Cuando una madre o un padre tienen que partir , hacen lo necesario para no abandonar a sus hijos desprotegidos ; procuran mientras dure su ausencia, dejarlos en las manos de una persona en la que tengan confianza para que se encargue de ellos, de manera que a su vuelta los encuentren sanos y salvos, porque los aman y es primordial que su familia esté en buenas manos.
La felicidad de unos está trenzada con la de otros y no pueden estar contentos los padres si sus hijos se encuentran mal y no pueden estar tranquilos si los saben desprotegidos y desvalidos.
Gozamos en el Evangelio de hoy de unas palabras de Jesús que de un lado tienen sabor a despedida y de otro presentan un profundo sentido de preocupación y amor y es así que Juan nos cuenta :
(17,11b-19): En aquel tiempo, Jesús, alzando los ojos al cielo, dijo: «Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros. Cuando estaba yo con ellos, yo cuidaba en tu nombre a los que me habías dado. He velado por ellos y ninguno se ha perdido, salvo el hijo de perdición, para que se cumpliera la Escritura.
»Pero ahora voy a ti, y digo estas cosas en el mundo para que tengan en sí mismos mi alegría colmada.
Jesús ,volviendo al Padre se preocupa de nosotros , porque mientras pudo nos cuidó Él , nos amó y protegió, nos instruyó y nos enseñó el camino , pero al ver que ahora tiene que partir la preocupación se apodera de Él y es entonces que dirigiéndose al Padre le encarga que ahora que Él ya se va, cuide el Padre de nosotros, porque ese Corazón desangrado por amor, siente que con su partida quedamos huérfanos y necesita la certeza de que aunque Él personalmente no esté, Alguien de su entera confianza, se encargue de nosotros , sus amados.
De esa manera nos pone en manos del Padre Eterno, pero la historia no termina ahí ; no es suficiente ponernos en manos del Padre, al subir Jesús al Cielo , la Santísima Trinidad , comunidad de Amor, en su totalidad se pone a trabajar para cuidar y proteger a sus hijos amados de tal manera que Jesús Eucaristía y Palabra, se queda aquí hasta el final de los tiempos para darnos fortaleza y el Espíritu Santo se convierte también en protagonista de nuestras vidas y desciende en Pentecostés para colmarnos de los dones que necesitamos para perseverar en la fe. Habiendo interiorizado y comprendido todo esto, queda en nuestros corazones un profundo sentimiento de ser hijos infinitamente amados.