EL SEÑOR CAMINA JUNTO A NOSOTROS Y NOS DICE DE NUEVO: “NO TENGAIS MIEDO”
Continuamos avanzando en la Escuela del Señor a través del Evangelista San Mateo. Cristo en la Eucaristía nos alimenta con su Palabra y con su Cuerpo y Sangre, Alimento de Vida Eterna. La participación en su Banquete, donde actualizamos su Sacrificio por nosotros nos pide, como a los Apóstoles después de la multiplicación de los panes, continuar en la tarea de anunciar el Reino de Dios, llevar adelante la tarea de vivir los valores del Evangelio. La Celebración de los Misterios de la fe y la vida tienen que estar estrechamente unidas.
La primera lección que Cristo hoy nos da es sobre la necesidad de la Oración. Un momento importante en nuestra vida de cada día ha de ser el momento dedicado a la Oración. Todos los días hemos de orar, como todos los días comemos para mantener en buena forma nuestro cuerpo. La Palabra de Dios nos insiste en la necesidad de la oración, a la que Santa Teresa de Jesús define como “tratar de amistad con Aquel sabemos nos ama”, la necesidad del encuentro sereno y silencioso con El Señor. Es en el “susurro”, no en el ruido, donde Elías descubrió el paso de Dios, como nos muestra hoy la primera lectura. Es en la Oración donde en el “susurro” contemplamos y profundizamos la confianza en Dios y crecemos en esa intimidad que es fuerza después la tarea, la misión, que Dios a través de su Iglesia nos confía a cada uno de nosotros. En la Oración experimentamos lo que con el Salmista hoy cantamos: “Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación” y que es lo que hemos de testimoniar con nuestra vida cristiana ayudando a los demás a vivir esta experiencia de la misericordia y de la Salvación de Dios que por medio de Cristo se nos regala.
Una segunda lección es lo sorprendente que es Dios. Dios es imprevisible. Nos ama inmensamente y también nos prepara sorpresas. No siempre le encontraremos allí donde nosotros le suponemos o le queremos. A Dios no le podemos programar con ningún ordenador. Sus caminos, como nos dice a través de la Sagrada Escritura, no son nuestros caminos, sus planes no son los nuestros.
Hemos de vivir con fe, es decir, con plena confianza en Dios que nunca nos deja de su mano, aunque haya momentos de oscuridad y turbulencia en la barca de nuestra vida donde parece que Dios no está o se ha olvidado de nosotros. Por eso es tan importante fortalecer nuestra fe por medio de la Eucaristía de cada Domingo, como vengo diciendo domingos atrás es de una importancia fundamental para nuestra vida cristiana, por medio de la escucha de la Palabra de Dios, por medio de la Confesión frecuente viviendo la experiencia del Perdón de Dios y por medio de alimentarnos del Cuerpo y Sangre de Cristo, por medio de la Oración. Es que si no alimentamos la fe, ésta se va debilitando y entonces hace surgir en nuestros corazones los temores de una vida sin transcendencia, de un mundo amenazante y un destino incierto.
Una tercera lección se nos da contemplando a Jesús que viene andando sobre las aguas del mar, estas olas del mar son símbolo del mal y de la muerte. Aquí el Señor nos recuerda que nuestros mayores enemigos han sido vencidos por Él en su Resurrección. Y nos llena hoy de nuevo de ánimo: “Ánimo, soy yo, no tengáis miedo”. Pero el Señor quiere probarnos en la batalla contra el miedo, contra las dificultades.
Y ¿Cómo nos quiere probar? Pues en primer lugar nos pide, como a Elías, salir de las cuevas en las que nos hemos refugiado por nuestras desconfianzas. El miedo nos hace encerrarnos, vivir a lo nuestro. La falta de fe nos encierra en el individualismo, en el entrenamiento, en lo que no nos complica la vida.
En segundo lugar, como a Pedro, nos pide ir caminando sobre las aguas y dejando atrás la frágil seguridad de la barca. Como lo discípulos, cada uno de nosotros, estamos llamados a ir hacia Jesús por los caminos de vida que muchas veces son caminos inseguros y movedizos. Pero ante estos caminos Jesús quiere que seamos conscientes de que nuestra fe es escasa y que los vientos que soplan en contra nos pueden crear dificultades e incluso hundir y que es necesaria, por tanto, que sea fuerte nuestra confianza en Él, que tengamos cada día más seguridad de que el Señor siempre nos dará la mano para mantenernos a flote, para nunca hundirnos. El Señor está dispuesto siempre a ir en nuestra barca, pero, amigos, hemos de procurar que así sea porque en bastantes ocasiones lo dejamos fuera, nos olvidamos de Él o navegamos como si no existiera.
Hoy somos invitados a liberarnos de los miedos y confiar plenamente en el Señor, aunque parezca que todo se tambalea y se viene abajo. Somos invitados a acercarnos de nuevo al Señor, caminar hacia Él, buscarle siempre e ir a su encuentro, pese a todas las dificultades. El nos dará siempre la mano, El ira siempre a nuestro lado. Él no nos dejará nunca ser vencidos por el miedo y la dificultad.
Una cuarta lección nos lleva a contemplar que esta barca que nos presenta el Evangelio hoy es la Iglesia, la Iglesia peregrina en medio del mundo que mientras surca el mar de la historia se encuentra con situaciones y circunstancias difíciles y adversas que amenazan naufragio y esterilidad en la misión. Pero quienes formamos esta barca necesitamos que se reavive en nosotros la fuerza del Espíritu Santo y sentir que el Señor nunca, nunca abandona a su Iglesia y que hemos de volver nuestro corazón al Señor y dejarnos agarrar por su amor y misericordia. Por eso necesitamos afianzar nuestra vida y la misión en Cristo y en su Espíritu. La Iglesia la sostiene Cristo que camina con nosotros, que no nos abandona nunca y que nos hace fuertes por medio de su Espíritu.
Y la cuarta lección es reconocer al Señor, rendirle adoración de todo corazón, “los de la barca se postraron ante él diciendo: << Realmente eres Hijo de Dios>>”Experimentar la mano salvadora del Señor que no deja que nos hundamos nos ha de llevar a reconocer en Jesús al Hijo de Dios.
Por tanto, hermanos y amigos, fijemos de nuevo, hoy, nuestra mirada en Cristo, reconozcámosle Hijo de Dios y digámosle, como Pedro, “Señor, sálvame”, reconociendo el poder salvador del Señor en nuestra vida y queriendo fortalecer nuestra amistad con El de tal manera que nada nos hunda nunca porque sabemos que el Señor siempre nos dará su mano.
Hermanos y Amigos, experimentemos hoy de nuevo al Señor en la barca de nuestra vida y que se afiance nuestra fe en El y reconozcámosle único Señor y Salvador y unidos a toda la Iglesia sigamos anunciando, con mucho gozo, a nuestro mundo de hoy, que Jesús es el Señor y vive entre nosotros.
Adolfo Álvarez. Sacerdote