En nuestro precioso Principado de Asturias y más concretamente en el Oriente todos conocemos a Don Pelayo, que en el siglo VIII frenó la invasión musulmana encabezando la Reconquista siendo el primer monarca del Reino de Asturias.
Sin embargo existe otro Pelayo desconocido para la mayor parte de nosotros, un niño nacido en Galicia en el siglo X y muerto en Córdoba , cuyos restos descansan en el monasterio de San Pelayo de Oviedo llamado así en su honor.
Es increíble cómo las historias más hermosas pueden estar a nuestro lado, incluso convivimos con ellas y ni siquiera las conocemos.
San Pelayo era sobrino del anciano obispo Hermogio , el cual fue hecho prisionero por Abderramán III en el año 920, San Pelayo quedó preso siendo un niño al cambiarse por su tío que quedó en libertad para preparar el pago del rescate, pero murió antes de poder hacerlo.
Durante varios años el niño estuvo prisionero, sus compañeros de cautiverio hablan de sus virtudes “casto, sobrio, apacible, prudente, atento a orar, asiduo a su lectura”, hasta que Abderramán se encaprichó de él.
Cuentan las crónicas que le ofreció todo tipo de beneficios para comprarle , pero Pelayo seguía fiel a Cristo “prefiriendo morir honrosamente a vivir de modo vergonzoso con el diablo y mancillarse con los vicios”.
Abderramán ordenó entonces que lo torturaran y despedazaran. El “Martirologio” nos proporciona este pequeño resumen: “En Córdoba, en la región hispánica de Andalucía, san Pelayo, mártir, que a los trece años, por querer conservar su fe en Cristo y su castidad ante las costumbres deshonestas de Abd al-Rahmán III, califa de los musulmanes, consumó su martirio glorioso al ser despedazado con tenazas (925)”.
Tenemos por tanto el inmenso privilegio de tener en Oviedo los restos de un niño Santo que dio su vida por negarse a mantener relaciones con un hombre y por amar a Cristo sobre todas las cosas, por ello fue desmembrado y su cuerpo arrojado al Guadalquivir, pero no está muerto, vive con Cristo , porque como dijo Mateo 10,28 “« no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien a Aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna.”