ACOGER AL SEÑOR COMO MARIA Y JOSE
Llegamos al Domingo cuarto de este Tiempo de Adviento y la Celebración de este Domingo , ya a las puertas de la Navidad, nos deberá ayudar a intensificar en nosotros la actitud de fe y de espera activa disponiéndonos a acoger en nuestra vida, en nuestro corazón el Gran Misterio del Nacimiento de nuestro Salvador.
Después del recorrido que hemos ido haciendo guiados por los Profetas, Isaías, por Juan Bautista, el Precursor , por María y hoy también José entramos en la última de las etapas, que no es sino la de la plenitud de los tiempos cuando envió Dios a su Hijo nacido de mujer.
La iniciativa de la salvación surge de Dios. Las profecías de Isaías que hemos ido escuchando en estos domingos de Adviento, nos traen hoy el anuncio definitivo: el nacimiento de un niño engendrado en el seno de María, el Dios con nosotros. Y ello es posible gracias a la colaboración de María y José, como nos muestra el Evangelio de este domingo.
Este cuarto domingo por medio de la Palabra de Dios nos pone ante la contemplación del misterio de Dios y nos resalta que el nacimiento de Jesús se debe principalmente a Dios. No olvidamos que Jesús se hizo plenamente hombre, como nosotros; nacido del linaje de David, en lo humano. Aspecto histórico que se resalta mucho en otras lecturas de otros días (V. G.: el evangelio de la genealogía de Jesús) y que es muy importante. Pero esta celebración quiere destacar que la divinidad entra en el mundo y el ser humano puede tener distintas actitudes, a la hora de acogerlo: Acáz y María y José
Podemos redescubrir que Dios viene a la historia de la humanidad por su propia iniciativa; es Él el que hace el primer acercamiento al ser humano. Quiere llevar adelante su plan de salvación con la colaboración de las personas. El plan de Dios camina incuestionablemente hacia delante; pero lo fundamental para nosotros hoy, es preguntarnos si cada uno estamos dispuestos a colaborar con Dios o vamos a hacer lo ‘imposible’ porque su plan se retrase.
Ante esta contemplación creo que hoy nos hemos de preguntar cada uno de nosotros: ¿Dejo que el Misterio que es Dios irrumpa en mi vida o le pongo cortapisas? ¿Dejo que Dios se apodere de mi o le tengo limitado el campo de actuación? ¿Me pongo en las manos de Dios? ¿Tengo fe, es decir confío plenamente en Dios? ¿Cómo se traduce en mi vida la fe que tengo? ¿En qué se nota? Son preguntas fundamentales para disponer el corazón a acoger el Misterio del Dios-con-nosotros, pues no hay mejor manera para ultimar nuestra preparación a celebrar verdaderamente y con autenticidad el Misterio de la Navidad que disponiéndonos interiormente a colaborar con el plan de Dios respondiendo a sus llamadas.
Y hoy se nos muestra el ejemplo de José que vive un Adviento muy especial. Cuando espera radiante de felicidad el día de la entrada de María en su casa, se encuentra con la sorpresa del estado de María. María no viene sola, viene con una criatura en su vientre. Toda su ilusión y alegría, se transforma en confusión y preocupación. José no entiende nada. Sufre. José tiene dos cosas claras: que la criatura que está en el vientre de María no es suya, y que la mirada de María es limpia.
José quiere por encima de todo vivir y colaborar con la voluntad de Dios, y discierne. Por eso en un primer momento <<decidió repudiarla en privado>>, se quiere poner a un lado, no estorbar a los planes de Dios, porque hay un misterio que le supera. De José aprendemos a no buscar el interés personal a toda costa tomando decisiones desde la pura emotividad. El discernimiento de José nos enseña que la voluntad de Dios es siempre buena para mí, para ti, y para los que nos rodean.
A José le llega la luz a través de un sueño. <<no temas acoger a María, tu mujer… Dará luz a un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús>> A José le llega su particular vocación por la cual acepta una misión que no entraba en sus planes iniciales y se deja complicar la vida por Dios.
Cuando decimos Dios complica la vida estamos diciendo que Dios nos hace salir de nosotros mismos y nos da la gracia, las fuerzas, para la misión que nos confía, una misión que nos hará bien no solo a nosotros mismos sino hará bien a todo nuestro alrededor.
San Juan Pablo II decía que la fe de María se encontró con la fe de José. Todo un ejemplo para cada uno de nosotros .
Hermanos y Amigos, el Tiempo de Adviento, y de una manera especial estos últimos días, es un tiempo maravilloso para asumir, como María, José, San Pablo, los Santos…el proyecto de Dios con humildad y confianza. Es un tiempo precioso para abrirle al Señor que llama a la puerta de nuestro corazón, de nuestros hogares, de nuestras Comunidades parroquiales, de nuestras Comunidades religiosas, para que podamos acoger a Aquel que es nuestra esperanza, al Señor que viene a ser nuestro Compañero de Camino, nuestra Luz, nuestro Buen Pastor, el que viene a darnos la Vida Eterna.
Y es que, hermanos y amigos, va llegar quien es nuestra Esperanza, el que viene a Salvarnos, Jesucristo, Dios hecho hombre, y viene para establecer una nueva y definitiva alianza con nosotros y hacernos que vivamos en plena comunión con Dios.
Y ante esta llegada María y José nos enseñan como disponernos a acogerle. María y José no entienden, se hacen preguntas, no comprenden todo lo que sucede. Y hoy Dios le dice a José no tengas reparos, fíate. Si María escuchó al arcángel en la anunciación, José va a escuchar al ángel en su sueño. Los dos ponen toda su confianza en Dios y porque se fían viven la esperanza. El “Sí” de María es fundamental para la obra de la salvación, el “si” de José hace posible que la maternidad de María se pueda llevar a cabo en un contexto de normalidad necesaria para que Jesús pueda “crecer”. Es necesario que cada uno de nosotros, que también dudamos, que también nos hacemos preguntas, escuchemos a Dios, y confiemos plenamente en Él, y esperemos que Él cumpla su Palabra.
Ser salvados no significa caminar por un sendero llano: exige de cada uno de nosotros la disponibilidad a dejarse modificar en pensamientos, proyectos, opciones. El justo en la Biblia es aquel que permanece firmemente anclado en Dios, a pesar de los pesares, aunque tenga que quedarse solo. Y esto es lo que vemos sucede en María y José. Y esto es lo que ha de suceder en nosotros para vivir cada día con más autenticidad nuestro ser cristiano.
Hermanos y Amigos, así es la fe que se nos pide para preparar la venida del Señor: que dejemos a Dios entrar en nuestra vida, que nos influya en todos los momentos de la misma, que nuestra fe le ponga a Él en primer lugar. ¿Cómo va a nacer Dios en nuestra vida si no le hacemos un hueco, si entendemos que va a ser un intruso en nuestra vida, si queremos no ‘complicarnos’ la vida, si buscamos las soluciones por otros criterios que no son los de Dios?
Aprovechemos estos últimos días del Adviento a disponernos, a disponer el corazón, celebremos el Sacramento de la Penitencia, si aún no lo hemos celebrado, pues nada mejor que una buena Confesión, y que de verdad sea nuestro corazón, en medio de nuestra vida, el Portal de Belén donde nazca el Dios-con-nosotros y sea verdaderamente Navidad y podamos realmente decir con el Apóstol San Pablo: “Ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres”
Que Santa María y San José nos ayuden a vivir una Santa Navidad.
Adolfo Álvarez. Sacerdote