CELEBRAR LA PASCUA:
VIVIR EL DOMINGO, EXPERIMENTAR LA ALEGRIA Y LA PAZ,
SER TESTIGOS DE LA MISERICORDIA DE DIOS
En este domingo, octava de Pascua, y domingo de la Divina Misericordia, seguimos celebrando y experimentando la alegría de saber que el Señor ha vencido definitivamente a la muerte, y se ha convertido en el Viviente para siempre.
Los cristianos sentimos la alegría de la presencia del Señor Resucitado en medio de nosotros, que nos estimula y alienta a ser testigos suyos con mucho valor. Esta alegría interior, propia de los cristianos y en especial de este tiempo pascual, nace sin duda del encuentro con el Señor Resucitado que transforma nuestra fe débil en fe viva, nuestras tristezas y aflicciones en alegría desbordante y esperanza firme. Ser cristiano es creer y vivir el Misterio de la Resurrección del Señor. En lo hondo del corazón hemos de tener la seguridad de que toda prueba se transforma en gracia, toda tristeza en alegría, toda muerte en resurrección. La Celebración y la experiencia de la Resurrección del Señor ha aumentar nuestra fe, para que más que fiarnos de nuestras fuerzas y posibilidades nos fiemos de la gracia y del Don de Dios.
En este domingo se nos invita a caer en la cuenta de la importancia, para nosotros, cristianos, del Domingo. «El día primero de la semana entró Jesús y se puso en medio de ellos. A los ocho días estaban otra vez reunidos y llegó Jesús». Cuando el Evangelista San Juan nos da esos datos, nos quiere hacer notar el valor de ese día que hoy llamamos Domingo y que es a la vez el día primero y el octavo. El día primero de la creación por parte de Dios, al principio de los tiempos, y también el día primero de la Resurrección de Jesús. Es el día que llamamos con razón «día del Señor» y en el que desde hace dos mil años la comunidad cristiana se va reuniendo para celebrar la Eucaristía de su Señor, a fin de participar de su doble don: la mesa de la Palabra y la mesa de su Cuerpo y Sangre. Es el día en que experimentamos de una manera más intensa la presencia del Resucitado.
A este respecto nos dice la Carta Apostólica “Dies Domini” de San Juan Pablo II: “El domingo es ante todo una fiesta pascual, iluminada totalmente por la gloria de Cristo resucitado. Es la celebración de la <<nueva creación>>” (n.8) y también: “El domingo es pues el día en el cual, más que en ningún otro, el cristiano está llamado a recordar la salvación que, ofrecida en el bautismo, le hace hombre nuevo en Cristo” (n.25)
Cada Domingo es la Pascua Semanal. No sólo recordamos que resucitó en este día sino que el Señor está presente aunque no le veamos. Está presente en la comunidad reunida, en la Palabra proclamada, y de un modo especial en lo que eran pan y vino, Sacramento de vida eterna, en los que Él mismo ha querido dársenos como Alimento para el camino. El Domingo es como un «sacramento» condensado de esa presencia, como lo era para los primeros discípulos. De ahí vienen todos los valores que se juntan en el Domingo: la alegría, el descanso, la vida de familia, el encuentro con nosotros mismos, con los demás, con la naturaleza y, sobre todo, con Dios Padre Creador, con Jesús Resucitado y con su Espíritu. Es el día del Señor y el día del hombre. El día que da sentido y llena de esperanza a la semana y a toda nuestra historia. Esta es la primera invitación que nos hacen las lecturas de hoy: vivir en cristiano y pascualmente cada domingo.
Hermanos y Amigos, no podemos perder el valor y la importancia del Domingo para nuestra vida cristiana, cada domingo es, ha de ser, para nosotros una nueva experiencia de fe que nos reafirma en que Jesús, el Señor, vive, ha resucitado. No olvidemos a los Mártires de Bitinia, en el siglo IV que al ser martirizados respondían a sus acusadores:”No podemos vivir sin celebrar el día del Señor”. El domingo es más que el mero fin de semana, el domingo no es la Eucaristía por obligación. El domingo es vivir la vida cristiana desde la Pascua de Cristo, vivir en desde el culminen de la vida cristiana que es la Eucaristía (cuya celebración tiene que ser una necesidad vital), vivir en Comunidad y transmitir la Alegría que brota del Resucitado. La Celebración del Domingo ha de ayudarnos a vivir desde Cristo y en Él encontrarnos con nosotros mismos, encontrarnos con los demás, encontrarnos con la Comunidad cristiana. El domingo debería producir en nosotros aumento de alegría y esperanza.
