LOS SANTOS
UN ESTIMULO CON SU EJEMPLO
Y UNA AYUDA CON SU INTERCESION
¡Cómo se alegra la Iglesia y cada uno de los fieles hemos de alegrarnos al celebrar la Solemnidad de Todos los Santos! Con la belleza de un cielo palpitante de estrellas, inagotable constelaciones, la Iglesia de los santos del cielo brilla e inunda con su luz a la Iglesia de los fieles de la tierra, nos inunda a cada uno de nosotros. En este día, en esta Solemnidad, celebramos a todos aquellos que siguieron a Jesucristo, la deslumbrante fiesta de Todos los Santos. Festejamos la Iglesia del Cielo que desborda de luz, alegría y esperanza por esa “muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y del Cordero, con vestiduras blancas y palmas en sus manos” (Ap 6,9).
Son innumerables los testigos fieles del Evangelio, los seguidores de las Bienaventuranzas. Hoy celebramos a los que han sabido hacerse pobres en el espíritu, a los sufridos, a los pacíficos, a los defensores de la justicia, a los perseguidos, a los misericordiosos, a los limpios de corazón.
Esta Solemnidad de Todos los Santos es el reflejo de aquellos que han sabido tomarse en serio las cosas de Dios. Es el día en que veneramos y cantamos la gloria de aquellos para los cuales Dios, lejos de pasar de refilón, cambió su vida y facilitaron su paso a través de ellos para los demás. Al fin y al cabo ¿un santo no es sino aquel que mejor nos hace comprender, ver y entender la presencia de Dios en medio de nosotros? Ser santo es amar a Dios; la verdadera santidad no es más que vivir la verdad de nuestro Dios y su amor; es nuestra voluntad unida a la De Dios.
La santidad es un don y una tarea. Hay una parte que depende de Dios, su Gracia viene en nuestra ayuda, y que hemos de estar abiertos a recibirla con gratuidad; y hay otra parte, que es tarea nuestra, requiere de nuestra colaboración con la Gracia. No hemos de olvidar que la santidad es la vocación a la que todos estamos llamados. ¡Los Santos nos lo recuerdan!.
Hermanos y Amigos En un mundo en el que no abundan las noticias positivas, ni los modelos de vida coherente, vale la pena subrayar lo que significan y representan los Santos: un regalo de Dios a la humanidad, el mejor don del Espíritu a su Iglesia. Papas y niños, mártires y religiosos, fundadores y laicos, reyes y sencillas madres de familia, doctores de la Iglesia y legos de un monasterio desconocido, jóvenes y mayores, todos ellos han asumido el Proyecto de Jesús, el camino de las Bienaventuranzas, y lo han realizado con fidelidad. Todos salvados en Jesucristo, todos bautizados, miembros del Cuerpo de Cristo, que han peregrinado por este mundo viviendo según el Evangelio y han alcanzado la salvación eterna. Todos ellos forman la Jerusalén celeste, de la que nos habla en la Liturgia de este día el Libro del Apocalipsis, la ciudad del cielo, para referirse a la meta de toda vida cristiana, que es Dios mismo.
Esta Solemnidad quiere avivar en nosotros el recuerdo de todos aquellos que vivieron y murieron en la fe y la esperanza de la Vida Eterna y ya participan de la Gloria de Dios. Los Santos son ejemplo para nosotros de vidas entregadas a Dios y a los demás. Ellos forman parte de nuestra historia, de nuestra humanidad, ellos de carne y hueso como nosotros, con limitaciones y tentaciones supieron acoger a Dios en sus vidas desde los valores de las Bienaventuranzas. Con el testimonio y coherencia de su vida, nos están demostrando que sí es posible superar las tendencias del mundo y programar nuestra vida según Dios, apoyados, eso sí, en la fuerza de su Espíritu.
Los santos nos ayudan a ser más conscientes de la familia a la que pertenecemos: somos hijos de Dios, hemos sido redimidos por Cristo. Nos viene bien aquí recordar que en la exhortación Apostólica sobre la llamada a la Santidad el Papa Francisco nos lanza un reto a cada uno de nosotros: “Deja que la gracia del Bautismo fructifique en un camino de santidad…elige a Dios una y otra vez”.
Y nos preguntaremos ¿cuál es el camino que han asumido estos hombres y mujeres? Y el Camino es la misma Persona de Jesucristo que nos deja como pistas para recorrer las Bienaventuranzas. Cada una de las Bienaventuranzas es expresión de un camino de santidad. Por eso escuchando y contemplando las bienaventuranzas caemos en la cuenta de que cuando dice: <<dichosos los pobres en el espíritu, los que lloran, los sufridos, los que tienen hambre y sed de la justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz, los perseguidos…>> bastaría con decir: <<Dichosos los santos>>.
Hermanos y Amigos, los Santos testimoniaron a Jesucristo y asumieron como valores fundamentales para vivir el seguimiento de Jesucristo, los valores de la Bienaventuranzas. Con su ejemplo nos están diciendo que con la ayuda del Espíritu las Bienaventuranzas son camino de felicidad, no son ningún código de leyes, y que siguen teniendo valor: la humildad, la apertura a Dios, la pureza de corazón, la actitud de misericordia, el trabajo por la paz… ¡merece la pena!
A propósito de las Bienaventuranzas como pistas en el camino de la santidad nos dice el Papa Francisco: “Las Bienaventuranzas son una ruta de vida: no se nos exigen acciones sobrehumanas, sino que imitemos a Jesús cada día…Las bienaventuranzas no son para superhombres, sino para quien afronta los desafíos y las pruebas de cada día”
Hermanos y Amigos, celebremos con gozo esta gran fiesta de nuestros hermanos, como rezamos en el prefacio de la Misa, “los mejores hijos de la Iglesia” y vale la pena que nos dejemos iluminar y llenar de ánimos por su ejemplo.
Este día de festejar la Solemnidad de Todos los Santos nos ha de dejar una frase de estímulo y de futuro: ¡AÚN ES POSIBLE! Posible un nuevo mundo y, posible, vivir el ser hijo de Dios en un mundo que nos invita a olvidar todo lo eterno. ¡AÚN ES POSIBLE!.
Hermanos y Amigos que los Santos nos ayuden a todos a ser cada día más auténticos y coherentes en nuestro caminar cristiano. Recordemos en este día y sigamos una recomendación de San Bernardo: “No seamos perezosos en imitar a quienes estamos felices de celebrar”.
¡No desfallezcamos! ¡El Espíritu Santo nos da su fuerza y quiere modelarnos a imagen de Cristo como modeló a los Santos, ¡dejémonos modelar y alentar a seguir en camino hasta alcanzar la meta que ellos alcanzaron: el cielo, la nueva Jerusalén!
Adolfo Álvarez. Sacerdote