Seguimos leyendo, contemplando, meditando el texto del “Discurso del Pan de Vida” en este domingo y llegamos a la parte final y culminante del discurso pronunciado por Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm y que hoy nos dice a nosotros.
Recordamos que este capítulo 6 del evangelio de San Juan nos habla de la importancia y centralidad de Jesucristo y de la Eucaristía para la vida del cristiano. En estos domingos escuchamos la multiplicación de los panes y de los peces, con lo que da comienzo este capítulo seis; escuchamos también que Jesucristo es el Pan de Vida y que el que cree en Él tiene Vida Eterna. Hoy aparece una afirmación nueva: Comer ese pan. “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna… Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”. Afirmación que está preanunciada por la primera lectura, que habla de cómo la comunión con la Sabiduría se expresaba en un banquete: “La Sabiduría ha preparado el banquete, mezclado el vino y puesto la mesa”.
El contexto eucarístico de estos domingos nos invita a fijarnos en el banquete de la Sabiduría como prototipo del banquete cristiano: el pan y el vino que nos presenta Cristo contienen la Vida y la Sabiduría de Dios. Cristo es en realidad aquella Sabiduría (o Palabra) que vino al mundo para que tengamos vida y la tengamos abundante (Jn 10,10) e invita a todos los hombres a sentarse a su mesa: la mesa de la Palabra, las palabras que os he dicho son espíritu y vida (Jn 6, 63) y a la mesa del pan bajado del cielo (Jn 6, 41).
El mensaje central de todo este capítulo sexto de S. Juan se centra en esto: Jesús entrega su propio cuerpo, como Pan para la vida del mundo. Si queremos tener la vida eterna y aspirar a la resurrección tenemos que alimentarnos con el pan eucarístico de una manera constante, “si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros” Alimentarnos con este pan que Cristo nos da, nos une de una manera permanente a Él. No se trata de ser cristianos cuando nos conviene, sino de una manera permanente. Decía Benedicto XVI: La Eucaristía «nos arranca de nuestro individualismo, nos comunica el espíritu del Cristo muerto y resucitado, nos conforma a Él; nos une íntimamente a los hermanos en ese misterio de comunión que es la Iglesia» (cf. 1 Cor 10,17). Por tanto una Eucaristía que no se traduzca en amor concretamente practicado está fragmentada en sí misma (Deus caritas est, 14)
Hermanos, amigos hoy somos invitados, como los Discípulos y le gente que con ellos están, a “comer a Cristo”. Y es que para alimentar nuestra unión con Cristo, para vivir nuestro ser cristianos, necesitamos reunirnos para escuchar su Palabra y acercarnos a comulgar con Él queriendo tener sus mismos sentimientos, sus mismas actitudes. Es decir identificándonos con Cristo.
Comer a Cristo es mucho más que cumplir el rito sacramental de comulgar. Comer a Cristo, comulgar, nos exige un acto de fe con especial intensidad de encuentro con Él, y nos ha de llevar a abrirnos al amor del Señor dejando que ilumine y transforme toda nuestra vida, interiorizando todos sus sentimientos y actitudes que queremos rijan nuestra vida de cada día.
Jesús, Pan de Vida, es aquel que ha venido de Dios para saciar definitivamente el hambre de lo infinito y darnos la vida eterna: las profundas insatisfacciones, el cansancio de la vida, el sin sentido. Sólo Dios puede llenar nuestros vacíos, iluminar nuestras oscuridades y darnos la plenitud. De la vida, “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día” Al comulgar el cuerpo y la sangre de Cristo cada uno de nosotros no solo lo recibe al Señor, sino que nos vamos identificando con Él, somos capacitados para entregar nuestra vida al estilo de Cristo, hasta en la cruz. No podemos comulgar y regresar a la casa con nuestros egoísmos, con nuestras envidias, rencores… No puede ser. Cuando comulgamos hacemos alianza con Cristo, nos hacemos uno con Él, recibimos su amor y la fuerza para vivir según su amor, para estar comprometidos con nuestra felicidad y la de los otros, para sembrar paz, perdón, generosidad…a nuestro alrededor.
Por todo lo dicho hoy hemos de caer de nuevo en la cuenta de la importancia de participar en la Eucaristía del Domingo. No podemos prescindir de celebrar el domingo. Sin Eucaristía nos es imposible permanecer unidos a Cristo, ser cristianos. Podemos hoy preguntarnos: ¿Siento la necesidad de la Eucaristía?¿Qué valor doy al hecho de ir a misa y comer la carne y beber la sangre de Cristo? ¿Dónde muestro realmente que estoy comiendo la carne y bebiendo la sangre de Jesús?.
Acerquémonos con fe a recibir al Señor, participemos de su Banquete de vida eterna y dejemos que su amor nos arrastre y de su amor seamos testigos.
Adolfo Álvarez. Sacerdote