LUNES SANTO: SER FRAGANCIA DE CRISTO, EL SIERVO DE YAHAVE
Nos adentramos en los días Santos y nos vamos preparando más intensamente para vivir el Triduo Pascual, momento culminante y centro de todo el Año Litúrgico. Este año por la situación que estamos pasando nos toca hacerlo de una manera que nunca habíamos pensado, desde nuestras casas. Hemos de pedirle al Espíritu Santo que no ayude a vivir estos días con intensidad espiritual y apertura de corazón, de manera que el Amor del Señor nos vaya transformando de manera que Él sea, vaya siendo, el centro de nuestra vida.
Se trata en estos días de contemplar, contemplar con el corazón abierto y dejar que todo el amor que movió al Señor a entregarse por nosotros nos inunde y acojamos en nuestra vida todo este Misterio de Amor y acompañemos al Señor y Él nos renueve y ello reviviendo los últimos momentos de la vida del Señor.
Las lecturas de este Lunes Santo nos invitan a abrir los sentidos, para crecer en la fe, en la experiencia de Jesucristo, nuestro Salvador. Y el primer sentido que se nos invita a tener bien abierto es el de la vista: “Mirad a mi siervo, a quien sostengo (Isaías, 42). Y ello para contemplar al Siervo de Yahvé, que viene a entregar su vida por nosotros.
En este Lunes Santo somos invitados a adentrarnos en el Misterio del Siervo de Yahvé, a lo largo de estos días (lunes, martes, miércoles y viernes) leeremos los cuatro Cánticos del Siervo de Yahvé. Nos ayudan a descubrir y redescubrir a Jesucristo Siervo verdadero enviado por Dios para anunciar la Salvación a todos y que entrega su propia vida para que los demás, cada uno de nosotros tengamos vida en plenitud.
Y hoy nos adentramos través del Primer Cántico que nos narra Isaías (Isaías 42,1-7). Presenta al Siervo como el elegido de Dios, lleno de su Espíritu, enviado a llevar el derecho a las naciones y abrir los ojos a los ciegos y liberar a los cautivos. Y esta misión la llevará a cabo sin vocear ni gritar pero se mantendrá firme, sin vacilar.
En Cristo, como decíamos anteriormente, la figura del Siervo se hace realidad. Cristo es a la vez el verdadero Siervo doliente y el verdadero Libertador del pecado, elegido y enviado para la Salvación. Toda su vida fue para iluminar, liberar, sanar, devolver a los hombres su dignidad. Él es la Luz que ha venido a iluminarnos para salir de la tiniebla del pecado y hacernos partícipes de la vida nueva que adquiere para nosotros con su cuerpo entregado y con su sangre derramada en el Árbol santo de la Cruz. Así hoy le afirmamos con el salmo: “El Señor es mi luz y mi salvación”.
Adentrándonos en el Misterio de Cristo a través del Evangelio de este día (Jn 12,1-11) nos encontramos con María de Betania que hace un gesto de amor frente a la mezquindad de Judas Iscariote. El gesto, el detalle, de María de Betania nos pone de relieve la imagen de la Iglesia-Esposa unida amorosamente al Sacrificio de Cristo-Esposo. María de Betania es figura de la Iglesia que sirve al Señor con hospitalidad y acogida. A la donación total sin límites de María de Betania se contrapone la tacañería de Judas Iscariote.
Pero hemos caer en la cuenta que si María de Betania derrocho amor es porque primero ella acogió al Amor, a Cristo en su corazón, en su vida. El Amor acogido es lo qua hacia en María de Betania que su corazón se dilate para derrochar amor, porque sólo el amor sabe ir a lo esencial, a ese centro en el que la verdad, la bondad y la belleza se manifiestan unidas.
Hermanos y Amigos, que la contemplación de la Palabra de Dios en este Lunes Santo nos ayude a redescubrir que por la unción recibida en nuestro bautismo estamos llamados a ser fragancia de Cristo, y ello honrando a Dios con el perfume de las obras de la fe y sanando los cuerpos de los hermanos (es decir vivir la preocupación por los demás) con el bálsamo de la misericordia. Servir al Señor es la vocación fundamental de nuestra vida como bautizados y no hemos de hacerlo por otro interés mezquino como parece pretender Judas en el evangelio de hoy. El amor agradecido de María de Betania es un amor que desborda completamente. El pecado es no querer dejarse interpelar ni llenar ni transformar por el lenguaje de amor de Jesús.
Hermanos y Amigos, tengamos los ojos fijos en Cristo que nos da todo su amor, toda su vida. Dejémonos amar totalmente por el Señor, para ser fragancia de Cristo para los demás con nuestras obras de amor y misericordia. Que en estos momentos de tanto sufrimiento a nuestro alrededor no seamos indiferentes y salgamos al encuentro de quien nos necesite, pero no olvidemos que para dar esperanza, para transmitir consuelo, para ayudar a otros a vencer miedos, tenemos que estar primero llenos de Aquel que es nuestra esperanza, de Aquel que es nuestro Consuelo, de Aquel que nos dice: “No tengaís miedo, yo he vencido al mundo”. Y este Aquel no es otro que Cristo. Que estemos llenos de Él. Que la fuerza para ser esa fragancia la encontremos en la contemplación de su Pasión, momento culminante de su amor para con nosotros.
Adolfo Álvarez. Sacerdote