LA CUARESMA, LLAMADA A LA CONVERSION: DIMENSION PENITENCIAL Y EL SACRAMENTO DE LA RECONCILIACION Seguimos celebrando y viviendo el itinerario de la Cuaresma, Camino hacia la Pascua. En días pasados hemos hablado, reflexionado, de la dimensión Bautismal que tiene el Camino de la Cuaresma y hoy vamos a hacerlo sobre la segunda dimensión que tiene el Camino de la Cuaresma: la dimensión Penitencial .
Tenemos que recordar que las dos dimensiones, la Bautismal y la Penitencial, se enmarcan en el proceso de conversión a la que el Señor nos llama. La conversión cristiana es convertirse al Dios de Jesucristo, pues el agente principal de esta conversión es Dios Padre. No existe conversión sin una adhesión confiada a Él. La conversión es una dimensión permanente y fundamental de la fe. La conversión no es un momento sino que es todo un proceso en la vida del creyente. Vivir en Cristo es un proceso de conversión. Es dejar que Jesucristo entre en todos los lugares de nuestro corazón. Significa una modificación de la forma de pensar que nos lleva al cambio de actuar y hay un cambio de actitud hacia el exterior. En este proceso se da una reorientación de la vida hacia Dios. Siempre insisto yo que ésto (la gracia de vivir este proceso de conversión) es lo que estamos pidiendo cuando rezamos la invocación al Sagrado Corazón de Jesús: “Jesús manso y humilde de corazón haz nuestro corazón semejante al tuyo”. Nuestra fe ha de desarrollarse y fortalecerse gracias a un incesante proceso de conversión, proceso que es obra de la acción del Espíritu Santo en nosotros, de ahí que supliquemos: Danos Señor un corazón nuevo, derrama en nosotros un Espíritu nuevo.
Somos pecadores pero Cristo resucitó y eso significa que no se producen derrotas definitivas en nuestra vida, que no hay vida que esté ya perdida y que no hay mal que sea definitivo. Y es que nuestro pecado puede convertirse y debe convertirse en la “Feliz culpa que mereció tal Redentor” que canta el Pregón Pascual en la Noche Santísima de Pascua. Estamos llamados experimentar en nuestro vivir cristiano aquello que nos dice el Apóstol “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Romanos 5,20) Dios si le dejamos saca bien del mal.
El encuentro con Cristo en nuestro pecado nos hace sentir el inmenso amor misericordioso de Dios, la ternura y el gozo con los que el Señor perdona nuestras culpas y pecados siempre que con humildad los reconocemos. No tenemos que pecar y hemos de luchar contra el pecado pero si pecamos, y pecados, pues somos pecadores, nuestros pecados constituyen una oportunidad para que la misericordia divina se derrame sobre cada uno de nosotros. Después de cada caída no olvidemos nunca, cada uno de nosotros, que el Señor nos espera y que cuando regresamos a Él y le pedimos perdón, le causamos gozo porque a través del pedir perdón le permitimos amarnos inmensamente. Aquí hemos de recordar algo fundamental para vivir la llamada a la conversión una ayuda fundamental: el Sacramento de la Reconciliación o Penitencia. Nada mejor que nos preparemos mediante la Celebración de este Sacramento para vivir con un corazón lleno de la misericordia de Dios a vivir los días Santos que se avecinan. Y nada mejor que redescubramos cada día más la importancia de este Sacramento en nuestra vida cristiana, como medio para crecer en este camino de conversión al Señor.
En el Evangelio de San Lucas nos encontramos con las Parábolas de la Misericordia (capítulo 15 de Evangelio de San Lucas), nos ayudan a descubrir de nuevo la misericordia que Dios tiene siempre con nosotros. Lo escuchábamos y meditábamos el pasado domingo. Es un Dios que nos ama inmensamente, que a través de su Hijo Jesucristo, el cual entrega su vida en la Cruz por el perdón de nuestros pecados, sigue saliendo a nuestro encuentro con los brazos abiertos de su amor. Todos somos pecadores y de alguna manera todos somos un poco el pueblo idólatra, la oveja aventurera que abandona el rebaño, la moneda que se pierde, el hijo que pide la parte de la herencia y se marcha, el hijo que está en casa pero que no tiene experiencia del amor del padre.
Jesús vino a salvarnos. Es la misión que le encomienda su Padre Dios. Por eso cuando caemos en el pecado Jesús nos busca, como pastor que busca la oveja descarriada y al encontrarnos nos carga gozoso sobre su hombro, restaña nuestras heridas, nos devuelve al redil. Jesús nos busca como hace el ama de casa si pierde una moneda que barre y barre la casa. Y es que Dios siempre, siempre, espera nuestra vuelta a casa, y al llegar nos abraza y hasta hace fiesta. Y su perdón es inmenso, nos desborda, como contemplamos en el pasaje de la mujer sorprendida en adulterio que la llevan a Jesús (san Juan 8, 1-11) que vamos a leer y meditar este próximo domingo. El Corazón de Cristo es bálsamo de amor y de perdón para todos nosotros. Cuando acudimos a Él reconociendo nuestro pecado, nos desborda con su perdón y su misericordia. Nos da un baño de gracia y de amor.
Todo ésto lo experimentamos, se produce, en el Sacramento de la Reconciliación. ¡Celebrémoslo! Celebrar este Sacramento, mil veces bendito, es una oportunidad maravillosa para que cada uno de nosotros experimentemos el abrazo del perdón de Dios. Este Sacramento debe ser un sacramento ansiosamente esperado porque es un encuentro muy especial con Cristo, es un canal especial para el encuentro con Dios, para recibir las gracias con las que avanzar en el camino de nuestra conversión a Él. Por ello os invito a todos y me invito a mi mismo a profundizar en el valor e importancia de este Sacramento en nuestra vida cristiana. Es el Sacramento de la Alegría. Alegría producida por el perdón que el Señor nos regala pues hemos de reconocer que es feliz el que se siente perdonado por Dios en lo más profundo del corazón.
Que la celebración de este Sacramento nos ayude en el proceso de conversión y nos disponga a vivir con intensidad y renovados las Celebraciones Pascuales. Amigos y hermanos, sentirse perdonado es sentirse amado por Dios e impulsado a amarle a Él y a los demás como Él nos ama, de modo que un día se cumplan en nosotros las palabras de Jesús a la pecadora: “Tu fe te ha salvado”. ¡Que sintamos esta gracia en esta Pascua que se avecina!