PREPARAR EL CAMINO AL SEÑOR ,LLAMADA A LA CONVERSION
Vamos avanzando en el camino del Adviento y llegamos al segundo domingo.
La Celebración litúrgica de este domingo segundo de Adviento se caracteriza por ser una invitación a preparar los caminos al Señor que viene; es una invitación que arranca del clamor del hombre que descubre su insuficiencia e incapacidad ante la grandeza y el poder de Dios.
En este segundo domingo la Liturgia pone de relieve a dos figuras: el Profeta Isaías y Juan Bautista, el Precursor.
El Adviento es un pregón de consuelo de amor anunciando por el Profeta Isaías y un tiempo de conversión proclamado por boca de Juan Bautista, el precursor del Señor que nos anima a construir aquí y ahora unos cielos nuevos y una tierra nueva como nos dice la segunda lectura este domingo cuando San Pedro afirma: “Pero nosotros, según su promesa, esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva en la que habite la justicia”.
En el libro de la consolación del profeta Isaías, que hoy leemos y meditamos, encontramos las palabras más significativas del Adviento que se proclaman este domingo: “Preparad el camino al Señor”; un camino que debe abrirse tanto en el mundo y en la Iglesia como en el corazón de cada creyente. Juan el Bautista retomó la palabra de Isaías y urgió a los hombres de su tiempo a preparar el camino del Señor, y así hoy nos dice: “Preparad el camino del Señor, enderezad sus senderos”; ahora su voz resuena en la Iglesia con el mismo motivo.
El Adviento un tiempo de silencio, silencio para escuchar de nuevo la Buena Noticia que Dios nos trae, escuchar para poder preparar el camino al Señor. Y en este preparar camino el Señor el Adviento es también un tiempo de conversión: “que santa y piadosa debe ser vuestra conducta, mientras esperáis y apresuráis la llegada del Día de Dios”.
La impresionante figura de Juan el Bautista y su mensaje de conversión para preparar el pueblo de Israel a recibir al Mesías, domina este segundo domingo y también el tercero de Adviento. Juan, siguiendo lo anunciado por Isaías, como antes ya dijimos, nos llama al desierto, a salir de las ocupaciones que no nos dejan escuchar a Dios, para emprender un camino de conversión exigente y radical, en vistas a recibir al Esperado de las naciones y ser dignos de Él. También en la segunda lectura de este domingo de Adviento, San Pedro nos invita a esperar y apresurar la venida del Señor, no por medio de acciones revolucionarias sino a partir de una conversión de cada persona que amplíe el ámbito del reinado de Dios. María, como contemplamos estos días de preparación a la Solemnidad de la Inmaculada, fue el primer territorio ganado y preservado para este Reino; ahora nos toca a nosotros llevar una vida como la de ella: santa y piadosa, es decir, llena del amor de Dios.
De Juan se dice que era «una voz en el desierto», San Marcos en el Evangelio de hoy nos lo presenta y nos lo presenta para que escuchemos su voz y preparemos camino a Cristo que es la Buena Noticia que viene a salvarnos. San Marcos, identifica la voz que clama en el desierto con la persona de Juan el Bautista. Y nos lo presenta en el desierto, un lugar de prueba, de revelación, de encuentro personal, a solas, con Dios. Las vestimentas son las propias de un profeta. Su alimentación es la única que el desierto puede ofrecer, libre de manjares y otras seguridades. El mensaje que predica es la conversión de los pecados. La gente que acudía a él, lo hacía ansiosa de una religión diferente, distinta al judaísmo oficial. Juan realiza un rito de purificación con el agua del Jordán sobre aquellos que acuden a él y, sobre todo, les anuncia la llegada de otro que los bautizará de otra manera. Su llegada inaugurará una nueva creación, un tiempo nuevo presidido por la paz, el derecho y la justicia.
En este Adviento de este nuevo Año Litúrgico se hace necesario escuchar la voz y el mensaje del Bautista, para prepararnos a recibir al Señor Necesitamos ir al desierto para escuchar palabras auténticas por encima de los gritos de la vida cotidiana. No nos podemos distraer. Es difícil mantener la tensión de “llega el Señor” “viene el Señor”. Y es difícil entre otras cosas porque corremos el peligro de caer en la rutina, en la repetición de gestos, en la abundancia de palabras pero sin sentimiento. Por ello hemos de escuchar con novedad la llamada que Juan Bautista nos hace poniendo de relieve de nuevo al Profeta Isaías.
