DIA DE GRAN FIESTA:
MARIA EN EL CIELO, SIGNO DE CONSUELO Y ESPERANZA
Celebramos hoy la Asunción de la Madre de Dios y Madre nuestra, la Bienaventurada Virgen María. Después de la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios, que celebramos el uno de enero, es la Fiesta más grande de la Virgen. Es podemos decir la Pascua de María. Es una de las fiestas más entrañables del calendario mariano y del calendario festivo cristiano. Es una Solemnidad eco del gran anuncio Pascual: Cristo ha resucitado.
El Papa pio XII, en el año 1950, declaró verdad de fe que << María, Madre de Dios, inmaculada y siempre virgen, al terminar el recorrido de su vida terrenal, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo>> Y nos dice el Concilio Vaticano II: << La Virgen Inmaculada, preservada libre de toda mancha de pecado original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue llevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo y elevada al trono por el Señor como Reina del Universo>> y sigue diciendo: << María, desde su Asunción a los cielos, acompaña al Pueblo de Dios como signo de consuelo y firme esperanza>>
La Virgen glorificada en el cielo es, en primer lugar, un signo de esperanza y de promesa para nosotros. En Ella podemos ver prefigurado nuestro propio destino. La Asunción de María está estrechamente vinculada a la Resurrección de Cristo, a la que María ha sido asociada de una manera singular. María es la primera salvada por la Pascua de Jesús. Esta es la Gran Fiesta que hoy celebramos. María, en el Misterio de su Asunción en cuerpo y alma al cielo, nos recuerda que la plenitud del hombre se alcanza precisamente más allá de la muerte. Recién allá Cristo colmará nuestra alma y nuestro cuerpo de su Vida nueva. Cristo nos ha liberado y traspasando el umbral de la muerte alcanzaremos la Liberación definitiva.
María participa de la Resurrección de Cristo. Aquella mujer ,que supo acoger como nadie la Salvación de Dios ,ha alcanzado la vida definitiva.
La Asunción de María al Cielo, en cuerpo y alma, nos recuerda a todos que nuestra meta es la Gloria, es decir, el encuentro y la unión con Dios en la Vida Eterna.
Somos caminantes, peregrinos, a la Eternidad. El caminante que olvida su punto de partida pierde fácilmente la dirección de la meta a la que se dirige, así como si no tiene clara la meta el camino le resulta incierto. Nuestra Madre, la Virgen María a la que hoy festejamos, nos ayuda a descubrir y gustar el punto de partida, el inmenso amor de Dios que en Cristo nos ha hecho sus hijos, así como nuestra meta, que es Dios mismo, la Vida Eterna, y Ella nos acompaña siempre en el trayecto. En María contemplamos y saboreamos anticipadamente esa gloria futura a la que somos llamados y tenemos como destino, si junto con Ella sabemos seguir los pasos de su Hijo Jesús.
Somos invitados a ver la Asunción de María como fruto y consecuencia de toda su vida. Dicho de otra manera, porque vivió en la confianza plena y radical en Dios, porque fue humilde, disponible a Dios y a los hermanos. Es por esto que Dios la ha ensalzado. Entendiendo así la Asunción, vemos cómo aquella primera cristiana que fue modelo de vida para nosotros -vivió toda su vida tan unida a la voluntad de Dios- toda su vida fue ratificada, asumida por Dios y llevada a una vida nueva. Mirar a María subiendo al cielo es contemplar la realización plena de la vida creyente. En Ella se ha hecho realidad lo que esperamos y ella, como Madre nos acompaña y alienta a alcanzarlo. En el prefacio de esta gran solemnidad cantaremos y proclamaremos que María: “es figura y primicia de la Iglesia, que un día será glorificada; ella es consuelo y esperanza de tu pueblo, todavía peregrino en la tierra”.
