CRISTO, NUESTRA VICTIMA PASCUAL
HA SIDO INMOLADA
Hoy, Viernes Santo, celebramos la Pasión y Muerte de Jesús.
Primer día del Triduo Pascual. El Viernes Santo ya es Pascua, la Pascua del crucificado.
Hoy sobran las palabras; es un día de silencio y contemplación, de oración y de ofrenda. Hoy no celebramos la Eucaristía. La Palabra de Dios se centra en la narración de la Pasión y Muerte de Jesús (Pasión proclamada). Oramos especialmente por la Iglesia y la Humanidad entera (Pasión invocada). La Cruz de Cristo es adorada y aclamada por la asamblea (Pasión venerada). Hoy se comulga con el Pan consagrado ayer (Pasión comunicada), que en la situación en que nos encontramos al vivir la celebración desde nuestras casas no podemos, pero hacemos la comunión espiritual, uniéndonos así al Señor. Todo el día de hoy y el de mañana, hasta el comienzo de la Vigilia Pascual la Cruz es el centro de atención del cristiano. ¡Contemplemos a Cristo Crucificado! Fijemos nuestros ojos en Él, contemplemos su rostro, adorémosle, configurémonos con Él, en estos momentos en que vivimos tanto de sufrimiento y muerte .
La Cruz es hoy el signo que se levanta ante nuestros ojos para contemplarla y adorarla, porque en ella murió nuestro Redentor y desde entonces se ha convertido en signo de Salvación, pues con la muerte de Cristo en la cruz ha sido derrotada nuestra muerte y se nos abrió el camino de la Resurrección. Es el día de la Cruz por excelencia, el leño nuevo, el leño santo, que, en contraposición al del paraíso, es causa de salvación, de modo que <<donde tuvo origen la muerte, de allí resurgiera la vida, y el que venció en un árbol, fuera en un árbol vencido>>(prefacio de la Exaltación de la Santa Cruz)
Nos adentramos en el corazón de la Semana Santa, que nos invita a contemplar el Corazón de Cristo, abierto en la Cruz, un Corazón rebosante de amor y de misericordia del que brotan: el agua y la Sangre, para que todos podamos beber en la Fuente de la Salvación. Cristo con el pecho traspasado en la Cruz, es la revelación más impresionante del amor de Dios; un amor que desea ser correspondido porque está totalmente enamorado de nosotros, y que al mismo tiempo se entrega por completo sin esperar nada a cambio, por puro amor que se derrocha sin medida.
Contemplamos lo que Dios es capaz de hacer por nosotros, sus hijos: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó su Unigénito” (San Juan)
Con la Iglesia hoy contemplamos y meditamos la Pasión del Señor, adoramos su Cruz, conmemoramos el propio nacimiento de la Iglesia y su misión de extender a toda la humanidad sus fecundos efectos, dando gracias por tan inefable don y deseando interceder por la salvación del mundo.
La Pasión que hoy contemplamos según San Juan nos descubre, de nuevo, la fidelidad y obediencia absoluta de Jesús al Padre, entregando su vida en la muerte de cruz para perdón de nuestros pecados . Dejemos que hoy resuene en nuestro corazón este relato y sintámonos urgidos a entregar también nuestra vida por amor, a mantener una actitud de obediencia a Dios queriendo vivir en su voluntad.
“Mirad el árbol de la Cruz donde estuvo clavada la salvación del mundo”, así se nos invita hoy a mirar a Cristo Crucificado. Tengamos valor de mirar a Cristo, miremos todo su amor por nosotros. Acojámonos de nuevo a su misericordia, pongamos ante la Cruz del Señor hoy a tantos hombres y mujeres llenos, hoy, de dolor y sufrimiento, especialmente toda esta situación que estamos atravesando a causa del coronavirus.
Veneremos y adoremos la Cruz con sentimientos de admiración y gratitud; de asombro ante tanto amor; de arrepentimiento y confianza hacia Aquel que ha muerto perdonando y con los brazos abiertos. Y esta Veneración y adoración ha de producir en nosotros consuelo y fortaleza. La Cruz de Cristo es signo de fortaleza suprema, la de la vida que vence a la muerte y el amor que vence al odio.
Hermanos y Amigos, la Pasión y Muerte del Señor no es solamente un misterio a contemplar, sino un misterio que debemos vivir como la fuente más profunda de todo nuestro comportamiento.
En Cristo se realiza la nueva alianza de Dios con la humanidad. Su Sacrificio es un inmenso acto voluntario de amor. Nadie puede ser cristiano sino asumiendo este hecho: el Hijo de Dios, Jesucristo, ha entregado su vida aceptando la muerte y muerte de cruz por todos los hombres.
¡Jesucristo en la Cruz! Nadie podrá jamás llegar a comprender este misterio tan inefable. Desde que Jesús ha muerto en la Cruz todo empieza a ser nuevamente verdadero y la realidad adquiere sus auténticas dimensiones. En la Cruz ha sido aniquilada la mentira. En la Cruz “el mundo es juzgado como reo y el crucificado exaltado como juez poderoso” que va a restaurar todas las cosas devolviéndoles su verdad original. Cristo en la Cruz entregó su vida por amor y su amor nos ha salvado.
Jesús que en la Cruz lleva “los sufrimientos” y aguanta “los dolores” de la humanidad sufriente, es el recuerdo vivo del viernes santo de gran parte de la humanidad actual; los que mueren de hambre, los que sufren las consecuencias de las guerras, los cristianos perseguidos a causa de su fe, las familias rotas…. Los que sufren y lloran la muerte de sus queridos a causa de esta pandemia que estamos padeciendo.
Dejémonos en este Viernes Santo, ante la Cruz del Señor, arrastrar por esa fuente inagotable de amor que el Corazón de Cristo, adorémosle, démosle gracias por todo su amor para con nosotros y los tres grandes dones hoy nos regala: La Iglesia, su Madre y el Don del Espíritu Santo.
Hermanos y Amigos, el Viernes Santo no es un día triste. Es un día para la esperanza. Entre las tinieblas del Calvario se deja ver el nuevo amanecer para la humanidad, para cada uno de nosotros. En las tinieblas que vivimos en el momento presente a causa de la pandemia se vislumbra un nuevo amanecer en esa expresión tan repetida estos días “entre todos podemos vencerlo” Y es que el Viernes Santo está flechado al domingo de Resurrección. Es que el mal, la enfermedad no tienen la última palabra porque son vencidos por la Muerte y Resurrección del Señor
Hermanos y Amigos, con devoción y con fe proclamemos hoy y siempre: “Tu cruz adoramos, Señor, y tu santa resurrección alabamos y glorificamos. Por el madero ha venido la alegría al mundo entero”. Y contemplemos el Leño Santo y adoremos al Señor pidiéndole confiadamente: “Señor dame tu gracia, porque con tu gracia el mal no me destruye. Todo lo puedo en Aquel que me conforta, que eres tu Señor mío. Solo tu gracia es suficiente para caminar con paz y alegría. Con tu gracia, sé que a todos nos tienes reservada una herencia de vida y de amor para toda la eternidad”
Adolfo Álvarez. Sacerdote