Hermanos y Amigos, del mismo modo que en el primer milenio antes de Cristo el pueblo judío se dispuso para recibir al Mesías, así nosotros debemos prepararnos para acoger su segunda venida, su retorno glorioso cuando vuelva para llevar a plenitud su reino. La vida de muchas personas, la nuestra también quizá, es un desierto. El ir y venir, subir o bajar, trabajar y disfrutar o el movimiento al que estamos sometidos cada día, un ritmo en muchas ocasiones es vertiginoso, hace casi imposible el detenerse para saber y palpar que Dios viene a nuestro encuentro. Por eso, en este 2º domingo de Adviento, con el profeta Isaías y con san Juan Bautista, sentimos que “en ese desierto”, “en esa realidad dura” que nos toca vivir, es donde tenemos que construir un camino para el Señor. Por ésto el Adviento vivido con intensidad nos invita a pararnos y a los cristianos, a cada uno de nosotros nos vacía, nos esponja, nos sensibiliza: ¿Qué estás dispuesto a realizar para que tu vida sea un camino para Dios? Porque hay dos clases de desierto: uno, el que no deja que nazca nada bueno en torno a nosotros y, aquel otro, que posibilita un encuentro con nosotros mismos, con la fe, con la esperanza, con Jesús que viene, con esa realidad interior que nos abre y nos conduce a la esperanza.
No lo olvidemos ni perdamos de vista: Los caminos, que conducen a una auténtica Navidad, son aquellos que nos hacen vivir y recuperar el sentido más profundo de esos días: Dios sale a nuestro encuentro.
Hermanos y Amigos, hoy resuena de nuevo con intensidad “Preparad el camino al Señor”. Esa la invitación que nos hace hoy el Bautista. Y necesitamos por ello, cada uno, preguntarnos: ¿Qué caminos en mi vida necesitan ser preparados?, ¿cuánta maleza necesito desbrozar?, ¿cuántas piedras necesito quitar? Nos cansamos con nuestros pequeños y grandes egoísmos; nos adaptamos al ambiente y tememos ser distintos; nos integramos en el sistema y acallamos todo lo que suene a cambio. Juan Bautista nos abre los ojos ante esta situación y su denuncia nos hace sentir cosas nuevas.
Hoy ha de resonar en nuestro corazón la llamada a la conversión porque es esencial en este prepararnos para el encuentro con el Señor. En este sentido hemos de reconocer sinceramente que estamos necesitados de conversión, de dar una vuelta al corazón para acoger la Salvación que Dios nos da, para dejarnos consolar por el Señor y acoger este gran regalo que es el Dios con nosotros.
Desde esta invitación de Juan Bautista y desde lo que San Pedro nos recuerda hoy también cuando nos dice: “El Señor…tiene paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie se pierda sino que todos accedan a la conversión”hemos también de revisarnos más profundamente preguntándonos:
• ¿Cómo está nuestra comunión con Dios? Una buena confesión puede significar el no resignarnos a cabalgar con kilos y kilos de defectos, imperfecciones o mediocridades. Una palabra oportuna del sacerdote que nos escucha o nos atiende, nos puede poner en dirección a Belén. ¿Por qué nos cuesta tanto ponernos en paz con Dios a través del Sacramento de la Penitencia?
• ¿Cómo llevamos nuestra vida cristiana? No podemos cobijarnos bajo el famoso paraguas de “lo importante es ser bueno” Entre otras cosas porque, cuando uno lo es, no hace falta que lo diga: se nota. Y, muchas veces, esas expresiones, son un síntoma de que nuestras relaciones con Dios, con la Iglesia, con la comunidad, etc., no están del todo bien. Ojala que en nuestras familias, con nuestros amigos, seamos capaces de impregnar un ambiente con valores cristianos. Estamos llamados como Juan Bautista a ser testigos y abrir caminos al Señor.
• ¿Caminamos al encuentro del Señor? ¿Estamos dispuestos a un cambio? Cuando en un hogar nace un niño, renace la alegría por los cuatro costados; se ponen a punto habitaciones y, hasta las personas, se llenan de un gozo indescriptible. Que no nos cansemos de esperar a un Dios que, cuando es esperado, se convierte en un motivo de esperanza y de renovación.
Hermanos y Amigos, en la Oración que toda la Iglesia reza en este segundo domingo de Adviento pedimos ningún afán terrenal nos impida salir animosos al encuentro del Hijo de Dios y ello porque el camino de cada uno, nuestra propia historia (con grandezas y con miserias incluidas) es la vía que Dios utiliza para venir hasta nosotros. Que nada se interponga en este camino.
Juan Bautista se hizo camino para indicar a otros la llegada de Jesús. Esto, como creyentes, nos debe de interpelar seriamente: ¿somos recordatorio de la llegada de la Navidad o simplemente rito que se repite sin una gran verdad de fondo? ¿Nos diluimos como la sal en el agua? O ¿presentamos a Jesús como Acontecimiento que merezca la pena ser vivido, amado y seguido?
Dejemos que por medio de Isaías, Juan Batista y María en vísperas de la gran fiesta de la Inmaculada, el espíritu de la Navidad sople sobre este viejo tronco que somos cada uno de nosotros y haga resurgir la vida, la vida nueva de Dios.
Feliz y fructuoso Adviento
Adolfo Álvarez. Sacerdote