Seguimos en el itinerario cuaresmal, camino de la Pascua, donde Cristo muerto y resucitado se nos presenta como salvación para todo hombre que con rectitud de corazón se acerque a Él. Para ello es necesario despojarse de nuestras lógicas racionalistas y emprender el camino de la humildad, acogiéndonos al escándalo de la cruz, como nos invita San Pablo en este domingo, pues mirando a Jesús crucificado descubriremos la fuerza y la sabiduría de Dios.
Hemos llegado a la mitad de la Cuaresma en camino hacia la Pascua. A partir de este domingo la liturgia se centra en la radicalidad del Misterio pascual, con la mirada puesta en la resurrección de Cristo y en la nuestra. Es un momento oportuno para dejarnos interpelar por la Palabra de Dios, para preguntarnos si realmente nuestra fe y nuestra vida coincide con lo que el Señor nos manifiesta y quiere de nosotros.
La cuaresma es tiempo de preparación para celebrar el misterio pascual, un camino hacia la cumbre de la Pascua. Un camino de conversión. En el primer domingo hemos contemplado el evangelio de las tentaciones y, en el segundo, el evangelio de la transfiguración, que son comunes a los tres ciclos litúrgicos. En estos tres domingos restantes de cuaresma, el ciclo B, en el que estamos, nos centra en evangelios que presentan la muerte y resurrección de Jesús. Se nos quiere anunciar e interpretar el misterio pascual de Cristo para ayudarnos a adentrarnos cada día más en este misterio de fe y de esperanza que es la Redención de Cristo. Por eso es necesario que durante este tiempo cuaresmal hagamos examen de conciencia, pidamos sinceramente al Señor perdón de nuestras culpas y experimentemos el don de la reconciliación.
En nuestro itinerario cuaresmal hoy la presencia de Dios se desplaza del templo de piedras a la presencia real y auténtica en el mismo Jesús, en su propio cuerpo, y en todas aquellas personas que viven y le acogen con fe. Jesús será el verdadero templo en el que Dios se hará presente a todos los hombres, y en quien los hombres podrán entrar en comunión con Dios. Se opone Jesús a que Dios se convierta en un ídolo, en torno al cual se monten negocios e intereses. Se acabó el culto meramente externo, a Dios hay que darle un culto en “espíritu y verdad”, un culto que implica amor sincero a Él y amor sincero al prójimo. Se acabó una Ley de preceptos y preceptos, prohibiciones y prohibiciones. Cristo nos da la Ley del precepto del Amor como compendio de la relación con Dios y con los demás. Para que sea posible esta presencia, este nuevo culto, esta nueva Ley, es necesario morir al pecado, porque el pecado es el que convierte la vida del hombre en un mercado. De ahí que la liturgia nos invite a luchar especialmente en la Cuaresma contra el pecado, con la mirada puesta en la resurrección, en la Pascua. Como a Jesús también nos debe devorar el celo de la casa de Dios, el deseo de que la presencia de Dios sea plena en todos los hombres, que todos descubran el don maravilloso del amor Dios.
Desde esta Palabra de Dios hoy es un buen día para pensar si nuestra vida religiosa, nuestra vida cristiana pasa por el encuentro personal con Cristo. A este respecto conviene recordemos las palabras del Papa Benedicto XVI en la encíclica “Deus caritas est”, que me parecen de gran importancia: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”.
Amigos, la Liturgia de este domingo es una interpelación a dejarnos purificar por la acción del Espíritu Santo para vivir en autenticidad nuestro culto a Dios y nuestro amor al prójimo, y que en nuestro caminar de cada día seamos templos vivos del Señor para que otros se encuentren con Él. Que nuestra vida sea una ofrenda a Dios desde el vivir en la nueva Ley del Amor y celebrando el culto en “espíritu y verdad”. ¡Aprovechemos el camino de la Cuaresma!.
Adolfo Álvarez. Sacerdote
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