El pasado martes, día 15 de Agosto, conmemorábamos la Asunción de María al Cielo en cuerpo y alma, la Corredentora no podía conocer la corrupción de la carne y por eso su tumba está vacía, al igual que está la de su Hijo y la tradición nos señala el lugar.
En las cercanías de Jerusalén, al pié del monte de los Olivos , se encuentra la Iglesia en la que se recuerda la dormición de la Santísima Virgen María, madre de Nuestro Señor Jesucristo; para llegar a la tumba hemos de bajar muchos peldaños de una escalera muy empinada, ello para situarnos al nivel de los hechos ocurridos en la época de Jesús, tengamos en cuenta que han pasado siglos de destrucción y reconstrucción de la ciudad, allí encontramos la Tumba vacía de la Virgen.
La primera Iglesia data del siglo IV, reconstruida posteriormente por los cruzados en el siglo XII después de que Saladino la destruyera durante la conquista de Jerusalén, sin embargo la cripta no fue dañada dado que María es honrada en el Islam.
La Iglesia actual es greco-ortodoxa y apostólica armenia, es decir de nuestros hermanos de Oriente, pero todos podemos tener el privilegio de visitarla si vamos a Tierra Santa .
-Y cumplirá mi único deseo, mi única voluntad. Porque el amor, cuando es tan total, que es casi perfecto como el de mi Hijo y Dios, todo lo obtiene, incluso lo que para el juicio humano parecería imposible de obtenerse. Recuerda esto, Juan. Y di también esto a tus hermanos. ¡Seréis muy hostigados! Obstáculos de todo tipo os harán temer una derrota, matanzas por parte de los perseguidores, deserción por parte de cristianos de moral… iscariótica deprimirán vuestro espíritu. No temáis. Amad y no temáis. En la proporción de vuestro modo de amar Dios os ayudará y os hará triunfar sobre todo y sobre todos. Todo obtiene el que se hace serafín.
Entonces el alma, esa admirable, eterna cosa que es el mismo soplo de Dios, por Él infundido en nosotros, se proyecta poderosamente hacia el Cielo, cae como llama a los pies del divino trono, habla con Dios y es escuchada por Dios, y obtiene del Omnipotente lo que desea. Si los hombres supieran amar como ordena la antigua Ley y como amó y enseñó a amar mi Hijo, todo lo obtendrían. Yo amo así. Por eso siento que dejaré de estar en la Tierra, yo por exceso de amor, como Él murió por exceso de dolor. La medida de mi capacidad de amar está colmada. ¡Mi alma y mi carne no pueden ya contenerla! El amor rebosa de ellas, me sumerge y al mismo tiempo me eleva hacia el Cielo, hacia Dios, mi Hijo. Y su voz me dice: «¡Ven! ¡Sal! ¡Sube a nuestro trono y a nuestro trino abrazo!». ¡La Tierra, todo lo que me rodea, desaparece en la gran luz que del Cielo me viene! ¡Los sonidos quedan cubiertos por esta voz celestial! ¡Ha llegado para mí la hora del abrazo divino, Juan mío!
Juan, que, escuchando a María, se había calmado un poco aunque permanecía turbado, y que en la última parte de sus palabras la miraba extático, casi arrobado también él, palidísimo su rostro como el de María, cuya palidez de todas formas se va lentamente transformando en luz blanquísima, acude a ella para sujetarla mientras exclama:
-¡Tu aspecto es como el de Jesús cuando se transfiguró en el Tabor! ¡Tu carne resplandece como luna, tus vestiduras relucen como lastra de diamante colocada frente a una llama blanquísima! ¡Ya no eres humana, Madre! ¡La pesantez y la opacidad de la carne han desaparecido! ¡Eres luz! Pero no eres Jesús. Él, siendo Dios además de Hombre, podía sostenerse por sí solo en el Tabor, como aquí en el Monte de los Olivos en su Ascensión. Tú no puedes. No te sostienes. Ven. Te ayudo yo a reclinar en tu lecho tu cuerpo rendido y bienaventurado. Descansa.
Y, amorosísimamente, la lleva hasta el modesto lecho sobre el que María se extiende sin quitarse siquiera el manto. Recogiendo los brazos sobre el pecho, celando sus dulces ojos, fúlgidos de amor, con sus párpados, dice a Juan, que está inclinado hacia Ella:-Yo estoy en Dios y Dios está en mí. Mientras lo contemplo y siento su abrazo, di los salmos y todas las otras páginas de la Escritura que a mí se aplican especialmente en este momento. El Espíritu de Sabiduría te las indicará. Recita luego la oración de mi Hijo, repíteme las palabras del Arcángel anunciador y las que me dijo Isabel, y mi himno de alabanza… Yo te seguiré con todo lo que de mí tengo todavía en la Tierra…
Juan, luchando contra el llanto que le sube del corazón, esforzándose en dominar la emoción que le turba, con esa bellísima voz suya que con el paso de los años se ha hecho muy semejante a la de Cristo -lo cual observa María con una sonrisa, diciendo: -¡Me parece como si tuviera a mi lado a mi Jesús! – entona el salmo 118 (lo recita casi por entero), luego los tres primeros versículos del 41, los ocho primeros del 38, el salmo 22 y el salmo 1. (En la «neovulgata» se hallan, respectivamente, en: Salmo 119; Salmo 42, 1-3; Salmo 39, 1-8; Salmo 23; Salmo 1; Tobías 13; Eclesiástico 24) Dice luego el Padrenuestro, las palabras de Gabriel e Isabel, el cántico de Tobit, el capítulo 24 del Eclesiástico desde el verso 11 a146; por último, entona el Magníficat. Pero, en llegando al noveno verso, se da cuenta de que María ya no respira, aun permaneciendo con postura y aspecto naturales; sonriente, calma, como si no hubiera advertido el cese de la vida.
El Evangelio como me ha sido revelado, María Valtorta.