MARÍA NOS ENSEÑA A ACOGER AL SEÑOR
Estamos ya en el último tramo del camino del Adviento y este último tramo lo recorremos de la mano de María contemplándola en sus actitudes ante la venida del Señor. María fue la que mejor vivió el Adviento y la Navidad: ella, la que “le esperó con inefable amor de Madre” (prefacio II de Adviento), Ella, la nueva Eva, en la que “la maternidad se abre al don de una vida nueva”.Esta Madre, María nos ayuda a nosotros en este Domingo, en este tramo final del Adviento a prepararnos para vivir la Navidad con mayor profundidad desde nuestra fe, superando, no dejándonos llevar, la propaganda consumista de estos días.
Así, hoy, en este cuarto Domingo de Adviento se nos propone a María como modelo de fe y de espera del Señor, igual que ella se preparó para recibir a Jesús, así nos tenemos que preparar nosotros, con humildad y con alegría:
– Mujer de fe: por su actitud de respuesta a Dios que le reconoce como el valor central y se pone en sus manos. “Dichosa tú, que has creído…” que le dice su prima Isabel.
– Mujer de Espera: confianza proyectada en el futuro; lo que le ha dicho el Señor se cumplirá. “…Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”.
Contemplar hoy a María es una Invitación para todos y cada uno de nosotros a comprender lo esencial de la fe, ponerse en las manos de Dios, con total confianza y obediencia. La fe es una actitud de respuesta a Dios, que le reconoce como el valor central de su vida y se pone en sus manos para cumplir su voluntad: desde una vivencia personal, en donde uno se va identificando progresivamente con los valores de Dios; desde la expresión propia de la fe que se da en las celebraciones de los sacramentos, que son encuentros reales con Dios; y desde el compromiso de traducir y encarnar la vida divina y sus valores en las circunstancias de cada día.
María fue dichosa porque se puso en las manos de Dios. “Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”. Dios es fiel a sus promesas. Ha prometido que de la Virgen, su pequeña sierva, nacerá el Mesías, el Salvador. Será, como dice la profecía del profeta Malaquías, en Belén, la ciudad pequeña y humilde, como María. Y el “tu Belén…” hoy, en 2024, eres tú y soy yo, somos cada uno de nosotros, elegidos por el Señor para hacer en nosotros obras grandes si le abrimos de par en par las puertas de nuestros corazón a Dios para que nazca en él.
Y La fe es caritativa, tiene que ser vivida en la caridad; María se va a ayudar a su prima Isabel. Además de expresarse en las celebraciones de los sacramentos, en los que recibimos la gracia de Dios para poder vivir nuestra fe, la fe se expresa en la vida concreta, en las obras que hacemos, en la preocupación por los demás, el estar atentos a las necesidades de los otros que tenemos a nuestro alrededor. También María en esto fue ejemplar, en su situación de embarazo se fue a ayudar a su prima que estaba gestando a Juan el Bautista.
Toda nuestra vida, cuando es auténticamente cristiana, está orientada hacia el amor. Sólo el amor hace grande y fecunda nuestra existencia y nos garantiza la salvación eterna. Y sabemos que ese amor cristiano tiene dos dimensiones. La dimensión horizontal: amar a los hombres, nuestros hermanos. Y la dimensión vertical: amar a Dios, nuestro Señor. Es fácil, hablar de amor y de caridad, pero resulta difícil vivirlos, porque amar significa servir, y servir exige renunciar a sí mismo. Por eso, el Señor nos dio como imagen ideal a la María, la Virgen de Nazaret. Ella es la gran servidora de Dios y, a la vez, de los hombres. En la hora de la Anunciación, Ella se proclama la esclava del Señor. Le entrega toda su vida, para cumplir la tarea que Dios le encomienda por el ángel. Ella cambia en el acto todos sus planes y proyectos que tenía, se olvida completamente de sus propios intereses. Lo mismo le pasa, en el Evangelio de hoy, con Isabel. Se entera que su prima va a tener un hijo y parte en seguida, a pesar del largo camino. Y se queda tres meses con ella, sirviéndole hasta el nacimiento de Juan Bautista. No se le ocurre sentirse superior. Y no busca pretextos por estar encinta y no poder arriesgar un viaje tan largo. Hace todo esto, porque sabe que en el Reino de Dios los primeros son los que saben convertirse en servidores de todos. También nuestra propia vida cristiana debe formarse y desarrollarse en estas mismas dos dimensiones: el compromiso con los hermanos y el servicio a Dios.
Jesús viene al mundo para cumplir la voluntad del Padre y, así, sacarnos del callejón sin salida al que nos había conducido el pecado. La Virgen creyendo nos enseña a cumplir la voluntad de Dios. El encuentro con Cristo, el dejarle nacer en nuestro corazón, nunca nos cierra en nosotros mismos, sino que nos abre hacia los demás, nos hace más intrépidos para servir, para amar, para vivir en la verdadera alegría.
Hermanos y Amigos, María es la peregrina de la fe y la primera discípula de Jesús y hoy con su ejemplo, se pone en camino y lo hace para servir, nos enseña a vivir este Adviento y disponernos a acoger a Cristo sirviendo a los demás, estando atentos a quien puede necesitarnos. Cristo viene en camino, está llegando, y la Madre, nuestra Madre, anticipa el signo de la vida de su Hijo quien realizará el supremo gesto de servicio dando su vida hasta el final. Recorrer el Adviento, de la mano de María y contemplándola, significa prepararse para percibir y experimentar la grandeza del camino por el que Dios viene a los hombres, viene a cada uno de nosotros, para que éstos, para que cada uno de nosotros, puedan llegar, podamos llegar, a Dios.
El Adviento y la Navidad son momentos clave para avivar la fe y confiar que la promesa de Dios y su voluntad se cumplen, es el tiempo para avivar la esperanza en la espera gozosa del Señor y poner el corazón en Él, es el momento para avivar la caridad ayudando a los más necesitados y no ser nunca indiferentes ante el sufrimiento de los demás. La fe nos hace recorrer, sostenidos por la esperanza, el camino del amor, donde veremos la estrella de la Navidad.
Hermanos y Amigos, escuchar la Palabra de Dios y celebrar la Eucaristía en este cuarto domingo de Adviento ha de suscitar en nosotros la necesidad de vivir como María: creyendo en el Señor por la entrega incondicional dentro de un corazón limpio, humilde y disponible, para lanzarnos a hacer el bien. Y recordamos aquí unas palabras de San Ambrosio: “Que en todos resida el alma de María para glorificar al Señor; que en todos esté el espíritu de María para alegrarse en Dios”
Amigos y hermanos, la Navidad está a la puerta, dejemos que el Señor venga a nuestra vida, vaciándonos de todo lo que nos sobra y llenando de su gracia y su misericordia el vaso de nuestro corazón y teniendo la actitud de María, “aquí está la esclava del Señor hágase en mí según tu palabra”. Que la alegría, don del Espíritu Santo, nos inunde. Que así pueda nacer Cristo en nosotros y desde esta experiencia de amor vivamos cada día más sinceramente la entrega, el servicio, a Dios y la entrega, el servicio, a los hermanos. Seamos portadores de Cristo para los demás como lo fue María.
¡Aprovechemos esta recta final del Adviento, María está con nosotros!
Adolfo Álvarez. Sacerdote