JESUS, ALIMENTO DE VIDA ETERNA. ¡NECESITAMOS CREER EN ÉL!
Seguimos en estos domingos de este mes de agosto contemplando, meditando y reflexionando la Palabra de Dios, que la Liturgia de estos Domingos nos ofrece: el capítulo 6 del Evangelio de san Juan, que conocemos como “el Discurso del Pan de vida”.
La pedagogía que utiliza el evangelista es la de mostrarnos al único Dios, que se manifiesta en Jesucristo. La verdad de Dios se nos ha encarnado en Cristo.
Todo se inició tras el milagro de la multiplicación de los panes, ya que quien había sido capaz de multiplicar el pan para dar de comer a cinco mil personas, podía también hacerse alimento Él mismo para saciar el hambre del espíritu. Y ésta era, efectivamente, la afirmación central que escuchábamos, contemplábamos y meditábamos en el Evangelio del pasado domingo: Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás (Jn 6, 35).
Afirmación desconcertante e inaudita, a la que Jesús, ante la crítica de algunos de aquellos que le escuchan, añade hoy esta otra: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo”(Jn 6, 51).
Toda la vida del cristiano está llama-da a ser una reproducción de aquélla de Cristo. Así lo nos lo recuerda hoy San Pablo: «Sed imitadores de Dios», en la segunda lectura de este domingo. Esta imitación del Señor se concreta, por un lado en el esfuerzo en la vida moral: «Desterrad… la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda maldad. Sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó»; y, por otro lado, en la dimensión sacramental de la existencia; es decir, en asumir todo ello como una oblación al Padre: «Vivid en el amor como Cristo os amó y se entrego por nosotros como oblación y víctima de suave olor»
Para lograr esta vida cristiana auténtica es necesaria la ayuda de la gracia divina. Gracia divina que nos viene por el Pan de la Vida, por la participación en el Sacramento de la Eucaristía, Alimento fundamental para nuestra fe en Cristo, para nuestro vivir en cristiano. Impresionaba hace algunos años cuando en Irak, una niña de 8 años, hacía esta profesión de fe: “Matadme si queréis, pero no puedo dejar de recibir a Jesús en la misa.”
En el Evangelio de este Domingo se nos hace caer en la cuenta de la importancia y la necesidad de la Fe en Cristo. La afirmación antes citada tiene detrás una fe profunda en Jesús. Todo el Discurso del Pan de vida nos está descubriendo el Pan que Dios ha enviado para saciar el hambre de la humanidad, ese pan es Jesús, y creyendo en Él tenemos vida: “El que cree tiene vida eterna”. Dos afirmaciones: “Creer” y “vida eterna”.
Hermanos y Amigos, Cristo Jesús es nuestro Maestro. Escucharle, creer en Él, aceptarle como nuestro Guía y Pastor, es el camino para la verdadera sabiduría. Hoy Jesús nos insiste en que hay que creer en Él para tener vida (hay que tener FE). Los verbos que aparecen en el pasaje evangélico son «ver», «venir», «creer».
La vida que nos trae Jesucristo es vida eterna en el cielo, vida para siempre “El que coma de pan vivirá para siempre”; pero también es vida plena aquí en la tierra, “el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo”.
Por ello hemos de preguntarnos hoy con sinceridad:
-¿Es pan de primera, Cristo, en las mesas donde nos sentamos?
-¿Es pan de verdad, Cristo, en nuestras conversaciones?
-¿Es pan de justicia, Cristo, en nuestras obras?
-¿Es pan de silencio, Cristo, en nuestra oración?
-¿Es pan de misericordia, Cristo, en nuestra dedicación a los demás?
Porque, amigos y hermanos, es en los momentos más delicados de nuestro día a día, en los momentos culturales, sociales, políticos o familiares diarios, donde se demuestra o no, se ve o se disimula, se transmite o se oculta la verdad de nuestra fe en Jesucristo. Ya dice el refrán castellano: “de lo que rebosa el corazón habla la boca”.
