DIOS NOS INVITA AL BANQUETE DE LA SALVACION
Necesitamos traje de fiesta
Avanzamos en el Año Litúrgico y en este domingo seguimos en la escuela del Señor a través del Evangelista San Mateo culminando las Parábolas del Reino que venimos contemplando y meditando en domingos anteriores. Si hasta hora la imagen utilizada en las Parábolas era la viña, hoy, en este domingo es la imagen de un banquete de bodas y está íntimamente relacionada, esta parábola, con las de los domingos anteriores y forma con ellas una unidad para testimoniar el hacho de que los israelitas por su infidelidad van a ser sustituidos por los gentiles en el reino mesiánico.
Comienza el evangelio comparando el reino de los cielos con un banquete de bodas organizado por Dios. La boda es sinónimo de alegría y de felicidad. Dios nos quiere felices y nos invita a compartir su vida, su mesa y su alegría. ¿Nos habremos enterado de lo que significa ser cristiano? Seguir a Jesús es la gran oportunidad de hacer de la vida una fiesta de amor y fraternidad.
La parábola es como una síntesis entre gracia y responsabilidad. La gracia es que Dios invita a todos a su Reino y lo hace de un modo gratuito. La responsabilidad es que cada uno debe aceptar personalmente esa invitación y aceptarla con “un traje de fiesta” digno de semejante banquete. La invitación tiene tres características: la gratuidad, la generosidad y la universalidad.
Esta parábola resume, en forma de historia, la relación de Dios con el pueblo judío y con la Iglesia. En principio, la parábola está dirigida al pueblo de Israel, el pueblo de la Promesa y de la Alianza, pero este pueblo rechazó la invitación y Cristo manda a sus apóstoles que vayan por el mundo entero e inviten absolutamente a todos. La infidelidad de Israel es el origen del nuevo Pueblo (ver Rom 11,11-15) .
El mensaje, pues, de La Palabra de Dios de este domingo, sin utilizar comparaciones podría concretarse así: Dios eligió al pueblo de Israel y le invitó a entrar en comunión con él, a gozar de su salvación; el Pueblo de Israel, representado en sus dirigentes, se cerró a la invitación de Dios, su cerrazón fue ocasión para que el mensaje de la salvación de Dios se abriera a todos los hombres. Cristo se encarnó y murió y resucitó por todos. Pero es necesario que cada uno, personalmente, acepte a Dios y la salvación que él nos trae.
Hoy la invitación nos llega a nosotros. Dios sigue llamando hoy a todos los hombres, nos sigue llamando a cada uno de nosotros, a su Banquete, a su Reino, a su amistad, a su Iglesia…La salvación es para todos, la boda está preparada y hay que celebrarla. Dios quiere compartir su alegría con nosotros. La misericordia de Dios la podemos experimentar si aceptamos su invitación.
Participar en el banquete de bodas del Hijo de Dios es lo más importante de nuestra vida, lo único esencial. De nosotros depende aceptar la invitación, Dios respetará nuestra decisión. Rehusar la invitación viene a ser lo mismo que preferir lo secundario, lo transitorio a lo único que nos es esencial. Ante la invitación, nos dice el texto evangélico que los convidados comenzaron a excusarse, unos tenían que atender a sus negocios y los otros debían ir al campo. ¿Nos suena esto? Tenemos que visitar a un amigo, necesitamos tomar un día de descanso, se nos ofrece una oportunidad de visitar una ciudad… Tenemos tantas cosas que hacer, que frecuentemente no tenemos tiempo para disfrutar con Dios, no tenemos el tiempo que Él nos reclama.
A menudo ponemos el corazón en cosas que perecen desoyendo la invitación de Dios. A lo largo de nuestra vida hay muchos proyectos que nos ocupan y preocupan, sin embargo debemos preguntarnos si verdaderamente el Señor tiene un sitio preferente en esos proyectos que vamos realizando en nuestra vida. Además, por otro lado, vivimos en una sociedad de consumo donde estamos acostumbrados a tener de todo y podemos caer en la tentación de olvidarnos de lo importante, de que el Señor ocupe el centro de nuestra vida y anhelar el poder participar en ese Banquete que el Señor ha preparado para cada uno de nosotros en su Reino de felicidad. ¿No es esta la actitud de indiferencia que albergan tantas personas obsesionadas con el dinero, con el tener, con el poder, con las apariencias, con una religión a la carta…?
