Hoy, Viernes Santo, celebramos la Pasión y Muerte de Jesús.
Contemplamos lo que Dios es capaz de hacer por nosotros, sus hijos: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó su Unigénito” (San Juan)
La Iglesia hoy contempla y medita la Pasión del señor, adora su Cruz, conmemora su propio nacimiento y su misión de extender a toda la humanidad sus fecundos efectos.
“Mirad el árbol de la Cruz donde estuvo clavada la salvación del mundo”, así se nos invita hoy a mirar a Cristo Crucificado. Tengamos valor de mirar a Cristo, miremos todo su amor por nosotros. En la Cruz Cristo murió por nosotros; Cristo murió con nosotros; Cristo murió como nosotros.
La Pasión y Muerte del Señor no es solamente un misterio a contemplar, sino un misterio que debemos vivir como la fuente más profunda de todo nuestro comportamiento.
¡Jesucristo en la Cruz! Nadie podrá jamás llegar a comprender este misterio tan inefable. Desde que Jesús ha muerto en la Cruz todo empieza a ser nuevamente verdadero y la realidad adquiere sus auténticas dimensiones. En la Cruz ha sido aniquilada la mentira. En la Cruz “el mundo es juzgado como reo y el crucificado exaltado como juez poderoso” que va a restaurar todas las cosas devolviéndoles su verdad original. Cristo en la Cruz entregó su vida por amor y su amor nos ha salvado.
Jesús que en la Cruz lleva “los sufrimientos” y aguanta “los dolores” de la humanidad sufriente, es el recuerdo vivo del viernes santo de gran parte de la humanidad actual; los que mueren de hambre, los que sufren las consecuencias de las guerras, los cristianos perseguidos a causa de su fe, las familias rotas….
Dejémonos en este Viernes Santo, ante la Cruz del Señor, arrastrar por esa fuente inagotable de amor que el Corazón de Cristo, adorémosle, démosle gracias por todo su amor para con nosotros y los tres grandes dones hoy nos regala: La Iglesia, su Madre y el Don del Espíritu Santo.
Con devoción y con fe proclamamos hoy y siempre: “Tu cruz adoramos, Señor, y tu santa resurrección alabamos y glorificamos. Por el madero ha venido la alegría al mundo entero”.
Adolfo Álvarez Sacerdote