LA ASCENSION DEL SEÑOR:
LLAMADA A LA ESPERANZA, COMPROMISO DE TESTIMONIO
Celebramos hoy, en este domingo, la Solemnidad de la Ascensión del Señor. Cristo, hombre como nosotros, ha sido glorificado con Dios para siempre. Y con Él, nuestra débil condición humana forma parte ya de la vida divina. Una Solemnidad que es celebrada en íntima conexión con la Resurrección del Señor. La Ascensión forma un momento más del único Misterio Pascual, pues la Ascensión es uno de los tres momentos de su Glorificación, tras el sacrificio de su muerte salvadora, con el descenso al lugar de los muertos para rescatar las almas de los justos, y su resurrección.
Al referirnos la Liturgia esta Solemnidad se nos dice:
“Cuarenta días después de su Resurrección, Jesucristo fue elevado al cielo en presencia de sus discípulos, sentándose a la derecha del Padre, hasta que venga en su gloria para juzgar a vivos y muertos” (Elogio del Martirologio Romano)
Cristo asciende glorioso y victorioso al cielo. El Padre ha acreditado a su Hijo Jesús resucitándolo de entre los muertos y glorificándolo. Cristo Resucitado ha entrado en el Santuario celestial como Sumo Sacerdote que intercede por nosotros ante el Padre. La Ascensión se presenta ante nosotros como otro modo de reflejar la Resurrección.
El Misterio Pascual se renueva entre nosotros realizando el itinerario salvador de devolvernos con Cristo al seno del Padre.
¡Contemplemos el Misterio de la Ascensión del Señor con ojos de fe y de agradecimiento, de alegría y de esperanza!
San Agustín en la celebración de esta Solemnidad nos dice en uno de sus sermones: “La resurrección del Señor es nuestra esperanza; su ascensión, nuestra glorificación”.
Celebrar la Ascensión es celebrar la culminación de la obra de la salvación de los hombres llevada a cabo por Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre. Éste bajó del cielo, morada de Dios y retornó al cielo, sentado a la derecha del Padre, constituido Soberano de todo.
El “adiós” de Jesús no es un adiós para siempre, Jesús no se desentiende de nosotros, como rezamos en el Prefacio de este día. Es un “adiós” necesario y así cumplir la promesa de estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo, quedándose de una forma nueva y misteriosa. En palabras de San Agustín, “estar así a nuestro lado misteriosamente presente”. Por eso hoy podemos pedir con el Apóstol San Pablo, y hemos de pedir, que descubramos y comprendamos cuál es la esperanza a la que nos llama, que es la de estar con Él, la de llegar donde ha llegado Él que es nuestra Cabeza.
Las Celebraciones Pascuales ponen de relieve para cada uno de nosotros lo que esperamos como meta: vida eterna, cielos nuevos y tierra nueva, en compañía de los hermanos…
San Lucas nos cuenta dos veces la escena de este acontecimiento:
Una: como final de su Evangelio
Otra: como inicio en su Libro de los Hechos de los Apóstoles
Y ello porque la Ascensión es el punto de llegada de la vida de Jesús y el punto de partida del tiempo de la Iglesia.
Celebrar la Ascensión no es quedarse estancados contemplando el azul celeste o mirando a las estrellas, no es vivir de brazos cruzados pensando en la estratosfera, no es suspirar por cielo nuevo y una tierra nueva creyendo que en este mundo vivimos una ausencia que engendra tristeza. La Ascensión es sobre todo un envío y un compromiso: “Ser Testigos”. Es el encargo del Señor: “Seréis mis testigos”. Y en el Evangelio que hoy se nos proclama de San Marcos se nos dice: “Id al mundo entero y proclamad el evangelio a toda la creación”
La Ascensión del Señor nos anuncia la Salvación prometida por Jesús y muestra la riqueza de gloria y la esperanza a la que estamos llamados como miembros del Cuerpo glorioso de Cristo. Nosotros no formamos un cuerpo muerto, ni un grupo de amigos nostálgicos, nosotros formamos la Iglesia, Cuerpo vivo de Cristo animado por el Espíritu Santo que nos envía el mismo Cristo desde el Padre para continuar su obra y misión.
