-Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?
Es verdad que es un Jesús velado por su propia piedad hacia la criatura, a la que las demasiadas emociones han agotado y podría morir a causa de la repentina alegría; pero de verdad me pregunto cómo puede no reconocerlo.
Y María, entre sollozos:
-¡Se me han llevado al Señor Jesús! Había venido a embalsamarlo en espera de que resucitara… He tenido recogido todo mi coraje y mi esperanza, y mi fe, en torno a mi amor… y ahora ya no lo encuentro… No, más bien he puesto mi amor en torno a la fe, a la esperanza y al coraje, para defenderlos de los hombres… ¡Pero todo es inútil! Los hombres me han robado a mi Amor, y con Él me han arrebatado todo… ¡Oh, mi señor, si eres tú el que se lo ha llevado, dime dónde lo has puesto! Y yo iré por Él… No se lo diré a nadie… Será un secreto entre tú y yo. Mira: soy la hija de Teófilo, la hermana de Lázaro, pero estoy de rodillas delante de ti suplicándote, como una esclava. ¿Quieres que te compre su Cuerpo? Lo haré. ¿Cuánto quieres? Soy rica. Puedo darte tanto oro y gemas como pesa su Cuerpo. Pero devuélvemelo. No te denunciaré. ¿Quieres golpearme? Hazlo. Haciéndome verter sangre, si quieres. Si sientes odio hacia Él, descárgalo sobre mí. Pero devuélvemelo. ¡Oh, mi señor, no me hagas pobre de esta manera, con esta indigencia! ¡Piedad de una pobre mujer!… ¿Por mí no quieres? Por su Madre, entonces. ¡Dime! Dime dónde está mi Señor Jesús. Soy fuerte. Lo tomaré entre mis brazos y lo llevaré como a un niño a lugar seguro. Señor… señor… ya lo ves… hace tres días que la ira de Dios se descarga sobre nosotros por lo que se hizo al Hijo de Dios… No añadas la Profanación al Delito…
-¡María!
Jesús aparece radioso al llamarla. Se revela con su esplendor triunfante.
-¡Rabhuní!
El grito de María es verdaderamente «el gran grito» que cierra el ciclo de la muerte. Con el primero, las tinieblas del odio fajaron a la Víctima con vendas fúnebres; con el segundo, las luces del amor aumentaron su esplendor. Y María, al emitir este grito que llena el huerto, se alza y, presurosa, va a los pies de Jesús, a esos pies que quisiera besar.
Jesús, tocándola apenas con la punta de los dedos en la frente, la separa:
-¡No me toques! No he subido con esta figura todavía a mi Padre. Ve donde mis hermanos y amigos y diles que subo al Padre mío y vuestro, a mi Dios y a vuestro Dios, y luego iré donde ellos.
Y Jesús, absorbido por una luz irresistible, desaparece.
María besa el suelo donde Él estaba y corre hacía la casa. Entra como un rayo -la puerta está entornada para dejar paso al amo de la casa, que se dirige hacía la fuente-, abre la puerta de la habitación de María y se deja caer en el corazón de Ella, gritando:
-¡Ha resucitado! ¡Ha resucitado! – y llora llena de dicha.
Poema del Hombre Dios. María Valtorta