CRISTO: MORIR PARA VIVIR
LA CRUZ: ENTREGA AMOROSA, LA NUEVA ALIANZA
Estamos en el quinto domingo de Cuaresma, subimos un peldaño más en el camino hacia la Cumbre de la Pascua. La Liturgia Cuaresmal llega al momento más intenso .
Hemos de disponernos a vivir profundamente el Misterio Pascual de Jescrucristo, Misterio central de nuestra fe, adentrándonos en los sentimientos mas profundos de su Corazón. A profundizar en estos sentimientos nos lleva la Liturgia de este Domingo, pues nos introduce ya en los grandes Misterios que vamos a vivir.
Si la cruz es la glorificacion del Padre de parte del Hijo amado y obediente, la resurrección es la glorificación del Hijo por parte del Padre que acepta su ofrenda y lo ama.
Durante la cuaresma hemos ido haciendo un recorrido por la Historia de la Salvación para prepararnos a celebrar mejor la Pascua: la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. En este recorrido hemos recordado hitos como Noé, Abrahán, Moisés y el destierro en Babilonia. En toda la historia del pueblo de Israel se ve una constante por parte de Dios: hacer una alianza con su pueblo y mantenerla, a pesar de las infidelidades del mismo.
La Palabra de Dios de este domingo continúa con la misma idea: Dios sigue siendo fiel a su pueblo y, a pesar del pecado, quiere hacer una nueva y definitiva alianza con su pueblo. Es lo que Jeremías anuncia en la primera lectura, en un contexto de desesperanza, pues el reino del norte de Israel había sido conquistado por Asiria. Esta nueva alianza va a tener de novedad que no va a ser una alianza externa (los mandamientos escritos en piedra), sino que va a ser interior, pues el Señor pondrá su ley en el pecho del hombre, la escribirá en su corazón. Por eso podemos decir que la ley de Dios está escrita en nuestro corazón, en nuestra conciencia. Cada ser humano tenderá espontáneamente a obedecer esa ley.Dios nos habla al corazón, nos ama intimamente.
Pero hay una Nueva Alianza y estamos ante la Nueva Alianza, sellada por Dios con su pueblo y que se realiza en la persona de Jesucristo. Es de lo que nos hablan la segunda lectura y el Evangelio. Nos dice el autor de Hebreos que Cristo “aprendió, sufriendo, a obedecer”, como resumen de lo que Cristo tuvo que soportar para sellar la Nueva Alianza. Sufrió para obedecer la voluntad de Dios. San Juan dice en labios de Jesús, que anuncia su propia muerte, “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto”. Cristo tiene que morir en la cruz para sellar la Nueva Alianza; Cristo tiene que derramar su sangre como señal del nuevo pacto.
La hora de la pasión y muerte es, pues, la hora de Cristo, la hora del cumplimiento de su misión. Toda la vida de Jesús en la tierra está orientada hacia esa hora. Jesús dice: “Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre”.
Lo sorprendente es que, según el Evangelio de San Juan, esa hora decisiva es, al mismo tiempo, hora de la pasión y hora de la glorificación; es la hora en que el Hijo del hombre es “elevado sobre la tierra”.
La elevación en la Cruz es signo de la elevación a la Gloria celestial. La muerte de Jesús, al mismo tiempo que descubre el sentido de toda su vida y su mensaje, es el momento del triunfo de Jesús, porque con ella lleva a cabo la misión que Dios Padre le encomendó. Jesús hace de la muerte lugar de entrega amorosa y por ello abre la muerte a la vida.
Jesús no busca la muerte, lo que busca es hacer la voluntad del Padre. Pero, si hacer la voluntad del Padre, en este mundo pasa por la entrega de la propia vida, fiado en la comunión inquebrantable con su Padre, asume la muerte. Con su entrega, Jesús nos enseña “la ley del grano de trigo”: “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto”. Esta «ley» no solamente se aplica a la muerte física. Indica, más bien, que el camino hacia la Vida pasa inevitablemente por la muerte, el abandono confiado, la renuncia a uno mismo y, confiando en Dios, salir de nosotros, morir a nosotros mismos. Salir como Abrahán, dejando atrás las seguridades.
La Cruz es, de esta manera, la revelación plena del verdadero movimiento de la vida: “quien quiera salvar su vida la perderá, y quien la pierda la encontrará”. Paradójicamente, la verdadera muerte, en el sentido negativo del término, es el rechazo a Dios. La Cruz de Cristo nos revela una manera de morir que se abre a la vida. Lo que queda de manifiesto en este domingo es que la cruz es un momento necesario, que la muerte es un camino por el que hay que transitar, que la muerte engendra Vida. Quizá esto lo tendríamos que aprender bien, lo tendríamos que saber, que asumir: “El grano de trigo sólo da fruto si muere”. Conociendo esta verdad se nos harán más llevadero el afrontar la muerte, las cruces, los sufrimientos que se nos van presentando. Conociendo esta verdad podemos encarnarla en nuestra vida concreta.
Hermanos y Amigos, ya a las puertas de la Semana Santa, hemos de revivir de nuevo que Jesús da su vida por nosotros y que esta buena noticia, este Acontecimiento de Salvación, Dios nos la hace llegar al corazón de cada uno y ha de convertirse en vivencia real de sentirnos amados y transformados por el mismo Cristo.
Hermanos y Amigos, somos invitados a parar y revisar nuestro seguimiento de Jesús para evitar seguir a un Mesías hecho a nuestra medida, a la medida de cada uno, pero que se puede alejar del Cristo del Evangelio, del Cristo que se entrega por nosotros.
Hermanos y Amigos, hemos de ahondar y comprender un poco más desde la fe que la Cruz y la resurrección son las dos caras de un Único Misterio: la cara dolorosa y la cara gloriosa de la Nueva Alianza, sellada con la Sangre de Cristo. El nuevo camino inaugurado por la vida y muerte de Jesús es el camino de la fecundidad; es el camino para ganar la vida, perdiéndola. Es el itinerario de todo cristiano. Por eso, en ningún sitio como en su muerte se revela la verdad y la gloria de Jesús, que es la de Dios.
Que el ejemplo de Jesús nos estimule en nuestra entrega. Que nuestra vida sea una siembra de lo mejor de nosotros mismos. Que nuestra vida sea una donación total. Y ello porque quien entiene este acto de amor de Dios entregándose y muriendo en la cruz sabe que su vida ha de caminar hacia este fin: entregarse y amar. Ciertamente seguir a Cristo y vivir su evangelio supondrá la donación de la propia vida, no lo perdamos de vista, y así lo expresa San Agustín: “Si quieres tener vida en Cristo, no temas morir por Cristo. No ames (tu alma) si no quieres perderla; no la ames en esta vida para no pederla en la eterna”.
Y que con esta donación ayudemos a que otros puedan descubrir a Jesús presente en sus vidas y ayudandoles a vivir la Nueva y Eterna Alianza que Dios ha hecho con nosotros, su Pueblo.
Adolfo Alvarez. Sacerdote