Y es que hoy a nosotros nos sucede como al Profeta Elías que se sintió cansado y sin fuerzas para continuar el camino, también nos sentimos cansados, desorientados en nuestro desierto particular, buscando sentido a la vida, nos sentimos sacudidos por la ventolera de tantas ideologías, aturdidos ante la pérdida de valores y buscamos un maestro que dé respuesta a tantas dudas… Ante todo esto necesitamos hoy oír que se nos dice: “Levántate, toma y come”. Y ¿quién nos los dice?.
Hermanos y Amigos: tenemos quien nos lo dice: Cristo Jesús, nuestro Maestro. Si creemos en Él, tiene futuro nuestra vida. Si creemos en Él, construimos sobre tierra firme. Si nos dejamos iluminar por su luz, acertaremos para llegar a la meta. Necesitamos que el Señor con la fuerza de su Espíritu nos purifique el corazón y los ojos de nuestra alma para mirar con más atención hacia Cristo y escuchar más su voz, revisando y refrescando nuestras convicciones.
Sólo desde una convicción, nuestra fe profunda en Jesús, podremos llevar adelante nuestra misión de bautizados. Comenta San Francisco de Sales que en nuestro caminar siempre nos lleva o de la mano o en brazos. Necesitamos vivir y sentir esta experiencia de nuevo hoy. Vale la pena hacer caso de la invitación que hoy de nuevo se nos hace a cada uno de nosotros: “toma y come”. Con su luz y su fuerza podremos recorrer el camino que nos toque recorrer, por difícil que sea.
Ser cristiano, más en los tiempos en los que nos encontramos, conlleva una lucha sin cuartel, un estar constantemente planteándonos si merece la pena o no ir de la mano de Jesús. ¿Lo más fácil? Soltarla. ¿Lo más meritorio? Perseverar en esa amistad. Jesús no nos da “gato por liebre”. Recordamos las palabras del Papa Francisco a propósito de esto: “Jesús subraya que no vino a este mundo a dar algo, sino a darse a sí mismo, su vida, como alimento para quienes tienen fe en él. Esta comunión nuestra con el Señor nos compromete a nosotros, sus discípulos, a imitarlo, haciendo de nuestra vida, con nuestras actitudes, un pan partido para los demás, como el Maestro partió el pan que es realmente su carne”.
Recojamos, en lo más hondo de nuestro corazón, estas tres afirmaciones con que termina el pasaje evangélico que hemos leído: Yo soy el pan de la vida… El que coma de este pan vivirá para siempre… El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo (Jn 6, 48 y 51).
Una cosa es cierta: no lograremos descubrir de nuevo al Señor, fortaleciendo nuestra fe en Él, ni podremos caminar por Él y menos aún alcanzar la meta, la Vida eterna, si nos falta este pan. Este es el pan que baja del cielo –nos dice Jesús- para que el hombre coma de él y no muera. (Jn 6, 51). Comulgar, alimentarnos de este Pan, nos es totalmente necesario para vivir en cristiano en este mundo y tener vida eterna con Dios en el cielo. La Comunión tiene que ser para cada uno de nosotros una verdadera necesidad. La Celebración de la Eucaristía no puede ser obligación, ha de ser una verdadera necesidad. El discípulo de Jesús, no lo olvidemos, es cristiano porque permanece unido a Cristo. Y sin recibirle en la comunión es imposible conseguir esta unión permanente con Él.
Hermanos y Amigos, ser comensales del Pan de la Vida no nos deja de brazos cruzados, nos hace ser ofrenda para los demás, la ofrenda del amor fraterno, viviendo el Mandato del Amor. Vivir de este Pan que ha bajado del cielo nos lleva a vivir en el amor, a vivir como un don, como una oblación, que lleve a los hombres y mujeres de nuestro mundo a poder decir de nosotros: “Es más bueno que el pan”.
¡Ánimo y adelante! ¡Feliz domingo!
Adolfo Álvarez. Sacerdote