En la celebración de este domingo XXXII del tiempo ordinario seguimos en la Escuela del Señor a través del Evangelista San Marcos. El domingo pasado nos hacía ver que lo importante en nuestra vida cristiana es el Amor, Amor que nos viene de Dios. Él es la Fuente del Amor y bebiendo en esta Fuente es donde podemos vivir el amor a Dios y el amor al prójimo. Hoy, en este Domingo, se nos invita a vivir el amor a Dios y el amor al prójimo , para que seamos auténticos, coherentes, personas con vida interior. Podemos vivir la vida pendientes de lo exterior, de la fachada, de las apariencias, de lo que piense la gente; o podemos vivir la vida pendientes de la riqueza de la vida interior. Los árboles viven de lo que tienen sepultado, de sus raíces que van creciendo y fortaleciéndose ocultamente.
La enseñanza del Evangelio de este Domingo nos viene a través del ejemplo de dos viudas pobres, la viuda de Sarepta que aparece en el primer Libro de los Reyes y la viuda del Templo que aparece en el Evangelio. La pobreza no es la enseñanza, sino aquello que sostiene a estas dos viudas y que las hace felices, que es su autenticidad y sinceridad, su generosidad y confianza plena en Dios.
El pasaje Evangélico de este Domingo tiene mucho que enseñarnos. Nos enseña cómo debe ser nuestra entrega a Dios. El hecho de que la viuda diera lo poco que tenía, indica que confiaba enteramente en el Señor. No podemos olvidar que Dios ni necesita ni quiere nuestro dinero, sino a nosotros mismos. Lo que tuvo de especial la ofrenda de la viuda fue que se entregó ella misma dando lo poco que tenía. La viuda con su gesto manifestó que todo lo que tenía le pertenecía a Dios y por eso se lo devolvía en forma de amor. El modo cómo nos relacionamos con Dios y le ofrendamos manifiesta nuestra vida de creyentes y lo que pensamos de Dios. Acaso pensemos que solamente son los ricos los que deben dar, pero no podemos olvidar cómo Jesús se centra en la donación de esta pobre mujer, y lo mismo podríamos decir de la viuda de la que nos habla el profeta Elías en el Primer Libro de los Reyes, en la primera lectura, que es capaz de dar hasta lo mínimo que tenía. Una vez más, Jesús destaca que lo que importa es lo que viene de dentro, la intención, el corazón, y no lo que viene de fuera, lo material, la ofrenda. Es interesante recordar al respecto cómo el papa Benedicto XVI resume magistralmente el mensaje del evangelio de hoy en una homilía predicada en la ciudad de Brescia el 8 de noviembre del 2009: “…supone la entrega completa de sí al Señor y al prójimo; la viuda del Evangelio, al igual que la del Antiguo Testamento, lo da todo, se da a sí misma, y se pone en las manos de Dios, por el bien de los demás. Este es el significado perenne de la ofrenda de la viuda pobre, que Jesús exalta porque da más que los ricos, quienes ofrecen parte de lo que les sobra, mientras que ella da todo lo que tenía para vivir (cf. Mc 12, 44), y así se da a sí misma”.
Somos llamados a vivir en autenticidad, en coherencia. Jesús, podemos decir que clasifica a los hombres por lo que son y no por lo que tienen, por la pureza de sus intenciones más que por las apariencias de sus obras.
Somos llamados a confiar plenamente en Dios. Y confiar en Dios no quiere decir cruzarse de brazos y esperar que los problemas de la vida te los solucione Dios milagrosamente. Confiar en Dios quiere decir hacer todo lo que está de tu mano para solucionar los problemas sabiendo que Dios tiene la última palabra. Es tal la confianza que hemos de tener en Dios que tenemos que aprender a ponernos en las manos del Señor, a entregarle nuestra vida y no a querer controlar a Dios, para que haga lo que yo quiero.
Somos llamados a vivir la generosidad. El vivir en autenticidad y coherencia, el confiar plenamente en Dios nos ha de llevar a ser generosos con los demás. La experiencia de la generosidad de Dios con cada uno nosotros en su amor, su perdón y misericordia nos ha de move, en esa línea de autenticidad a la que nos llama hoy, a ser generosos con los demás.
El Señor nos pide en nuestro itinerario cristiano para poder vivir en la autenticidad, la coherencia y la generosidad, la vida interior. La belleza interior. Esa capacidad que nos convierte tremendamente generosos y no egoístas; esa intuición que nos hace estar presentes ahí donde la humanidad nos necesita y no mirándonos al propio ombligo. Esa satisfacción de decir “he hecho aquello que tenía que hacer y punto”. Sin orgullo ni llevando cuentas de lo mucho que hemos hecho por los demás. Entre otras cosas porque, si lo hemos llevado a cabo, es porque hemos podido. Porque Dios nos ha bendecido con la abundancia.
Esta vida interior la vamos teniendo por medio de la escucha de la Palabra de Dios, de la Oración y por la participación frecuente en los Sacramentos, especialmente de la Penitencia y de la Eucaristía.
Hermanos y Amigos que, con la ayuda del Espíritu Santo, pongamos toda nuestra confianza en el Señor y Él nos haga más auténticos, más coherentes, para decirle a nuestro mundo que merece la pena ser cristiano, seguir a Cristo.
Adolfo Álvarez. Sacerdote