Hemos conocido por casualidad a Santa Filomena, su historia es heroica como la de tantos mártires, pero su corta edad, trece años, la hace aún más grande ante nuestros ojos ; el descubrimiento de su tumba en las Catacumbas de Santa Priscila en Roma, así como las revelaciones que le hizo a la beata francesa Madre Maria Luisa de Jesús nos permiten tener el honor de conocerla un poco más, pues gloriosa disfruta hoy en día de la presencia de Cristo en el Cielo.
Corría el año 290 de nuestra era, en la isla de Corfu, Grecia, en una casa de sangre real nace una niña, el día de su bautizo la llaman Filomena (filia luminis) hija de la luz.
En un viaje que el padre se ve obligado a hacer a Roma lleva a su familia, Filomena lo acompaña ; el emperador Diocleciano la vio y la quiso para sí haciendo todo lo posible para ganarla con sus atractivas promesas y con sus amenazas, las cuales fueron inútiles, ella era de Cristo; el emperador acabó por enfurecer y mandó a Filomena a una cárcel de palacio donde fue encadenada. Después de treinta y siete días , en medio de una luz divina , Filomena recibió la visita de la Santísima Virgen que le dijo “Hija Mía, tres días más de prisión, y después de 40 días dejarás este lugar de sufrimiento.”
La primera tortura fue el flagelo, públicamente se la ató a una columna y se la azotó hasta ser una llaga para que se pareciese a su Maestro, tras esto la dejaron en el calabozo para morir pero milagrosamente curó de sus heridas. El emperador quiso hacerle reconsiderar su oferta pero ante su negativa decidió sumergirla en aguas del Tíber con un ancla, de nuevo de forma increíble no pudo ahogarla pues la soga se rompió y su cuerpo fue llevado por ángeles a la orilla del río, muchos paganos se convirtieron en ese momento.
Diocleciano cada vez mas enfurecido ordenó que la arrastraran por las calles de Roma y le dispararan una lluvia de flechas, exhausta y moribunda fue llevada al calabozo donde una vez más milagrosamente fue curada. Entonces ordenó que las puntas de las flechas fueran calentadas en un horno al rojo vivo y con ellas mandó apuntar contra Filomena, esta vez las flechas fueron disparadas, pero luego de recorrer parte de la distancia tomaron la dirección contraria desde donde habían sido lanzadas y seis arqueros fueron muertos por ellas; entonces varios de ellos renunciaron al paganismo y la gente comenzó a rendir público testimonio del poder de Dios que la había protegido. Esto enfureció al tirano, que determinó apresurar su muerte, ordenando que su cabeza fuera cortada con un hacha. Murió a las tres de la tarde de un viernes, imitando una vez más al Maestro amado. La fortaleza y la belleza del testimonio de nuestros mártires es un auténtico consuelo y ejemplo para nosotros los cristianos.