LA ORACION CON PERSEVERANCIA, ALIMENTO DE LA FE
Seguimos en la Escuela del Señor de la mano del Evangelista San Lucas. El pasado domingo nos invitaba a dar gracias a Dios por los dones recibidos, a ser agradecidos con el Señor por el don de la Salvación. Hoy, en este domingo, la Palabra de Dios nos instruye hoy acerca de la oración de súplica, haciendo hincapié en la perseverancia y la fe (confianza) con que hemos de orar al Señor, no tanto porque de esa forma le importunemos hasta obligarlo a concedernos lo que le pedimos –como parece desprenderse a primera vista de la parábola del juez y la viuda–, cuanto porque, orando sin desfallecer, le damos a entender nuestra entera confianza en Él.
Siempre que escuchamos este evangelio de San Lucas nos debiera de sacudir en lo más hondo de las entrañas esa pregunta, que al final de la parábola del juez injusto, te hace, me hace y nos hace Jesús: “Cuando venga el Hijo del hombre ¿encontrará esta Fe en la tierra?
Jesús utiliza esta parábola que llamamos del “juez injusto” para invitarnos a que perseveremos en la Oración. Y es que necesitamos orar. Santa Teresa de Jesús cuya fiesta hemos celebrado ayer define la Oración como: “Tratar de amistad con Aquel sabemos nos ama”. Y es que la Oración, el diálogo con el Señor y la escucha de su Palabra será nuestro alimento para poder perseverar en la vida cristiana, para vivir en la fe.
Jesús aprovecha el mensaje de esta parábola para estimular a sus discípulos, para estimularnos hoy a nosotros, a cada uno de nosotros, a no desfallecer en nuestra confianza en Dios. Muchas veces las dificultades que nos vamos encontrando en el camino de la vida, fracasos, la enfermedad, las diversas adversidades, pueden provocar en nosotros tristeza, desánimo, ganas de tirar la toalla, por ello hemos de no perder nunca nuestra confianza en Dios, porqué Él nunca nos deja, ni nos dejará en el camino de la vida.
La crisis que estamos padeciendo en nuestra Iglesia y en nuestras parroquias, en nuestra vida de cristianos y en nuestros seminarios semivacíos, en nuestra felicidad y en nuestra forma de vivir se debe en gran parte a que nuestra oración es escasa, mediocre y débil. Muchos cristianos no saben marcar ni cómo conectar con ese número de la oración. Otros, hace tiempo que lo dieron de baja en su agenda telefónica. A otros, nadie se ha preocupado de hacerles sentir y ver el valor de una relación íntima y personal con Dios para que llegasen a conocer aquella experiencia que Santa Teresa de Jesús nos decía y que antes ya cité: “La oración tratar de amistad con Aquel sabemos nos ama”.
La parábola del Evangelio de este domingo nos invita a redescubrir a Dios en toda su bondad. Si un juez injusto es capaz de hacer justicia a una mujer por su insistencia, como se nos dice en la parábola, mucho más Dios. No siempre somos capaces de perseverar en la oración, frecuentemente nos cansamos porque queremos resultados inmediatos y no es nuestro deseo principal la súplica de vivir en la voluntad de Dios.
La oración nos lleva a vivir en una relación de amor con Dios. No acudimos, cuando rezamos, a un dispensador de soluciones, sino a Alguien que nos ama y que quiere que su amor llegue a todos los hombres. Nos dice San Agustín: “Dios te reserva lo que no te quiere dar de inmediato para que aprendas a desear vivamente las cosas grandes. Por tanto, conviene orar siempre y no desfallecer. En medio de la multitud de los males del mundo actual no nos queda otra esperanza que llamar en la oración, creer y mantener fijo en el corazón que, lo que tu Padre no te da, es porque no te conviene. Tú sabes lo que deseas; Él sabe lo que te es provechoso”.
A través de los Evangelios podemos ver como los Discípulos fueron testigos de que la oración centró toda la vida de Jesús y toda la misión de Jesús. En los momentos principales de la vida de Jesús la oración está presente: desde su bautismo en el Jordán, donde se dice que <<mientras oraba, se abrieron los cielos, bajo el Espíritu Santo sobre él…>> hasta su muerte en la cruz cuando expira en la cruz con una oración:<<Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu>>. También cuando tiene que tomar alguna decisión importante iba a orar, así cuando la elección de los Doce pasó la noche en un lugar solitario orando.
Este testimonio nos tiene que ayudar a descubrir en Jesús un maestro de oración para nosotros hoy y nos ayude a que crezcan en nosotros actitudes como la paciencia ante las adversidades, la constancia y la perseverancia en su seguimiento, que siempre confiemos en Él.
El Santo Cura de Ars a un joven sacerdote que, aparentemente, no veía frutos pastorales en su vida pastoral le apostillaba: ¿no será que no rezas con fe? ¿No será que no lo haces frecuentemente? ¿No será que no lo haces con insistencia? Fe, frecuencia e insistencia son tres termómetros que ponen sobre la mesa la verdad y la profundidad de nuestra oración.
Hermanos y Amigos, la oración nace de la fe y alimenta, a su vez, la fe. Es la fe, la confianza plena en la bondad y misericordia de Dios la nos mueve a acudir a Él en toda necesidad. Es la experiencia de su amor, experiencia alimentada por medio de la oración, la que nos mueve a trabajar para que este amor y esta misericordia la experimenten los demás, los que están a nuestro alrededor, los que no conocen al Señor.
Del mismo modo que Moisés en la montaña de Refidín oró en el fragor de una batalla, como nos muestra hoy la primera lectura, hoy nosotros estamos llamados a vivir el combate a favor de la justicia en un mundo lleno de leyes injustas. Y ello por medio de la Oración donde presentamos a Dios el grito de los hermanos que sufren y donde recibimos la fuerza para dar una respuesta eficaz y fuerza para tener siempre un comportamiento cristiano. No hemos de olvidar que la oración, como ha de ser siempre sincera, nos compromete. Pedir a Dios por los pobres, los hambrientos, los enfermos, los abatidos, etc. significa que nosotros queremos hacer algo por ellos y debemos hacer algo por ellos, pues la oración verdadera siempre nos hace salir de nosotros mismos.
Hermanos y Amigos, la Oración, como toda nuestra vida cristiana, ha de estar empapada de la Palabra de Dios, por su escucha, por su contemplación, por conocimiento, como nos exhorta hoy San Pablo en la segunda Carta a Timoteo: “ellas (Las Sagradas Escrituras) pueden darte la sabiduría que conduce a la salvación por medio de la fe en Cristo Jesús”
Hermanos y Amigos que cuidemos mucho la Oración, nuestro trato de amistad con el Señor, cada día. Que confiemos cada día más en el Señor. Y que esta Oración sea motor para llevar adelante la misión de anunciar a nuestro alrededor a Jesucristo y así muchos se encuentren con Él y le descubran presente en sus vidas y que es la fuente de la felicidad auténtica.
¡Feliz Domingo!
Adolfo Álvarez. Sacerdote