Por la evangelización: Cristianos de África, testigos de la paz.
Dice el Papa Juan Pablo II refiriéndose a la inculturación:
« Como camino hacia una plena evangelización, la inculturación trata de preparar al hombre para acoger a Jesucristo en la integridad de su propio ser personal, cultural, económico y político, para la plena adhesión a Dios Padre y para llevar una vida santa mediante la acción del Espíritu Santo ».
El Señor se considera, pues, como enviado para aliviar la miseria de los hombres y combatir toda forma de marginación. Ha venido a liberar al hombre; ha venido a tomar nuestras flaquezas y a cargar con nuestras enfermedades: « De hecho todo el ministerio de Jesús está orientado a atender a cuantos, en torno a Él, estaban marcados por el sufrimiento: personas que sufrían, paralíticos, leprosos, ciegos, sordos, mudos (cf. Mt 8, 17) ». « No es posible aceptar que la obra de evangelización pueda o deba olvidar las cuestiones extremadamente graves, tan debatidas hoy día, que atañen a la justicia, a la liberación, al desarrollo y a la paz en el mundo »: la liberación que la evangelización anuncia « no puede reducirse a la simple y estrecha dimensión económica, política, social o cultural, sino que debe abarcar al hombre entero, en todas sus dimensiones, incluida su apertura al Absoluto, que es Dios ».
Dotado de esta incomparable dignidad, el hombre no puede vivir en condiciones de vida social, económica, cultural y política infrahumanas. Éste es el fundamento teológico de la lucha por la defensa de la dignidad personal, por la justicia y la paz social, por la promoción humana, la liberación y el desarrollo integral del hombre y de todos los hombres. Por ello, considerando esta dignidad, el desarrollo de los pueblos —dentro de cada nación y en las relaciones internacionales— debe realizarse de manera solidaria, como afirmaba del modo más apropiado mi predecesor Pablo VI. Precisamente en esta perspectiva podía decir: « El desarrollo es el nuevo nombre de la paz ». Se puede, pues, afirmar con razón que « el desarrollo integral supone el respeto de la dignidad humana, la cual sólo puede realizarse en la justicia y la paz ».
Con la profunda convicción de que « la síntesis entre cultura y fe no es solamente una exigencia de la cultura, sino también de la fe », porque « una fe que no se hace cultura es una fe no acogida plenamente, no enteramente pensada, no fielmente vivida », la Asamblea especial para África del Sínodo de los Obispos ha considerado la inculturación una prioridad y una urgencia en la vida de las Iglesias particulares en África: sólo así el Evangelio podrá tener sólidas raíces en las comunidades cristianas del continente. Siguiendo las enseñanzas del Concilio Vaticano II, los Padres sinodales han interpretado la inculturación como un proceso que comprende toda la vida cristiana —teología, liturgia, costumbres, estructuras—, sin cercenar obviamente el derecho divino y la gran disciplina de la Iglesia, enriquecida durante los siglos por extraordinarios frutos de virtud y de heroísmo.
Ahora, no obstante la civilización contemporánea de la « aldea global », en África como en otras partes del mundo el espíritu de diálogo, paz y reconciliación está lejos de habitar en el corazón de todos los hombres. Las guerras, conflictos, actitudes racistas y xenófobas aún dominan demasiado el mundo de las relaciones humanas.
La Iglesia en África siente la exigencia de ser para todos, gracias al testimonio ofrecido por sus hijos e hijas, lugar de auténtica reconciliación. Así, perdonados y reconciliados mutuamente, podrán llevar al mundo el perdón y la reconciliación que Cristo, nuestra Paz (cf. Ef 2, 14), ofrece a la humanidad mediante su Iglesia. En caso contrario, el mundo parecería cada vez más un campo de batalla, donde sólo cuentan los intereses egoístas y donde reina la ley de la fuerza, que aleja inevitablemente a la humanidad de la deseada civilización del amor.
(Exhortación Apostólica Ecclesia in Africa, Juan Pablo II)