En este día contemplamos el Segundo Cántico del Siervo (Isaías 49, 1-6). Este Siervo es llamado por Dios ya desde el seno materno, es una elección gratuita, para que cumplan sus proyectos de salvación. Estos proyectos son para todos los hombres pues Dios quiere llegar con el don de la salvación hasta los últimos confines de la tierra. Recojamos como primera lección la absoluta gratuidad del amor y de la llamada de Dios.
Es la experiencia de la elección de Dios sin ningún mérito por parte de su servidor. Es un don recibido antes de ser capaz de responder. Tengo que ser consciente de que Dios me amó primero. “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que el nos amó y envió a su Hijo” (1 Jn 4,10). Es bueno contemplar este amor de Dios, sentirlo y agradecerlo. Abramos nuestro corazón al ímpetu del amor de Dios.
Jesús es el Verdadero Siervo, Luz para todas las naciones, el que con su muerte reúne a los dispersos, el que va restaurar y salvar a todos. Este Jesús llama a seguirle a los Discípulos y éstos no van a corresponder todos al Señor como tendrían que hacerlo, así uno se recostará sobre su pecho (Juan) pero uno va a traicionarlo (Judas Iscariote) y otro que alardea de que jamás le fallará y no será así pues le negará (Pedro).
¿Cómo es mi seguimiento de Jesús? ¿Con cuál de estos tres discípulos me identifico?.
A través de la debilidad del hombre representada por los Apóstoles (uno le traicionará y el otro le promete fidelidad y lo negará) Dios es glorificado. Pero esta debilidad al ser asumida por Dios no tendrá la última palabra en la vida del hombre pues será vencida mediante el Sacrificio de Cristo donde contemplaremos la gloria de Dios. La hora de la muerte y la de la resurrección constituyen, juntas, la hora de la gloria, de la espléndida manifestación de Dios, que es Amor.
Y es que, por cada uno de nosotros, que llevamos dentro las tinieblas de Judas, las frágiles corazonadas de Pedro y también el amor de Juan, Jesús no cesa de ofrecerse a sí mismo, porque nos ha amado hasta el extremo. Por ello se trata de que conformemos nuestra voluntad con la correspondencia al amor de Dios, de abrirnos a la experiencia de la Pascua.
Ante ese amor “hasta el extremo” del Señor , nosotros, que también estamos aquejados de la debilidad humana, debemos pedir insistentemente a Jesús que nos ayude a no negarle, a no traicionarle… y si la debilidad nos vence, que nos arrepintamos y volvamos a Él, para que nos pueda preguntar llamándonos por nuestro nombre: “¿me amas?”.
En este Martes Santo reconozcamos nuestras traiciones y depositémoslas ante la Cruz de Cristo y recostémonos en el Señor, como Juan, el Discípulo Amado, para empaparnos de nuevo de su Amor inmenso para con cada uno de nosotros.
Adolfo Álvarez. Sacerdote