La Comunidad creyente que cada domingo venimos al encuentro personal con el Resucitado somos objeto del amor y de la misericordia divina que nos ofrece alcanzar la salvación. En medio de nuestra Celebración de la Eucaristía el Señor se hace presente para que podamos hacer realidad aquellos sentimientos de la Primera Comunidad que se nos narra en el Libro de los Hechos de los Apóstoles. La primera misericordia que Dios obra en nosotros es que lleguemos a ser una familia viviendo en estrecha unidad.
Y, en este Domingo somos invitados a acoger los Dones Pascuales que Jesús les concede a los Apóstoles y hoy nos concede a nosotros:
-El Don de la Paz. “la Paz con vosotros”, así saluda Jesús a los discípulos en todas las apariciones y así nos la comunica a nosotros al celebrar su Resurrección. Hoy en nuestro mundo, que no anda nada sobrado de paz, sino que más bien está lleno de divisiones y rupturas, los creyentes estamos llamados, allí donde nos encontremos, a ser constructores y sembradores de la paz del Resucitado.
-El Don de la Alegría. “Los apóstoles se llenaron de alegría al ver al Señor. Es algo que se repite en todas las apariciones de Jesús Resucitado. Y es que Jesús nos comunica el Don de la Alegría. Nosotros hemos de experimentar este Don de la Alegría, porque sentimos y experimentamos la presencia de Jesús resucitado en nuestros corazones, en nuestras vidas. Y en medio de un mundo lleno de tristezas, desánimos, dolores, muerte, los creyentes damos testimonio de Cristo resucitado mediante la alegría, el gozo pascual.
-El Don del perdón de los pecados. Después del Don de la vida, el mayor Don que Dios nos da es el Don del perdón de los pecados. Mediante el perdón nos resucita con Él. Nos llama a una vida nueva.
Y necesitamos como Tomás que el Señor nos fortalezca en la fe. Tomás se resiste a creer lo sucedido, no se fía del testimonio de los demás Apóstoles, pero su lógica humana va a claudicar ante la experiencia del Resucitado, para exclamar el mayor acto de fe que encontramos en el Evangelio: “¡Señor mío y Dios mío”. Nosotros necesitamos también pedir al Señor que nos aumente y fortalezca la fe, para vivir apoyados en Jesucristo Resucitado, que escuchándole nos fiemos siempre de Él.
Las llagas que el Señor le muestra a Tomás son el signo de su inmenso amor; amor que no se detiene, que no es algo momentáneo, algo puntual, sino que se prolonga hasta lo eterno por la donación del Espíritu Santo. Nos ama dándonos el Amor.
Y en este Domingo de la Divina Misericordia el Señor quiere hacernos experimentar de nuevo su inmensa Misericordia manifestada en su Muerte y Resurrección y nos dice por medio de Santa Faustina: “Dios es misericordioso y nos ama a todos…y cuanto más grande es el pecador, tanto más grande es el derecho que tiene a MI misericordia”. Somos invitados a tener plena confianza en la inmensa Misericordia de Dios y que ayudemos a otros a descubrir esta Misericordia siendo nosotros los creyentes misericordiosos con los demás a través de nuestras palabras, acciones y oraciones.
Hermanos y Amigos, celebremos con gozo la Pascua del Señor. El Señor nos inunde con su Alegría y con su Paz. Y aumente nuestra fe. Digamos de nuevo con Tomás y desde lo profundo de nuestro corazón: <<¡Señor mío y Dios mío!>> y proclamemos con inmensa alegría <<es eterna su misericordia>>
Comuniquemos a todos la Misericordia de Dios, seamos, como los Apóstoles, testigos de la Resurrección siendo trasmisores de la Misericordia de Dios y portadores de la Paz del Resucitado.
Adolfo Álvarez. Sacerdote