La Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús nos invita a contemplar el misterio inefable del amor divino manifestado en Cristo, cuyo corazón abierto en la cruz por la lanza del soldado romano es la máxima expresión de su entrega por nosotros y la fuente de donde manaron los Sacramentos de la Iglesia.
Con la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús la Iglesia tributa a Cristo el culto de adoración que corresponde al Hijo unigénito de Dios, en quien Dios Padre misericordioso ha salido al encuentro de la humanidad pecadora, para recuperarla de la perdición que la alejaría definitivamente de la felicidad para la cual el hombre fue creado. Jesús clavado en la cruz nos muestra el amor extremo de Dios hacia nosotros, que a su vez, nos atrae hacia su amor infinito. Como señaló Benedicto XVI: “Desde la alta cima de la cruz, Él no ha traído nuevas leyes, tablas de piedra, sino que se trajo a sí mismo, trajo su cuerpo y sangre, como nueva alianza. Así nos hace consanguíneos con Él, un cuerpo con Él, identificados con Él. Nos invita a entrar en esta identificación, a estar unidos a Él en nuestro deseo de ser un cuerpo, un espíritu con Él”.
El costado abierto del Señor es la puerta por donde puedo entrar en el misterio del Amor del Verbo Encarnado; y sólo el Amor, el Amor del Hijo, nos conduce al santuario de Dios mismo. “Quien me ve a Mi ha visto al Padre”, le dijo el Señor a Felipe. Por eso, a través del Corazón de Jesús podemos ver y contemplar la esencia de nuestro Dios, un “Dios rico en misericordia y perdón”. El Corazón de Jesús nos muestra a un Dios que nos ama siempre; y de forma gratuita; no es Él el que necesita de nuestro amor, sino que somos nosotros los necesitados. Por eso nos ama incondicionalmente y no por nuestros méritos. Él nos ama siempre, como lo vemos reflejado en el Padre de la parábola del Hijo Pródigo, que no deja de salir a la puerta para ver si volvemos a su regazo; como el Buen pastor que se alegra de encontrar a la oveja perdida. En definitiva, en el costado de Cristo podemos escuchar la llamada de nuestro Dios para acudir a Él y dejarnos curar las heridas de los pecados con el bálsamo de su perdón.
En Cristo es Dios misericordioso quien nos revela el movimiento amoroso de su corazón sin angosturas, abarcador de la humanidad creada y salvada en Él mediante la pasión y la muerte en cruz. La misericordia divina salva la vida del pecador y como canta el salmista es el Dios misericordioso quien “rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura” (Sal 102,4). La misericordia de Dios se revela en los latidos del corazón exánime de Cristo, pendiendo de la cruz y herido por la lanza del soldado que abrió su costado hasta alcanzar el corazón, del cual “al punto salió sangre y agua” (Jn 19,34).
El Corazón de Cristo coronado de espinas y sangrante es el símbolo de la entrega de Cristo por amor, un corazón que pide respuesta de amor, invitando al acto de fe en el Hijo de Dios, en quien “están encerrados todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento del misterio de Dios” (Col 2,3). La fe abre la entrada al corazón de Cristo, para que en unión de todos los santos, podamos “abarcar lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo, comprendiendo el amor de Cristo, que trasciende todo conocimiento” (Ef 3,18-19).
Por tanto, amigos y hermanos, la contemplación del Corazón de Jesús nos llama y nos invita a coger la mano de Cristo, a beber de su costado para poder así caminar por los caminos de la donación y de la entrega. Su Corazón es fuente de fortaleza para superar las dificultades de la vida y poder caminar en la verdad, en el amor y en la esperanza. Del costado abierto de Cristo brota un aliento que disipa los egoísmos, las mentiras y todo aquello que nos impide salir al encuentro de Dios y del hermano. El Corazón de Cristo es la respuesta a los anhelos de todos y cada uno de los hombres, de todos y cada uno de nosotros. En Él se nos hace presente ese amor infinito que buscamos ansiosamente y en Él bebemos el amor auténtico para vivir el mandamiento del amor al prójimo. La experiencia de la cercanía y de la ternura de Dios que se nos manifiesta en el Corazón de Cristo nos impulsa a poner toda nuestra vida en juego en el amor al prójimo.
En esta Solemnidad del Corazón de Jesús se celebra la Jornada de Oración por la Santificación de todos los Sacerdotes. Oremos hoy por esta intención. El ministerio sacerdotal tiene por misión llevar a los hombres los bienes espirituales que manan del corazón abierto de Cristo crucificado, origen de la Iglesia y de los sacramentos de salvación. Hemos de suplicar a Cristo que allegue a su corazón hasta que pueda latir al unísono con Él el corazón de todos los sacerdotes, para que, mediante una vida santa, atraigan a Cristo a los hombres necesitados de la misericordia de Dios, amor redentor que restaura las heridas que en todos deja la vida sin Dios.
Hace noventa y nueve años que el Rey Alfonso XIII, el 30 de mayo de 1919, consagraba España al Corazón de Jesús. Nuestra sociedad es hoy distinta de aquella, pero la inspiración y la fuerza de la fe cristiana nos han de impulsar hoy a poner ante el Corazón de Cristo las aspiraciones y los anhelos, los gozos y tristezas de nuestra vida personal y la vida de nuestra nación en estos momentos de tanta convulsión social y descristianización. En este día pidamos al Corazón de Jesús, por medio del Inmaculado Corazón de María, Madre de la Iglesia, que su Reinado espiritual siga inspirando la conciencia cristiana de cuantos somos miembros vivos de la Iglesia, para que por nuestro testimonio todos los que forman parte de la sociedad de nuestro tiempo vengan al conocimiento de Cristo y lo reconozcan como Hijo de Dios y Salvador de los hombres, como Fuente de Amor, Señor de la historia y Rey nuestro, y dando gloria a Dios por su misericordia se salven.
Desde lo hondo del corazón decimos: “Sagrado Corazón de Jesús en Vos confío”.
Adolfo Álvarez. Sacerdote.