CRISTO PROFETA, MODELO PARA NOSOTROS EN TODO MOMENTO
En este Domingo la Iglesia, cada uno de nosotros, reza suplicando: “Señor Dios nuestro, concédenos adorarte con toda el alma…” (Misal Romano). Adorar al Señor es reconocerle como Dios en nuestra vida, es un don suyo, no es algo a lo que llegamos desde nuestras solasfuerzas ni desde un saber intelectual. Adorar al Señor es un acto de fe. Para adorar al Señor tenemos que conocerle, tenemos que amarle. y saber cuál es su voluntad. La Palabra de Dios nos ayuda a conocer más al Señor, a descubrir cuál es la voluntad de Dios.
Y en esta misma Oración, también, la Iglesia suplica, cada uno de nosotros pide, “ amar a todos los hombres con afecto espiritual”. Y es que la fuente del amor es Dios, solo bebiendo en esta Fuente divina podemos amar a los demás auténticamente, con un amor al estilo del Señor, con un amor “que no se engríe, que perdona sin límites, que aguanta sin límites…” como nos recuerda hoy San Pablo.
La celebración de este domingo IV del tiempo ordinario es una invitación a descubrir nuestra dimensión profética, que nos viene del bautismo. También a nosotros nos llama el Señor para que anunciemos su Evangelio a todos. De un modo especial se nos recuerda hoy que este Evangelio no es para “los de siempre”, el Pueblo de Israel, sino para todos.
La Palabra de Dios de este Domingo nos presenta dos profetas: Jeremías y Jesús. Cada uno en su ambiente histórico y cada uno con su propia personalidad y misión.
Jeremías es la conciencia crítica de su pueblo desde la palabra de Dios. El profeta es un “ser contra”. Está en contra de todo aquello que se opone a Dios. Denuncia y anuncia. Denuncia toda forma de idolatría e injusticia. Anuncia el querer de Dios, el amor de Dios, la preocupación de Dios por su Pueblo. El profeta denuncia y anuncia porque ama a Dios y todo lo que ama Dios. El profeta vive fascinado por la Palabra de Dios y está poseído por él. Ser profeta es vivir constantemente en peligro permanente, pues puede traer sus dificultades
El profeta, por definición, hace presente la verdad de Dios, pone al descubierto las mentiras y llama a la conversión.
La Iglesia es un pueblo de profetas (“Iglesia profética”) que anuncia la salvación y denuncia con el ejemplo de su vida y con sus palabras lo que no es grato a Dios. Ésta es la misión que cada uno tenemos desde nuestra condición de bautizados.
Jesús comienza su misión en Galilea: en Caná hace un milagro: transformar el agua en vino; en Nazaret, en la sinagoga, comienza a predicar la Buena Noticia. Desde el principio de su vida pública queda claro que ha venido a anunciar el mensaje del reino a todas las gentes, que es profeta de los gentiles, como Jeremías, Elías o Eliseo.
El Evangelio de hoy enlaza con el del domingo pasado. Jesús había acudido a la sinagoga como era su costumbre los sábados (4,16). Tomó el rollo que le ofrecieron, y leyó el texto de Isaías: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a proclamar el año de gracia del Señor (Is 4,18-19). Este texto del domingo pasado y el de hoy (Lc 4,14-30) se convierte en lo que será el programa de Jesús durante su vida pública, y la predicción de su futuro final.
Jesús explica su misión recurriendo a hechos narrados en el Antiguo Testamento: Elías fue enviado a una viuda de Sarepta, en Sidón; Eliseo a un leproso de Siria, a Naamán; es decir, Jesucristo es enviado, como los profetas, también para los extranjeros, para los gentiles.
La reacción de los oyentes, en principio, parece positiva, pero pronto comienza la sospecha y la reacción en contra, se escandalizan, Jesús es rechazado en su propio pueblo, en Nazaret. Sus vecinos le dicen a la cara: pero si tú eres el hijo de José (cfr. v.21), qué nos vas a enseñar a nosotros, pero si te conocemos de sobra, dedícate a hacer puertas, todo menos darnos lecciones sobre la Ley… Las expectativas mesiánicas de los vecinos de Jesús no coincidían con lo que estaban viendo y oyendo: acogía a los pobres, ciegos, privados de libertad, etc. y además había omitido una frase en la lectura que acababa de hacer, frase que para ellos era fundamental: para proclamar un día de venganza de nuestro Dios (Is 61,2).
