Festejamos hoy a nuestro Santo, San Melchor de Quirós, y nada mejor que acercarnos a su biografía.
En Cortes, un pueblo del concejo de Quirós, el año 1821, nace San Melchor de Quirós, nuestro primer Santo asturiano canonizado. Un tío suyo sacerdote que regenta una parroquia cercana le instruye las primeras letras. A los catorce años se desplaza a Oviedo. Estudia en la Universidad Filosofía y Teología con vistas a ser sacerdote y cuando estaba en los últimos años de teología, se decide por la vida religiosa y entra en la Orden Predicadores, los Dominicos. Por ello marcha al Convento de los Dominicos de Ocaña.
Toma el hábito y empieza el noviciado en agosto de 1845. Un año después se compromete definitivamente con la Orden. El 29 de mayo de 1847 sería ordenado sacerdote. Sólo nueve meses después sería destinado a Manila. Se le propone ser profesor en la reconocida universidad de Santo Tomás de Manila que los dominicos habían fundado y era, y es, el centro católico de más prestigio del Oriente. Manifiesta, sin embargo, su deseo de siempre de ser misionero y los superiores no se opondrán a su deseo.
Las misiones a las que quería ser enviado eran las de Tung-King, actualmente el Vietnam. Si por algo se significaban esas misiones era por el hecho de que el misionero se jugaba la vida, a causa de las oleadas de persecuciones que de vez en cuando desataban las autoridades políticas. Un vez llegó a Tung-King tuvo que enfrentarse antes de nada con el aprendizaje de la lengua anamita. No debió tardar mucho en hacerse más o menos con ella, porque a los pocos meses estaba ya ejerciendo el ministerio pastoral, es decir: oyendo confesiones, predicando. Pronto se le nombró Vicario General del Vicariato oriental. La situación de persecución se agudizó y generalizo. Lo que hizo que la Iglesia quisiera que, junto al obispo titular, se consagrara también uno coadjutor. De esta manera, en el caso del martirio del obispo, la iglesia no quedaría nunca sin pastor. Mons. José María Díaz Sanjurjo fue delegado de la santa Sede para elegir y consagrar un obispo coadjutor. Y eligió al que todos esperaban que lo fuera, Fray Melchor García Sampedro.
San Melchor de Quirós comenzó su actividad como obispo a los 34 años. Difícil fue su ministerio y el martirio estuvo siempre en sus deseos más profundos y le tocó presenciar cómo fieles cristianos, sacerdotes, catequistas iban siendo martirizados. Él pudo contar el encarcelamiento, los sufrimientos y el martirio del obispo titular, hoy San José María Díaz Sanjurjo. Fue un tiempo, lo relata el mismo San Melchor de Quirós de desplazamientos camuflado, vestido como un hijo de aquella tierra, a pie descalzo, o en pequeñas barcas…; de catequesis durante las noches, de misa antes de amanecer. Todo ello viendo cómo la persecución se iba llevando a catequistas, sacerdotes fieles… Pero también él experimentó el martirio. Tuvo lugar el 28 de julio de 1858. Pocos martirios podemos ver en actas de mártires que hayan alcanzado la crueldad del infligido a san Melchor. Extremidades descoyuntadas para atarlas a estacas que estaban a mayor distancia de lo que permitían sus brazos y piernas, para luego ser cortadas sus extremidades con un hacha sin filo. Los testigos relatan incluso el número de golpes que fue necesario dar a sus rodillas, a sus brazos para cortarlos. Le abrieron el vientre y finalmente le cortaron la cabeza. Tenía entonces 37 años
Cuando llegó a Asturias la noticia del martirio de san Melchor aún vivían sus padres. Sus restos llegarían años después. Hoy se veneran en nuestra Catedral en Oviedo.
Pío XII le beatificó junto a su predecesor, José María Díaz Sanjurjo el 29 de abril de 1951. El 19 de junio de 1988 San Juan Pablo II lo canonizó junto con otros ciento dieciséis mártires de la Iglesia Vietnamita.
Es ejemplo para todos nosotros, que formamos la Iglesia que peregrina en Asturias de amor a Dios y amor al prójimo, tal como Jesús nos encargó en su Mandamiento Nuevo. Su mayor gesta misionera consistió en el amor apasionado al Señor saliendo al encuentro de los demás. Y si nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los hermanos, como nos señala el Evangelio, aquí tenemos a San Melchor haciendo esto mismo. Es ejemplo también de valentía y confianza plena en Dios ante las dificultades.
Su ejemplo nos estimule y su intercesión nos ayude a nosotros a vivir nuestra vida cristiana con mayor autenticidad y a ser testigos de la fe sin ningún miedo ni cobardía.
Adolfo Álvarez. Sacerdote