Hemos pasado por la Decápolis y la Perea, y por todas partes hemos visto agricultores trabajando en los campos. En unos lugares, la tierra estaba todavía cubierta por rastrojos y malas hierbas; árida, dura, ocupada por plantas parásitas que los vientos estivos habían llevado y sembrado arrebatando sus semillas a las desolaciones desérticas: eran las tierras de los perezosos y vividores.
En otros lugares la tierra había sido ya abierta por la reja del arado, y limpiada, con el fuego y la mano, de piedras , espinos y malas hierbas. Lo que antes era un mal, o sea, las plantas inútiles, he aquí que con la purificación del fuego y del tajo, se había transformado en bien: en abono, en sales útiles para la fecundación. La tierra habrá llorado bajo el dolor de la hoja que la abría y hurgaba, y bajo el mordisco del fuego que corría por sus heridas. Mas reirá más hermosa en primavera diciendo: «El hombre me torturó para proporcionarme esta opulenta mies que me embellece». Y éstas eran las tierras de los voluntariosos.
En otros lugares, la tierra estaba ya esponjosa, limpia incluso de cenizas, un verdadero lecho nupcial para el desposorio de la gleba con la semilla y para el fecundo connubio que proporciona tanta gloria de espigas: éstos eran los campos de aquellos cuya generosidad llegaba hasta la perfección de la operatividad.
Pues bien, igual sucede con los corazones. Yo soy la Reja de Arado y mi palabra es Fuego, para predisponer al triunfo eterno.
Hay quien, perezoso o vividor, aún no me busca, no me requiere, se satisface con su vicio, con las pasiones malvadas, que parecen frondas de hojas y de flores y en realidad son zarzas y espinas que laceran a muerte el espíritu, lo atan y hacen de él haz para los fuegos de la Gehena. Por ahora la Decápolis y Perea son así… y no sólo ellas. No se me piden milagros porque no se quiere el tajo de la palabra ni la quemazón del fuego. Pero llegará su hora.
En distinto lugar, hay quien acepta este tajo y esta quemazón, y piensa: «Es penoso, pero me purifica y me hará fecundo para el Bien». Éstos son los que, si bien no tienen el heroísmo de hacer, dejan que Yo haga. Es el primer paso en mi camino. Hay, en fin, quienes ayudan con su diligente, diario ,constante trabajo a mi trabajo; éstos no es que caminen, sino que vuelan por el camino de Dios; éstos son los discípulos fieles: vosotros y los otros que están diseminados por Israel.
-Pero somos pocos… contra muchos; somos humildes… contra los poderosos. ¿Cómo defenderte si quisieran hacerte algún daño?
-Amigos. Recordad el sueño de Jacob. Él vio una multitud incalculable de ángeles que subían y bajaban por la escalera que le unía con el Cielo. Una multitud; y no era más que una parte de las legiones angélicas… Pues bien, ni todas las legiones que cantan «aleluya» a Dios en el Cielo, aunque bajaran y se pusieran en torno a mí para defenderme, cuando llegue la hora podrían algo. La justicia ha de cumplirse…….
-¡Querrás decir la injusticia! Porque Tú eres santo y si te hacen algún daño, si te odian, son unos injustos.
-Por eso digo que en algunos el delito se ha cumplido ya. Quien da vida en su corazón a pensamientos de homicidio es ya un homicida; si de hurto, es ya un ladrón; si de adulterio, es ya un adúltero; si traición, es ya un traidor. El Padre sabe las cosas, y Yo también, pero Él me deja ir, y Yo voy; para esto he venido. Mas el grano madurará y será sembrado dos veces antes de que el Pan y el Vino sean dados en alimento a los hombres.
-¿Se hará un banquete de júbilo y de paz, entonces?
-¿De paz? Sí. ¿De júbilo? También. Pero… ¡Oh…, Pedro, oh…, amigos, cuántas lágrimas habrá entre el primero y el segundo cáliz! Sólo después de beber la última gota del tercer cáliz, el júbilo será grande entre los justos, y segura la paz para los hombres de recta voluntad.
-Tú estarás presente… ¿no es verdad?
-¿Yo?… ¿Acaso falta alguna vez al rito el cabeza de familia? ¿Y no soy Yo la Cabeza de la gran familia del Cristo?
Simón Zelote, que ha estado siempre callado, dice, como hablando consigo mismo:
-«¿Quién es Este que viene con las vestiduras teñidas de rojo? Está hermoso con su vestido y camina en la grandeza de su fuerza. Soy Yo quien habla con justicia y protege salvíficamente. Por qué , entonces, tus vestidos están teñidos de rojo y tus vestiduras están como las de quien prensa la uva? Yo solo, por mi mismo, he prensado la uva. Ha llegado el año de mi redención».
-Tú has comprendido, Simón – observa Jesús.
-He comprendido, mi Señor.
Los dos se miran; los demás los miran asombrados y entre sí se preguntan:
-¿Pero habla de las vestiduras rojas que lleva Jesús ahora, o de la púrpura de rey con que se adornará cuando llegue la hora? Jesús se abstrae. Parece como si no oyese nada más.
Poema del Hombre Dios, María Valtorta