LLAMADOS A LA MISION: SER TESTIGOS DE CRISTO
En este Domingo XIV del tiempo ordinario la Palabra de Dios continúa adentrándonos en el Misterio de Cristo y hoy nos sitúa en la respuesta a la pregunta ¿Quién es el Discípulo? Se inscribe en el contexto del seguimiento a Jesús que venimos comentando en estos domingos anteriores y donde se nos daba respuesta a la pregunta ¿Quién es Jesús? Jesús es el Señor, es el Rostro de la Misericordia de Dios, es El que nos descubre a Dios como Padre y nos hace gustar y sentir el inmenso amor de Dios para con todos y cada uno de nosotros.
Y este Jesús, como veíamos el domingo pasado, nos llama a seguirle y nos in vita a que nuestra respuesta sea dada con radicalidad. En este Domingo descubrimos que el Señor al llamarnos a su seguimiento, nos está pidiendo confianza plena en Él y nos envía a comunicar a los demás el amor y la misericordia de Dios que nosotros experimentamos. Hoy se nos muestra la misión principal de la Iglesia, y de cada uno de los que la formamos. Esta Misión es Evangelizar. Evangelizar es comunicar a los demás la Buena Noticia del Amor de Dios a todos los hombres. Evangelizar es ser testigos del Señor Resucitado. Jesús hoy nos dice “Poneos en camino….” Y ¿a que nos envía? -Nos envía a hacer realidad lo que hoy se nos anuncia por medio del Profeta Isaías: «Llevarán en brazos a sus criaturas y sobre las rodillas las acariciarán» (Isaías 60,12). «Como a un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo» (60, 13). Todo cristiano, y sobre todo nosotros, estamos llamados a ser portadores de este mensaje de esperanza que da serenidad y alegría: la consolación de Dios, su ternura para con todos. Pero sólo podremos ser portadores si nosotros experimentamos antes la alegría de ser consolados por Él, de ser amados por Él.
Esto es importante para que nuestra misión sea fecunda: sentir la consolación de Dios La gente de hoy, nuestro mundo, tiene necesidad ciertamente de palabras de consuelo, de ánimo, de esperanza, pero sobre todo tiene necesidad de que demos testimonio de la misericordia, la ternura del Señor, que enardece el corazón, despierta la esperanza, atrae hacia el bien. ¡La alegría de llevar la consolación de Dios! – Nos envía a ser portadores de la Paz de Dios, como signo de la presencia del Reino de Dios. Jesús resucitado el primer Don de su Pascua que nos comunica es la Paz. Ser sembradores de la paz de Cristo, que nos ha reconciliado por medio de su Cruz. La paz para nosotros brota del nuevo ser recibido en el bautismo, la nueva vida que brota del agua y del Espíritu.
Nuestro mundo necesita que los creyentes hoy viviendo la experiencia de la reconciliación con Dios, con los demás y con uno mismo, experiencia que celebramos en el Sacramento de la Penitencia, seamos portadores de la Paz auténtica que Cristo nos da. Y para la misión el Señor nos hace car en la cuenta de la situación del mundo: “mirad que os envío como corderos en medio de lobos”, pero para que amemos este mundo y para que la fuerza para llevar adelante la misión para busquemos en Él. Ser testigo de Cristo no es fácil, no podemos serlo desde nuestras solas fuerzas, la misión nos desborda, por eso necesitamos primero rezar por este mundo al Señor, antes de hablar a los hombres de Dios debemos hablar a Dios de los hombres. Poner a nuestro mundo en el corazón de Dios, para ir llevando adelante la tarea.
Y tenemos que tener cuidado que no nos acabemos mundanizando, siendo también nosotros lobos. A este respecto nos vienen bien unas palabras de San Juan Crisóstomo: “Mientras somos ovejas, vencemos y superamos a los lobos, aunque nos rodeen en gran número, pero si nos convertimos en lobos, entonces somos vencidos, porque nos vemos privados de la protección del pastor”. Amigos y hermanos, tengamos una cosa clara: ¡El misterio pascual es el corazón palpitante de la misión de la Iglesia! Y si permanecemos dentro de este misterio, estamos a salvo tanto de una visión mundana y triunfalista de la misión, como del desánimo que puede nacer ante las pruebas y los fracasos. La fecundidad pastoral, la fecundidad del anuncio del Evangelio no procede ni del éxito ni del fracaso según los criterios de valoración humana, sino de conformarse con la lógica de la Cruz de Jesús, que es la lógica del salir de sí mismos y darse, la lógica del amo Para todo esto es muy importante la Oración, vivir unidos al Señor. En el Evangelio hemos escuchado: «Rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies» (Lc 10,2). Los obreros para la mies no son elegidos mediante campañas publicitarias o llamadas al servicio de la generosidad, sino que son «elegidos» y «mandados» por Dios. Él es quien elige, Él es quien llama, Él es quien envía, Él es quien encomienda la misión. Por eso es importante y fundamental la oración.
La Iglesia, nos lo ha repetido muchas veces el Papa Benedicto XVI, no es nuestra, sino de Dios; ¡y cuántas veces nosotros, los sacerdotes, consagrados, los fieles, pensamos que es nuestra! La convertimos… en lo que se nos ocurre. Pero no es nuestra, es de Dios. El campo a cultivar es suyo. Así pues, la misión es sobre todo gracia. La misión es gracia. Y si el apóstol es fruto de la oración, y estamos llamados a ser apóstoles, encontrará en ella la luz y la fuerza de su acción. En efecto, nuestra misión pierde su fecundidad, e incluso se apaga, en el mismo momento en que se interrumpe la conexión con la fuente, con el Señor. Que vivamos hoy con mucha alegría, muy unidos a Cristo, misión apasionante que tenemos de decirle a nuestro mundo: ¡Jesús vive!, en Él está la Salvación. Que comuniquemos hoy con nuestro testimonio de vida el inmenso amor que Dios tiene a todo hombre, a toda mujer, en este nuestro mundo. Pongamos toda nuestra confianza en el Señor y adelante. Adolfo Álvarez. Sacerdote