Para nosotros la Asunción de la Virgen es signo de esperanza, porque ella ya vive aquello que cada cristiano está llamado a vivir: la profunda comunión con Dios ya ahora pero de una manera plena en la vida nueva en el Cielo. En María contemplamos la realidad gloria a la que estamos llamados cada uno de nosotros y toda la Iglesia. Por ello se nos llama a cada uno de nosotros a la esperanza, es decir a vivir en esperanza y sembrar esperanza a nuestro alrededor. Con el Canto del Magníficat que hoy contemplamos en el Evangelio María proclama que toda su vida está transfigurada por la gracia de Dios. En la tierra irradia el don que ha recibido de Dios; en el cielo, sigue mostrándonoslo aún más plenamente. Nosotros, desde el ejemplo de María, que cooperó en la obra de su Hijo, estamos llamados a ser testigos del Resucitado, a ser sembradores de esperanza sin dejar que los momentos de tristeza o dificultad, que podemos tener, enturbien nuestra certeza de la victoria de Cristo sobre la muerte, de que estamos llamados a la Vida Eterna, a la Felicidad plena.
Hermanos y Amigos, la Virgen asunta es el signo más elevado de la primacía de los valores del espíritu. Es la victoria del espíritu sobre la materia en un mundo hundido en la miseria moral del odio, del puro placer, del egoísmo. La Virgen asunta ha alcanzado el triunfo total y hay en ella esplendor de gloria, afirmación gozosa de vida nueva, plena expansión del alma hacia Dios.
Hermanos y Amigos, la Virgen asunta nos orienta la vida. María nos dice qué sentido tiene la vida. Que estamos llamados, destinados por pura gracia, a vivir para siempre. Hemos de recorrer un camino, sabiendo que estamos llamados a ser felices, y ese camino María ya lo recorrió y desde su Asunción, Ella nos acompaña a nosotros para que lo recorramos y Ella ilumina nuestra vida con el resplandor de su victoria eterna.
La Asunción de María es un reto y una meta para la Iglesia y para cada cristiano. María, recordamos de nuevo lo que canta el Prefacio de la Liturgia de este día, “es figura y primicia de la Iglesia que un día será glorificada”. Alentados por María que nos acompaña con amor maternal nuestros corazones, abrasados en el amor de Dios, han de estar orientados hacia Él, hacia la plenitud de la vida en la Resurrección. En palabras del Papa Benedicto XVI: “María es la estrella resplandeciente de luz y belleza que anuncia y anticipa nuestro futuro, la condición definitiva a la que Dios, Padre rico en misericordia, nos llama”.
Hermanos y amigos, la Asunción de María certifica que todos nosotros estamos en camino hacia el cielo, hacia la felicidad eterna, hacia la plenitud de nuestra condición de hombres y mujeres y como cristianos. Nos recuerda que la resurrección sacramental que realizó en nosotros el Bautismo se realizará un día corporalmente, de modo quye aquella semilla llegue a su plenitud.
Hermanos y Amigos: Esta Gran Solemnidad, que festejamos hoy toda la Iglesia llenos de alegría, don de Cristo Resucitado, nos ha de afianzar en nuestra devoción a la Madre de Dios y Madre nuestra. La Asunción de María nos ha de llenar de alegría, de esperanza, de paz, de llamada a vivir el Mandato Nuevo del Amor, pues en Ella encontramos todo un ejemplo de disponibilidad y de servicio a favor de los demás. Y por ello en este día suplicamos: María, ayúdanos a seguir tu ejemplo. Que como has vivido tú el paso de la vida a la Vida plena de Dios, un día nosotros seamos también dignos y nos encontremos en la gloria. Ruega por nosotros y por nuestro pueblo, Madre de Dios y Madre nuestra.
Y también suplicamos con sincero corazón: “que nuestros nombres estén inscritos en el libro de los ciudadanos del cielo –la nueva ciudad- que hoy acoge a la Madre del Señor”
¡Feliz día a todos!
Adolfo Álvarez. Sacerdote