La Ascensión es la fiesta de la Esperanza, es un gran signo de esperanza que se nos da para que confiemos plenamente en Cristo, con la seguridad de que quienes creemos en ÉL, quienes le amamos, estamos llamados a compartir no sólo su misión sino también su vida y su gloria.
Jesús al ascender al cielo les dice a los Apóstoles y nos dice a nosotros: “seréis mis testigos”. Testigos de la Esperanza, que es Cristo, luchando por un mundo mejor.
¡Ojo con mirar neciamente al cielo! El cielo no está por encima de nosotros, sino delante de nosotros como tarea, como compromiso. Nuestra meta está en el cielo pero a través de nuestro testimonio en la tierra. Mirar al cielo para gastarnos en la tierra, viviendo el amor a Dios y el amor al prójimo. Por ello nosotros hemos de anunciar nuestra fe en Jesús vivo y salvador de todos los hombres con valentía, con nuestras obras y palabras, colaborando activamente en y con la misión de Jesús pues no podemos quedarnos mirando al cielo (con la vista perdida) pero tampoco clavados en lo pasajero o incluso creyendo que la Iglesia es una ONG. Jesús envía a sus discípulos, nos envía a nosotros, para que sean sus testigos en el mundo ante los demás. No nos avergoncemos nunca del Señor ni de su Evangelio.
El triunfo de Jesucristo, su Ascensión, conlleva el aliento para evangelizar, por ello hoy nos envía de muevo (lo acabamos de señalar anteriormente: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio”. Hoy estamos llamados a ser, aquí y ahora, testigos de Jesucristo, a dar razón de nuestra esperanza en medio del mundo que nos toca vivir. En esta solemnidad, celebrada además en el momento presente que nos toca vivir, se nos pide que en un mundo en que no abunda la esperanza, donde muchas veces domina el miedo, seamos los creyentes sembradores de esperanza; que ante un mundo en muchas ocasiones egoísta, mostremos un amor desinteresado; que en un mundo centrado en lo inmediato y lo material, seamos testigos de los valores que no acaban. Y en esta misión estamos, hemos de estarlo, todos implicados, cada uno desde la vocación a la que Dios nos ha llamado: sacerdotes, consagrados y laicos.
Desde esta tarea que los creyentes tenemos de ser testigos, de comunicar la Buena Noticia de Jesucristo, en esta Solemnidad se celebra la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. Este año tiene como Lema: “Inteligencia artificial y sabiduría del corazón: para una comunicación plenamente humana”. El Mensaje del Papa Francisco para esta Jornada comienza haciéndonos caer en la cuenta de que: “la llamada <<inteligencia artificial>> está modificando radicalmente la información y la comunicación y, a través de ellas, algunos de los fundamentos de la convivencia civil”. Y nos aporta el Santo Padre una certeza: que estamos llamados a crecer juntos, en humanidad y como humanidad. Y nos invita a cuestionarnos sobre el desarrollo teórico y el uso práctico de estos nuevos instrumentos de comunicación y conocimiento.
Hermanos y Amigos, hoy hemos de utilizar también los medios de comunicación a nuestro alcance para seguir acercándonos a las personas y seguir anunciando con pasión la Buena Noticia de Jesucristo, hemos de ser testigos del Resucitado con alegría y con pasión.
Hermanos y amigos, que esta Solemnidad de la Ascensión nos llene de alegría y abra en nosotros horizontes de esperanza. Que desde la Ascensión a Pentecostés sintamos renovarse en nosotros la alegría de ser enviados a dar testimonio de nuestra fe. ¡Invoquemos al Espíritu Santo para que nos dé las fuerzas que necesitamos! Que un Nuevo Pentecostés suceda entre nosotros :
¡Ven, Espíritu Santo, llena nuestros corazones de amor y de misericordia y aumenta nuestra fe, nuestra esperanza y nuestra caridad!
María nos acompañe como acompañó a los Apóstoles en los comienzos de la Iglesia.
Adolfo Álvarez. Sacerdote