“El mes de mayo es el mes en el que en los Templos, Santuarios y en las casas sube a María desde el corazón de los cristianos el más ferviente y afectuoso homenaje de su oración y de su veneración. Y también es el mes en el que desde su trono desciende hasta nosotros los dones más generosos y abundantes de la divina misericordia” Con estas palabras el Papa Pablo VI se refería al mes de mayo como mes dedicado a María nuestra Madre.
A lo largo del Año Litúrgico la Iglesia contempla y celebra los diversos Misterios de la vida de la Virgen, nuestra Madre y las diversas advocaciones con las que a través de los siglos el pueblo cristiano a honrado y honra a María y la invoca como especial intercesora ante su Hijo, Jesús nuestro Salvador. En el mes de mayo, cuando ya la primavera está en todo su esplendor, es cuando la piedad popular ha desbordado el amor de todos hacia María, cuando canta el pueblo cristiano a la Flor de los flores.
María es la llena de la Pascua, la llena del Espíritu, la que estuvo presente activamente en aquella primera Comunidad, esperando al Espíritu Santo. Es La mejor maestra que tenemos para la vivencia de la Pascua y para prepararnos ahora nosotros a Pentecostés.
Si hay alguien que ha asimilado la Pascua de Cristo es María, sobre todo en su Asunción. Si hay alguien que ha recibido plenamente el Don del Espíritu, es María, ya desde su concepción y luego en su maternidad.
María nos lleva a Jesús, “hace lo que Él os diga” (Jn 2,5)y nos ayuda a conocer más a Jesús pues la obra de María consiste en llevarnos y ayudarnos a ser mejores discípulos del Señor, “Camino, Verdad y Vida”. María es modelo de creyente para nosotros. Ella dijo “SÍ” a Dios con todas sus consecuencias, “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). A lo largo de su vida María fue renovando este SÍ.
Invoquemos a María a lo largo de este mes. Ofrezcamos cada día nuestra flor espiritual. Recemos con especial amor el Rosario, como expresión de nuestro amor a María y como medio para unirnos al Señor.
Esperemos con María, a ejemplo de los Apóstoles, un nuevo Pentecostés. Que por su intercesión el Espíritu Santo descienda de nuevo sobre la Iglesia, sobre cada uno de nosotros y nos renueve y nos dé fuerza para ser testigos de Jesucristo en medio de nuestro mundo impregnándolo de los valores del Evangelio. Con María y de su mano decimos: ¡ Ven, Espíritu Santo y renuévanos, fortalécenos, transfórmanos!.
Adolfo Álvarez. Sacerdote