Lázaro cruza el vestíbulo, sale al jardín. Sigue corriendo, sonriendo, susurrando (y en su voz está su alma): «Voy, Señor».Llega a una espesura de bojes que forman un verde rincón apartado y solitario (nosotros diríamos un cenador, verde), y cae de rodillas, rostro en tierra, gritando:
-¡Oh, mi Señor!
Y es que Jesús, en su belleza de Resucitado, está en el límite de este verde rincón y le sonríe… y le dice:
-Todo está cumplido, Lázaro. He venido a decirte «gracias, amigo fiel». He venido a decirte que digas a los hermanos que, inmediatamente, vayan a la casa de la Cena. Tú -otro sacrificio, amigo, por amor a mí-, tú quédate, por el momento, aquí………Sé que ello te hace sufrir. Pero sé que eres generoso. María, tu hermana, está ya consolada, porque la he visto y me ha visto.
-Ya no sufres, Señor. Esto me compensa todos los sacrificios He… sufrido sabiendo que sufrías… y no estando…
-¡Estabas! Tu espíritu estaba al pie de mi Cruz, y estaba en la oscuridad de mi sepulcro. Tú me has llamado antes, como todos los que me han amado totalmente, de las profundidades en que estaba. Ahora te he dicho: «Ven, Lázaro». Como en el día de tu resurrección. Pero tú hacía ya muchas horas que me decías: «Ven». He venido. Y te he llamado. Para sacarte yo también de las profundidades de tu dolor. Ve. ¡Paz y bendición a ti, Lázaro! Crece en mi amor. Volveré aún.
Lázaro ha estado todo este tiempo de rodillas sin atreverse a hacer gesto alguno. La majestad del Señor, a pesar de estar suavizada con el amor, es tal, que paraliza el modo habitual de actuar de Lázaro.
Pero Jesús, antes de desaparecer en un torbellino de luz que lo absorbe, da un paso y roza con su Mano la frente fiel.
Es entonces cuando Lázaro se despierta de su arrobamiento gozoso. Se alza y corre presurosamente donde sus compañeros, con luminosidad de alegría en los ojos y luminosidad en la frente rozada por el Cristo, grita:
-¡Ha resucitado, hermanos! Me ha llamado. He ido. Lo he visto. Me ha hablado. Me ha dicho que os dijera que fuerais inmediatamente a la casa de la Cena. ¡Id! ¡Id! Yo me quedo aquí, porque Él así lo quiere. Pero mi júbilo es completo…
Y Lázaro, en su alegría, llora mientras anima a los apóstoles a ser los primeros en ir donde Él manda ir.
-¡Id! ¡Id! ¡Os requiere! ¡Os quiere! No le tengáis miedo… ¡Oh, más que nunca ahora es el Señor, la Bondad, el Amor!
También los discípulos se levantan… Betania se vacía. Se queda Lázaro con su gran corazón consolado…
Poema del Hombre Dios. María Valtorta