Según la parábola los indiferentes al evangelio, los que se oponen y lo obstaculizan y los que desoyen la voz del Evangelio comparten el mismo destino: Ninguno disfrutará del banquete del rey.
Ser invitados a la boda del hijo de rey confiere gran honor, pero no basta con entrar en la fiesta, pertenecer a una familia cristiana o a una comunidad religiosa, no basta con decir “Creo en Dios”, “soy creyente”, o “vengo a Misa”. No, no basta. Para vivir verdaderamente el ser hijo de Dios, para formar parte auténticamente del Reino, para participar de verdad en el Banquete se requiere llevar su traje de boda, es decir, estar en gracia, vivir la vida de Dios, se requiere una actitud de conversión y una actitud de fe coherentes con la invitación: Jesús pide a los suyos, no sólo palabras, sino obras y una justicia mayor que la delos fariseos.
No pensemos que el invitado sorprendido sin traje de fiesta era algún pobre: en ese tiempo se solía proporcionar a los invitados las túnicas que usarían en la fiesta. ¿Qué significa, entonces, el traje de fiesta? ¿Cuál es el distintivo de los escogidos? No puede ser otro sino el amor al hermano. Pero no un amor cualquiera, sino un amor práctico, que se traduce en obras. Un amor, que se expresa en la justicia, en la solidaridad y en la construcción de una verdadera fraternidad.
Hermanos y Amigos, hoy Dios nos invita al banquete de su Reino, Dios nos llama a su salvación. Hoy somos el Pueblo al que el Señor invita, llama y quiere sentar a sumesa. ¡Somos nosotros! Y, parte de ese pueblo –como también en tiempos de Jesús- está, estamos, tan ocupados, que Dios encuentra la misma resistencia. ¿Es así? ¿Cómo respondemos a Dios? ¿Con qué actitud venimos a la Eucaristía? ¿Con traje de fiesta o con el buzo de nuestra pereza, egoísmo, envidias, etc.? O si ni siquiera venimos comportándonos diciendo “soy creyente”, pero viviendo realmente como si Dios no existiese.
Creo, Hermanos y Amigos, que hoy se nos llama a una experiencia de Jesucristo que realmente transforme nuestra vida, a un vivir cada uno personalmente una sintonía con la persona de Jesucristo y sus valores. Y que esta experiencia, con la ayuda del Espíritu Santo, nos dé un aldabonazo en el camino de la conversión, dejando de pensar y actuar desde los valores de este mundo y comenzando a pensar y actuar desde los valores de Dios, desde los sentimientos de Cristo.
Para que tenga lugar esta sintonía con la vida de Dios son necesarios los sacramentos, especialmente la Eucaristía y la Reconciliación, pues ellos nos trasmiten la gracia de Dios, su misma vida divina; es cuestión de facilitarle el camino a la gracia para que se exprese en nuestros pensamientos, en nuestras opciones, en nuestras palabras, en nuestras acciones… Y esto nos plantea una nueva pegunta: en nuestra agenda diaria, semanal, mensual ¿por qué no apuntamos la Eucaristía diaria, el rosario, la visita al Santísimo, una buena confesión o las obras de misericordia como algo importante para nuestra vida cristiana y como llamada de Dios?. Así iremos adquiriendo el “traje de fiesta” que el Señor nos requiere para estar en su Banquete.
Hermanos y Amigos, el Señor sigue invitando a su fiesta. Sigue llamándonos a su Banquete Lo sigue haciendo con fuerza y con la misma delicadeza con que lo hizo al antiguo pueblo de Israel.
¡Qué sepamos acoger su invitación en nuestra vida! Y que pongamos todo de nuestra parte para comunicar con gozo la invitación de Dios llamando a todos a la Salvación.
Seamos testigos de Jesucristo con gozo y con plena confianza en Él. Y hagámoslo llevando el traje de boda (la vida de gracia, la caridad, la vida evangélica)
Nuestra Madre, la Virgen, Modelo de creyente, nos ayude al invocarla especialmente en este Mes del Rosario.
¡Feliz domingo!