Seguimos celebrando la Pascua, el centro de nuestra fe, la Resurrección. Vamos avanzando en la celebración de los 50 días más grandes del Año Litúrgico, los 50 días de Pascua. Y llegamos al VI Domingo de Pascua. Se nos invita a seguir experimentando y a profundizar en la presencia y la acción del Señor Resucitado en medio de nosotros.
En este Domingo se nos ayuda a descubrir lo que significa para nuestras vidas que Jesús resucitó. Y es que el Señor Resucitado nos entrega el núcleo esencial de su mensaje: “Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que Yo os mando: que os améis unos a otros como yo os he amado”.
Este es el mensaje que nos quieren transmitir hoy las lecturas que se proclaman en la celebración dominical: el amor.
Dios nos ha amado primero. Dios es Amor. Es la Fuente donde hemos de beber para amar. Cristo nos ha manifestado el Amor de Dios. Nuestro seguimiento de Cristo es consecuencia de ese amor que tiene en Dios su origen, y es su amor el que nos va conduciendo y guiando.
Una experiencia que es muy necesaria en nuestra vida cristiana que hemos de tener cada uno de nosotros, que hemos de reavivar en nosotros, que hemos de ayudar a otros a tener es ésta: Dios me ama con locura, me ama desde siempre, me ama ahora y me seguirá amando por siempre.
El amor es el mandamiento por excelencia, nunca del todo aprendido ni cumplido. Jesús nos muestra en el Evangelio de este Domingo que este mandamiento no es una norma más, sino la expresión de permanecer en el inmenso amor Él nos tiene y que nos vincula también al amor del Padre, origen de todo Amor.
Y hoy se nos recuerdan tres consideraciones fundamentales para nuestra fe y nuestro seguimiento cristiano de discípulos del Señor Resucitado:
1ª Consideración: “Dios es amor”. Supone una verdadera revolución, un giro copernicano. A Dios se le definía por la transcendencia: Dios es el que es, el nombre que no tiene nombre, el Santo, el otro… La Primera Comunidad cristiana, a la luz del Resucitado nos dice que Dios es Amor, y el amor es Dios. El es la plenitud del amor, el que primero ha amado y sigue amando. La iniciativa es y sigue siendo de Él. Dios, en su designio salvífico, ha querido que Cristo, su Hijo, con su misterio pascual, redimiera a toda la humanidad e inaugurara un tiempo nuevo, donde todos los hombres sin distinción ninguna, puedan experimentar su amor y acogerse a su salvación, así lo pone de manifiesto el Libro de los Hechos de los Apóstoles. (1ª lectura). El Papa Benedicto XVI nos recuerda: <<Él nos ha amado primero y sigue amándonos primero; por eso nosotros podemos corresponder también con el amor. Dios no nos impone un sentimiento que no podamos suscitar en nosotros mismos. Él nos ama y nos hace ver y experimentar su amor, y de este “antes” de Dios puede nacer también en nosotros el amor como respuesta.>>
2ª Consideración: “Dios-Amor toma rostro en Jesucristo”. Es decir, este amor de Dios lo hemos experimentado en Cristo, su Hijo. Dios se ha manifestado en Jesucristo: “como el Padre me ha amado, así os he amado yo”. En Cristo, sobre todo en su entrega de la Cruz y en su Resurrección, hemos visto tanto el amor de Dios hacia la humanidad, como el amor de respuesta de nuestro mejor representante: Cristo Jesús. Cristo es reflejo del amor del Padre a los hombres, por eso todo aquél que, con sinceridad de corazón, se adhiere humildemente a su persona y a su mensaje de salvación, experimentará ese gran amor de Dios manifestado en Cristo Jesús.
Dios es amor y por eso envió a su Hijo para que vivamos por medio de Él (así se pone de manifiesto en la segunda lectura), por eso quien ha conocido este amor no tiene más remedio que poner en práctica el mandato del amor, signo de pertenencia a Jesucristo, a su persona, palabra y misión, y tendrá que amar apasionadamente a sus hermanos, porque Jesús mismo nos ha dado ejemplo de amor hasta entregar su vida.
3ª Consideración: “nuestra ley y nuestra vida es el precepto del amor” “Esto os mando que os améis unos a otros” Esta es la última palabra de Jesús, su encargo para ser sus testigos: que nos amemos como Él nos ha amado, incluso con la misma medida que Él nos ha mostrado: dando la vida por los demás. La nueva vida de Cristo y la acción del Espíritu Santo (que aparece con frecuencia en estas últimas semanas) nos invitan a cambiar el estilo de vida y a concretar este amor a los demás como respuesta al amor que Dios nos ha mostrado en la Pascua: cercanía, comprensión, perdón, ayuda generosa…. Con ese amor de amistad, de entrega y de servicio, desde la alegría profunda de su Resurrección, manda Jesús a su Iglesia, a cada uno de nosotros a ir por el mundo siendo sus testigos.
Amigos, se nos pide ser hoy testigos del amor de Dios. Es necesario reflexionar mucho sobre el Amor cristiano, a la manera de Cristo. De la experiencia del amor de Dios por nosotros brota la energía para amar a los que nos rodean. El evangelio de hoy nos mueve a descubrir el amor divino para poder entender el amor humano. En la escuela de la amistad con Cristo aprendemos a amar a los demás. El amor de Cristo es fruto del amor del Padre, es muestra de plenitud, es gusto de eternidad, es causa de alegría. La entrega y la donación total son la prueba definitiva del amor. Por eso, los pequeños signos de nuestro amor cotidiano son una imagen concreta del amor de Dios.
A la luz del amor de Jesús examinemos nuestros amores y purifiquemos nuestros desamores.
La Eucaristía, tanto la Celebración como la Adoración del Santísimo Sacramento, sea la Fuente a donde acudamos para permanecer unidos a Jesucristo, y así poder cada día intentar vivir su Mandamiento del Amor, y así ser sus testigos haciendo lo que Él nos manda como tarea principal y de esta manera construir la Nueva Civilización del Amor.
¡Adelante! ¡Merece la pena!
Adolfo Álvarez. Sacerdote.