ANTE EL SEÑOR, UNA ACTITUD HUMILDE
Seguimos en la Escuela del Señor a través del Evangelio de San Lucas. El domingo pasado nos enseñaba e invitaba a la oración de súplica que tenemos que hacer con confianza y con perseverancia.
En este domingo se nos dice que nuestra oración (que es fundamental para nuestra vida cristiana) tiene que ser con humildad y también reconociendo que somos pecadores. Al mismo tiempo es una llamada a luchar contra la soberbia y la exclusiva confianza en uno mismo.
San Vicente de Paúl, fundador de la Congregación para la Misión decía: <>. Esto es lo que aparece reflejado en la oración del fariseo del evangelio de este domingo.
Un aspecto fundamental a tener en cuenta en la oración es la humildad. Santa Teresa de Jesús define la humildad como “andar en verdad” Esta humildad nos ha de llevar a reconocer nuestro ser pecadores, pero también a reconocer a Dios en medio de nuestra vida y que Él es la fuente de todo bien, a reconocer que sin Dios no somos nada.
A través del Evangelio de este domingo se nos hace reflexionar sobre estos dos aspectos que conforman la humildad:
1) El reconocer nuestros pecados. Reconocer que no siempre hacemos todo el bien que queremos, que a veces hacemos mal y que a veces no hacemos todo el bien que podemos (pecados de omisión). Necesitamos tener la actitud del publicano: “Oh Dios, ten compasión de este pecador”. Sabiendo, eso sí, que Dios siempre, siempre regala el perdón, inunda con su misericordia a quien le abre el corazón reconociéndose pecador.
Hermanos y Amigos, reconozcámonos pecadores y dejemos que el Señor nos haga gustar y sentir en todo nuestro ser la maravillosa experiencia de su perdón. Nunca olvidemos que el mayor Don que Dios nos regala, después del Don de la vida, es el Don del perdón de nuestros pecados.
2) El reconocer a Dios como Fuente de todos los dones que nosotros tenemos. No podemos ser como el fariseo de la parábola, autosuficientes y pensar que todo es obra de nuestro esfuerzo. En este sentido nuestra súplica debiera de ser como la de San Agustín: “Concédeme, Señor, conocer quién soy yo y Quien eres tú” Nuestra oración debe ser humilde reconociéndonos dependientes de Dios, deseando cumplir su voluntad y buscando siempre participar de su vida. Es lo que pedimos en esta oración litúrgica cuando suplicamos: “Señor que todo nuestro trabajo comience en Ti como en su fuente y tienda siempre a Ti como a su fin”.
Hermanos y Amigos en la Liturgia de este Domingo la Palabra de Dios nos invita a orar con humildad y esta humildad está conformada por el reconocimiento de nuestro pecado y por el reconocer a Dios como Fuente de todos los dones. Y esta humildad es fundamental en nuestra vida cristiana y ha de estar muy presente en nosotros al celebrar la Eucaristía y al adorar el Misterio Eucarístico. En la Eucaristía se nos hace presente de firma sorprendente, que nos tiene siempre que asombrar el Acontecimiento Salvífico que Dios nos ofrece, nos regala, gratuitamente y donde nos desborda por su amor para con cada uno de nosotros. No nos lo merecemos. Pero necesitamos acoger este Don. A la Eucaristía del Domingo no podemos venir porque simplemente nos apetece, ni por cumplir, ni con la actitud del fariseo, que dice “no soy como los demás…”
Ante el Misterio de la Eucaristía, cuando participamos cada domingo en el Banquete Pascual, tenemos que ser humildes como el publicano y desde esta humildad y con mucha fe hemos de decir de nuevo: “Señor no soy digno de que entres en mi casa pero una palabra tuya bastará para sanarme”.
Nuestra actitud tiene que ser de reconocimiento de las maravillas que Dios obra en nuestras vidas, de la gratitud para con el Señor, de la sencillez de corazón abriéndonos a la inmensa misericordia de Dios.
En medio de esta enseñanza e invitación de Jesús sobre la humildad la Palabra de Dios nos da un ejemplo concreto que también nos estimula a nosotros: el ejemplo de San Pablo que en el texto de hoy, cuando está al final de su vida, reconoce su pequeñez al afirmar que fue Dios quien le dio fuerzas para que por su medio <> (2 Timoteo 4,.
Hermanos y Amigos la humildad ha de recorrer toda nuestra existencia, pues viene a ser como el cauce por el que Dios quiere hacer discurrir su gracia. Y ésta nos lleva a descubrir siempre las maravillas que Dios hace en nosotros y también las que hace a través nuestro, pues la humildad nos impide esconder los dones que Dios nos da, y nos hace no ser soberbios pensando que somos nosotros los fabricantes de esos dones.
Preguntémonos hoy al terminar esta reflexión en cuál de estos dos personajes nos vemos reflejados? ¿Con qué actitud me acerco a Dios?.
Que el Espíritu Santo nos adentre en el Misterio de Cristo y que cada día avancemos en tener la actitud del publicano y siendo cada día más fuerte nuestra confianza plena en el Señor
Adolfo Álvarez. Sacerdote