VIVIR EL ADVIENTO: ESTAR DESPIERTOS ANTE EL SEÑOR QUE VIENE
Iniciamos en este Domingo un Nuevo Año Litúrgico. No es una nueva repetición, sino una espiral que nos hace avanzar la plenitud, plenitud en Cristo. No estamos ante un “eterno retorno” sino estamos y avanzamos en un caminar hacia la plenitud en Cristo. Nos adentramos de nuevo en el Misterio de Cristo para conocerlo más interiormente “para más amarlo y mejor seguirlo” (como nos dice San Ignacio en el Libro de los Ejercicios).
En el Año Litúrgico celebramos el Misterio del amor salvador de Dios en Jesucristo. El centro es la Pascua, la maravilla de la obra salvadora de Dios en la muerte y resurrección de su Hijo y Señor nuestro, Jesucristo. El ciclo de Adviento-Navidad-Epifanía que hoy comenzamos celebra el nacimiento de Cristo y anuncia ya la obra salvadora de la Pascua.
Comenzamos con este domingo el tiempo de Adviento, tiempo para prepararnos a recibir a Jesucristo, que viene a nuestra vida. Este tiempo de Adviento nos vuelve a poner ante el núcleo de la fe y de la experiencia cristiana: Dios viene a salvarnos.
Este Comienzo tiene este año un sabor especial ante la Celebración del Año Jubilar que comenzaremos el próximo 24 de diciembre en Roma y el domingo 29 de diciembre en la Diócesis.
Necesitamos escuchar de nuevo, gustar y sentir en lo más profundo del corazón el anuncio de la fe cristiana: Dios ama a este mundo y viene a salvarlo.
El Adviento celebra una triple venida del Señor: Vino, viene y vendrá.
Vino: La venida histórica. El Hijo de Dios asumió nuestra carne para hacer presente la Buena Noticia de Dios: el inmenso amor de Dios para con cada uno de nosotros.
Viene: La venida que se realiza aquí y ahora. El Señor está viniendo ahora, cada día, a través de la Eucaristía y los demás Sacramentos y a través de tantos signos y acontecimientos. Nos lo recuerda el Prefacio III de Adviento: “Dios sale a nuestro encuentro en cada hombre y en cada acontecimiento para que lo recibamos en la fe”.
Vendrá. La Venida definitiva, gloriosa, al final de los tiempos. Cuando llegará a su plenitud el Reino de Dios. El Señor vendrá como nuestro Libertador.
La vida del cristiano, la vida de cada uno de nosotros creyentes es, en cierto sentido, un adviento perenne y por tanto una alegría permanente. Aquí nos viene muy bien que recordemos una enseñanza de San Cirilo de Jerusalén en una de sus Catequesis: “Anunciamos la venida de Cristo, pero no una sola, sino también una segunda, mucho más magnífica que la anterior. La primera llevaba consigo un significado de sufrimiento; esta otra, en cambio, llevará la diadema del reino divino”
Es este Tiempo de Adviento un tiempo de espera gozosa, de esperanza, de vigilancia, preparándonos para acoger al Dios-con-nosotros, al que viene y ya está. El Adviento nos invita a reorientar nuestra vida hacia Dios.
En la oración colecta de este domingo pedimos: “Al comenzar el Adviento, aviva, Señor, en tus fieles, el deseo de salir al encuentro de Cristo, acompañados por las buenas obras”.
¿Qué disposición hemos de tener para encontrarnos con Cristo? El Adviento nos va a señalar que la mejor disposición es la conversión, a ella nos llamará a través de Juan Bautista, que de nuevo nos exhorta: “Preparad el camino al Señor”. En las lecturas de este Domingo Primero de Adviento se nos piden tres actitudes para vivir este tiempo de Adviento: el amor, la espera y esperanza y la vigilancia: estar despiertos.
El amor: nos dice San Pablo en este Domingo:”Que el Señor os haga rebosar de amor mutuo… para que os presentéis irreprochables ante Jesús”. El amor es una dimensión fundamental para encontrarnos con Jesús. La persona que es egoísta se sitúa como el centro de todo y se relaciona con las personas como si fuesen objetos, no como otras personas con sus propias iniciativas, sino como meros instrumentos para conseguir lo que se proponen. Sólo se puede encontrar uno personalmente con una persona a la que se ama, sin amor no hay encuentro personal. El amor al Señor nos lleva desear su venida a nuestras vidas.
La esperanza, que es la actitud de quien se fía de Dios y, en consecuencia, espera que venga a salvarlo. Sin esperanza no puede haber encuentro personal, porque sólo me puedo encontrar con quien tengo confianza, con quien espero que me puede aportar solución a mis problemas.
Confianza plena en el Señor que viene. Cristo viene a liberarnos de los males que nos afligen, viene a salvarnos, a sacarnos de las situaciones a las que nos ha llevado nuestro propio pecado y de las que no podemos salir por nuestras propias fuerzas.Dios en Jesucristo es la raíz de la verdadera esperanza.
El creyente es, ha de ser, un hombre de esperanza, que sabe que no todo está en nuestras manos, sino en las de Dios, y que este es un Dios cercano que tiene una palabra de verdad para cada uno de nosotros, que es capaz de hacer brotar un renuevo de un leño seco.
Vigilancia: Actitud a la que nos llama Evangelio de hoy. Ante la venida de Hijo del Hombre, el evangelio dice: “Estad siempre despiertos… no se os embote la cabeza…”. Esta actitud es una llamada de atención no para vivir intranquilos, con ansiedad, como quien está solo en su casa y no se atreve a ir al servicio por si llaman a la puerta (por poner un ejemplo), sino que es una invitación a estar conscientes de lo que hacemos, de lo que queremos, de lo que somos; a no quedar atrapados por el miedo, a vivir responsablemente; a estar dispuestos a recibir a Dios en cualquier circunstancia de nuestra vida, pues Él está esperando cualquier momento para entrar en nuestra vida y ocupar el centro.
Hermanos y Amigos, que este tiempo de Adviento, y en este año de preparación inmediata al Jubileo, ha de ser, ¡sea!, una oportunidad para profundizar más en el Misterio de Cristo, en el Misterio del Señor que vino a este mundo para abrirnos las puertas de la Salvación; en el Misterio del Señor que viene, alentando la vida de los hombres, la vida de cada uno de nosotros, descubriendo su presencia “en cada hombre y en cada acontecimiento” (como proclamamos en el Prefacio III de Adviento; en el Misterio del Señor que vendrá revestido de gloria y poder, para establecer definitivamente la justicia y la paz.
Hermanos y Amigos vivamos intensamente este tiempo de Adviento. “Alcemos la cabeza”, como nos invita el Evangelio en este domingo, en medio de las situaciones en que vivimos hoy, estemos atentos, recemos mas y recemos confiadamente. Que preparemos sitio al Señor para que nazca en la próxima Navidad en nuestro corazón y su amor inunde toda nuestra existencia.
Que este Adviento haga crecer en nuestro corazón el deseo de Dios, caminando con gozo nuestro camino cristiano y compartiéndolo con todos los que nos encontramos en nuestra vida de cada día. A ello nos ayude la intercesión de María, nuestra Madre, especial protagonista en este tiempo, y para cuya fiesta de la Inmaculada nos estamos preparando. ¡FELIZ Y FRUCTUOSO ADVIENTO!
Adolfo Álvarez. Sacerdote