Cuando alguien nos resulta agradable o simpático, todo lo que haga o diga (aunque resulte ser un disparate) nos puede parecer bueno y noble. Por el contrario, cuando una persona se nos coloca “entre ceja y ceja” aunque diga una gran verdad o realice grandes maravillas, nos resulta difícil encomiar o valorar su labor. Nada, de lo que nos diga, logrará disipar ciertas dudas. Somos así. Las cosas, según quien las hace o las mentiras las damos por buenas o malas, falsas o verdaderas. ¿Por qué somos así? Jesús, desde el principio, padeció en propia piel la dureza del corazón y la obstinación de los suyos. Y es que, muchas veces, es más difícil llevar un mensaje a los de la propia casa que a aquellos que viven en la de enfrente. Jesús se encuentra que en su pueblo les faltaba fe y por ello allí no puede obrar ningún milagro.
Hermanos y amigos el Evangelio de este Domingo nos llama a purificar nuestro corazón y a no buscar en la religión, lo que nos satisface, sino a buscar la voluntad de Dios, acoger aquello que Dios nos quiere dar.
Los textos litúrgicos de hoy nos ofrecen la posibilidad de hacernos varias preguntas y de plantearnos con seriedad nuestra vida cristiana: ¿quién es realmente Jesucristo para mí, no tanto en la teoría sino en la práctica? ¿Veo y acepto mi vida cristiana asociada a la cruz de Jesucristo? ¿Cuándo Dios no se acomoda a mis planteamientos, acepto que las dificultades y sufrimientos no me podrán, porque Dios está conmigo? (Jr 1,19).
La voluntad de Dios es nuestro bien, el secreto de nuestra felicidad. Sólo acogiendo la voluntad de Dios podemos vivir la caridad de la que hoy San Pablo nos habla en la segunda lectura. Se nos recuerda que la caridad no es envidiosa, ni egoísta, no lleva cuentas del mal, no presume ni se engríe. La fuente de esta caridad es Dios, donde hemos de beber para vivir la caridad en la vida de cada día. Por esto necesitamos volver a la experiencia primera del amor de Dios. El corazón que está lleno del amor de Dios se alegra por el bien de los demás.
Hermanos y amigos, La tarea de ser fiel al programa de Jesús siempre irá acompañada del rechazo, pero esto no impedirá que siga el camino hasta su consumación. Ello nos ayuda a nosotros a no dejarnos vencer por las dificultades. Como a Jeremías, Dios nos ha llamado a cada uno de nosotros. Podremos tener dudas, ser incomprendidos, perseguidos, ignorados, pero si nos fiamos de Dios, él nos acompañará y será quien guíe nuestra vida. Este es el trasfondo de la liturgia de hoy: Ellos te combatirán, pero no te podrán, porque contigo estoy para protegerte (Jr 1,19). Dios nos ha hablado y nos ha llamado a anunciar su amor a los jóvenes, a las familias, especialmente a los más pobres. Releamos nuestra historia y encontraremos en ella las huellas de Dios y escuchemos su voz que nos dice: No les tengas miedo, que yo estoy contigo (v.1,17).
Hermanos y Amigos, el Señor es, lo ha de ser siempre, nuestra esperanza y en Él hemos de tener siempre puesta nuestra confianza plenamente. Qué importante es que, cada uno de nosotros, la Iglesia, en medio de incomprensiones y empujones (como el mismo Cristo lo vivió en propias carnes) sepa abrirse paso en medio del griterío y del poder mediático para seguir cumpliendo su misión. Y, esa Iglesia, somos nosotros. No lo olvidemos.
Pidamos hoy al Espíritu Santo que nos haga experimentar en nuestros corazones el inmenso Amor que el Señor nos tiene y vivamos este Amor para con todos al estilo del Señor y así vivamos la misión profética que hemos recibido en el Bautismo nunca sucumbiendo ante las dificultades y uniendo nuestros sufrimientos a los que Cristo experimentó por ser fiel a la voluntad del Padre.
¡¡Feliz Domingo!!
Adolfo Álvarez. Sacerdote