El Señor nos llama a la Vigilancia, no estar apegados al Tener.
Seguimos en la Escuela del Señor, seguimos en el camino hacia Jerusalén. Jesús va enseñando a los Discípulos, nos va enseñando a nosotros ahora, para indicarnos cómo debemos ir por el camino de aquellos que queremos seguirle, que queremos ser sus testigos hoy en medio del mundo que nos toca vivir. Nos enseña que el Camino no podemos hacerlo de cualquier manera, sino hemos de hacerlo sabiendo ver que no vamos solos y que hemos de hacerlo mostrando el amor y la misericordia de Dios, amor y misericordia que también nosotros experimentamos primero (parábola del Buen Samaritano).
Nos enseña que en el Camino hemos de conjugar oración y acción. Que necesitamos ser para hacer. Y el ser necesita de la escucha de la Palabra de Dios, de ir teniendo los sentimientos y las actitudes del Señor. (Evangelio de Marta y María) Nos enseña a Orar, nos enseña el Padrenuestro, que es una oración para vivir, nos enseña que necesitamos de la Oración y nos enseña a orar intercediendo por los demás, la oración de intercesión. Hoy en este domingo nos enseña la vigilancia para que tener, la codicia, no acapare nuestro corazón y nos dejemos llevar por el afán de tener bienes materiales olvidándonos del ser. Hoy se nos alerta que no podemos caer en la trampa de fundar nuestra felicidad en el tener.
Tenemos que dejar que Dios reine en toda nuestra vida, en todo nuestro corazón, y esto tiene que manifestarse en nuestras obras, en nuestras palabras, en nuestra manera de vivir. Dejar a Dios que vaya entrando su presencia en todos los ámbitos de nuestra vida y actuemos en consecuencia con ello. Por ello hoy se nos invita a interrogarnos sobre ¿Dónde ponemos nuestra felicidad? Y ¿Cómo usamos de nuestros bienes? ¿Estamos obsesionados por el tener? .
Hoy vemos a nuestro alrededor muchas personas, que dicen no encontrar sentido a su vida, vemos personas que se quitan la vida, (Asturias sigue teniendo un número muy elevado de suicidios, es la primera causa de muerte en nuestra tierra), vemos tantas familias rotas por causa de las herencias (nadie quiere nada, pero las desavenencias ahí están y hermanos , padres e hijos que no se hablan a causa de los bienes materiales).
Esto nos tiene que hacer pensar y reflexionar. Cristo no quiere la pobreza, como carencia de lo más necesario para vivir. Cristo quiere que vivamos la pobreza evangélica, es decir que no estemos apegados a las cosas, que nuestra obsesión no sea el tener, el afán de poseer. No se trata de despreciar el dinero o os bienes materiales, no, porque Dios nos ha dado también lo material, se trata de que ni el dinero ni el afán de bienes materiales acaparen toda nuestra atención, sean nuestra obsesión y nos lleven a perder el autentico valor de la vida y de la felicidad. No nos damos la vida ni la felicidad a nosotros mismos, Dios es el Autor de la vida, Él nos regala cada día como don suyo y nos ha hecho administradores de este don y Dios es la fuente de la felicidad auténtica.
Consecuentemente, lo principal es ser rico ante Dios, y no ante los hombres. Ser ricos en buenas obras, y no en cuentas corrientes. Sería una pena que uno “amasara riquezas para sí”, afanarse por conseguir aquellas cosas que cree que le van a dar la felicidad, y no se preocupara de lo más importante que es “ser rico ante Dios”.
El mundo nos invita a una carrera desenfrenada por los bienes materiales, para tener más cosas que los demás y asegurar obsesivamente el futuro. Por ese camino nos convertimos en esclavos de la sociedad de consumo, que crea necesidades siempre nuevas para que gasten. Hermanos y Amigos, el sentido de la vida no es simplemente gozar a tope y pasarlo bien a toda costa. El sentido de la vida es el amor. Solo cuando la vida está orientada desde el amor de Dios y al amor de Dios y a los demás es una vida plena, una vida que merece la pena ser vivida, que tiene pleno sentido.
Mereceríamos que Jesús nos llamara también “necios” e “insensatos”, si desterramos a Dios de nuestra vida, si no nos preocupamos de los demás, si el compartir es un verbo ajeno en nuestro diccionario, si ponemos nuestro futuro en las cosas de este mundo. Si, en fin, como el rico de la parábola almacenamos cosas caducas que nos pueden ser arrebatadas en cualquier momento y nos van a aprovechar muy poco. ¡Qué necia aquella expresión que uno ha oído algunas veces: “a mí que me quiten lo bailado”!. Jesús hoy nos abre el horizonte a una vida plena.
Estemos vigilantes para que así sea, y que esta vigilancia no la hagamos solos sino con la fuerza del Espíritu. Solos no podemos, para seguir al Señor, para poner en práctica sus enseñanzas necesitamos la fuerza de su Amor, el Espíritu Santo, que viene siempre “en ayuda de nuestra debilidad”. Abramos el corazón al Señor, Él sea la fuente de nuestra felicidad viviendo abiertos al amor a Dios y al amor al prójimo. Vivir este amor sea nuestra riqueza.
Adolfo Álvarez. Sacerdote