del Espíritu que venga en nuestra ayuda y ponga palabras en nuestros labios para ser testigos de la Salvación de Dios con fuerza y valentía.
La acción de Dios, por medio de su Espíritu es una acción salvadora y creadora. Nos salva haciendo posible que su acción sea acogida y en esta acogida se genera y regenera el ambiente de bondad y caridad que identifica la presencia de Dios. Esta presencia de Dios en nosotros nos lleva a vivir en el Amor, a poner de relieve la caridad en el servicio a los demás, ayudándoles a experimentar también en sus vidas la Salvación de Dios.
Hermanos y Amigos, estamos estos días preparándonos a la Gran Fiesta María, nuestra Santina de Covadonga María nos ayuda y enseña mejor que nadie a escuchar al Señor y a anunciar su Misericordia. Dejémonos enseñar y guiar por María.
Hermanos y Amigos, Jesús continúa hoy tocándonos, como hizo con el sordomudo, nos toca con el don de la Eucaristía para llevarnos a la intimidad con Él, para sanar nuestra enfermedad y abrir nuestros oídos a su Palabra y nuestra boca a la alabanza y al anuncio del Evangelio. ¡Abrámonos a la acción de su Amor y su Gracia! ¡Tengamos un verdadero encuentro con el Señor que sanee nuestro corazón y nos quite todo aquello que nos angustia y dificulta nuestro ser cristiano! ¡Experimentemos de nuevo la Salación de Dios!
Adolfo Álvarez. Sacerdote