Vamos avanzando en el camino cuaresmal hacia la Pascua. No perdemos de vista que todo este camino nos lleva a la celebración central de todo el Año Litúrgico: La Vigilia Pascual . En ella nosotros, ya bautizados, renovaremos nuestro Bautismo, nuestra adhesión a Cristo, muerto y resucitado. En estos tres próximos domingos, contando éste contemplaremos los tres evangelios considerados las tres grandes catequesis bautismales: La Samaritana, Jesús el agua viva; el ciego de nacimiento, Cristo es la Luz; la resurrección de Lázaro, Cristo es la Resurrección y la Vida. Son unos textos fundamentales que ya desde las Primeras Comunidades en la Iglesia Antigua han servido para preparar a aquellos que en la Pascua iban a recibir el Bautismo , y siguen sirviendo para preparar a los que en esta Pascua van a recibir el Bautismo y nos ayudan a los que ya bautizados nos preparamos para en esta Pascua renovar el Bautismo.
Nuestro caminar cristiano es complejo. Como el pueblo de Israel, que nos presenta la lectura primera de este domingo, protestó contra Moisés al encontrarse torturado por la sed, también nosotros nos quejamos de la vida y protestamos contra Dios por la sed de felicidad, pues nos desanimamos ante los pocos éxitos y las muchas dificultades. Y nos viene la tentación, como a los Israelitas: “¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?”.
Desde la fe y la esperanza los creyentes estamos seguros que Dios está con nosotros, que camina a nuestro lado, y que sacia nuestra sed y nuestra sed más profunda, nuestra sed de felicidad. Por esto es necesario que avancemos en los caminos de la conversión al Señor para dejar que El nos renueve y fortalezca en la fe.
El encuentro de Jesús con la mujer samaritana, que contemplamos hoy, nos coloca ante la urgencia de la conversión. La mujer samaritana busca agua material, pero lo que verdaderamente necesita es el agua espiritual, como podemos ir descubriendo a través de una lectura y contemplación reposada de este relato evangélico (Jn 4,5-42). En esta mujer podemos ver una figura de la humanidad de todos los tiempos, especialmente de nuestro tiempo, que a pesar del progreso, no se siente satisfecha, no es feliz.
La mujer samaritana habla de un agua que no es la misma de la que habla Jesús. Ella habla de un agua que nos hace esclavos, que muchas veces cuanto más bebemos más sed nos da y nos obliga a seguir buscándola. La mujer samaritana se encuentra con Jesús, Jesús se deja encontrar por ella. A través de ese diálogo que mantienen ella va abriendo su corazón a Jesús, un corazón herido, un corazón esclavizado, y Jesús va presentándose como Agua Viva que sacia la sed, como aquel que es la Verdad para nuestra vida. Jesús va moviendo a la mujer samaritana haciéndola salir de su cerrazón, de su sed de felicidad y la mujer cambia totalmente al oírle a Jesús decirle: “Soy yo, el que contigo habla”.
Y es que amigos y hermanos el encuentro con Cristo es vital para cada ser humano, nos hace personas nuevas y felices. Nos decía el Papa Francisco en si primera Exhortación Apostólica Evangelii gaudium (la alegría del Evangelio): “Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría” (n.1).
Es necesario que con la ayuda del Espíritu Santo redescubramos en esta Cuaresma a Cristo como el único capaz de dar el Agua viva, que El mismo es el Agua viva que nos da la esperanza, la alegría, la paz interior. Que no tenemos otro “Nombre” que pueda salvarnos.
Y un último detalle a tener en cuenta: la mujer samaritana marcho a comunicar a sus vecinos que ha encontrado al Mesías, que ha encontrado a Jesús, da testimonio de la alegría de este encuentro que le ha cambiado la vida.
Nosotros al renovar nuestro bautismo, nuestro encuentro con Cristo y nuestra adhesión a Él estamos llamados y urgidos a testimoniarlo a nuestro alrededor, en nuestros ambientes, en este mundo que nos toca vivir. El testimonio de esta mujer samaritana puso a otros en contacto con Cristo y le descubrieron también como Agua viva para su sed. Que nuestro testimonio también ponga a hombres y mujeres de nuestro alrededor en contacto con Cristo y también le descubran como el Agua Viva que sacia nuestra sed de felicidad.
Que esta Cuaresma sea un momento de autentico encuentro con Cristo. Que dejemos que el sacie nuestra sed de felicidad y que llevemos el mensaje de salvación a los amigos de nuestro entorno para que ellos también sientan el gozo del encuentro con el Señor.
¡Ánimo y adelante! ¡El Espíritu Santo viene en nuestra ayuda! ¡Pidámosle su fuerza! Sea nuestra súplica: “Señor dame de esa agua”.
Adolfo Álvarez. Sacerdote.