Seguimos celebrando la Pascua, el corazón del Misterio Cristiano. La Resurrección de Cristo es el centro de nuestra fe. Los Domingos Pascuales son los domingos centrales de todo el Año Litúrgico.
Celebrar la Pascua es vivir en Cristo y como Cristo. A ello se nos invita en este V Domingo de Pascua. El Domingo pasado contemplábamos a Cristo, Buen Pastor, hoy lo contemplamos como la Vid verdadera.
Pastor-ovejas, Cabeza-miembros, Vid-sarmientos: son expresiones distintas de una misma realidad, que se traducen en la transmisión y posesión de una misma vida. Una vida en común, una íntima unión, una esencial dependencia; esto debe ser la vida del creyente cristiano respecto de Cristo. Ésta su aspiración suprema: vivir su misma vida. Nos lo acaba de decir el Papa Francisco: todos, absolutamente todos, sea cual sea nuestro estado u ocupación, estamos llamados a ser santos. Si es que esto ya lo había dicho el Señor: Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto (Mt 5,48).
La liturgia, en este Domingo V, nos presenta a Cristo como la verdadera vid, una imagen utilizada en el Antiguo Testamento para representar la especial relación de Dios que cuida amorosamente a su pueblo Israel (la viña), a pesar de su infecundidad. Con la alegoría de la vid, el evangelio de hoy nos expresa de una manera muy plástica que los creyentes hemos de permanecer firmemente unidos a Cristo si no queremos que nuestra fe se debilite o se quebrante. Ciertamente nuestra vida de fe, ha de estar profundamente anclada en Jesucristo, por quien nos viene la savia nueva, el alimento que nos nutre, la fortaleza suficiente para no quedar expuestos a merced del mundo.
Cristo Resucitado es la vid verdadera y nosotros sus sarmientos, injertados en Él por el Sacramento del Bautismo.
Cristo con su misterio pascual ha inaugurado un tiempo nuevo marcado por el amor, así nos lo recuerda hoy el Apóstol San Juan, recordándonos que vivir en el amor a Dios y al prójimo es seña de identidad de los creyentes. Ciertamente estamos llamados a permanecer unidos a quien es fundamento de nuestra existencia, de lo contrario nuestra vida se puede convertir en estéril e infecunda. Sólo desde la permanencia en el Señor de la vida, desde esta íntima comunión vital con Él, podremos tener vida en abundancia. Cuantos proyectos, ilusiones y anhelos se han derrumbado por no estar apoyados en Cristo, por no tener en cuenta el principio del amor.
Y, amigos, al releer el evangelio de este domingo de Pascua, caemos en la cuenta que –tal vez- muchas de las alteraciones que se dan en nuestro mundo son consecuencia de querer ser sarmientos sin vid; agua sin fuente; vida sin más límites que los que uno se marca. ¿Es bueno? Por supuesto que no.
Toda casa necesita de unos cimientos y, toda persona, también requiere de unos principios o de unos valores que sean modelo, guía irrenunciable para entender la vida y para defender la de los demás. Y estos cimientos, estos valores son la misma persona del Señor, Jesucristo, “Camino, Verdad y Vida” (Jn 14).El Señor en este día nos llama a:
Estar unidos a Él. El sarmiento tiene que estar constantemente unido a la vid, si no quiere secarse. Y un sarmiento seco no sirve para nada, solo para quemarlo. Estar unido a la vida es recibir su savia y su vida. Estar unido a Cristo es vivir en comunión con Él, es dejarse alentar por Él; y esta unión con Cristo se realiza a través de la escucha, la oración, la celebración de los Sacramentos, especialmente los de Penitencia y el de Eucaristía.
Ser podados. El Padre labrador cuidándonos nos poda. Quitando de la vid el follaje y las malas ramas, la savia puede concentrarse y conseguir el fruto deseado.
Dar fruto abundante. Dar los frutos del Espíritu. Y los frutos del Espíritu, los frutos que Dios quiere de nosotros son el derecho, la justicia, el respeto, el servicio, el amor… Son frutos de verdad y amor.Que nada nos separe de la Vida, que es Cristo. Él sea siempre nuestra única Vid.
Para vivir unidos a Cristo y dar frutos de vida eterna hemos de alimentarnos de la Eucaristía, Sacramento que alimenta nuestra vida con el pan de la Palabra y el Pan Eucarístico, Alimento de Vida Eterna. Y con este Alimento hemos de dar fruto, el que Dios espera de nosotros.
Adolfo Álvarez Sánchez. Sacerdote