Transcurre el año 1940 y una niña de16 meses llamada Elizabeth Fanning está grave de leucemia. Sus padres la sometieron a un tratamiento con una nueva tecnología para eliminarle a la niña una mancha roja del cuello y una masa que mostraba en la mejilla. Aparentemente el tratamiento fue bien pero tuvo un efecto colateral, leucemia, en grado terminal.
Desahuciada por la medicina su tía sugirió llevarla a ver al padre Fray Solano Casey, en el monasterio de monjes capuchinos de Detroit, contaba en ese momento Fray Solano con 70 años.
Fray Solano les dice que lo único evitar que el poder de Dios opere en nuestra vida son nuestras propias dudas y miedos, indica también a los padres que deben llevar a cabo actos concretos que demuestren confianza total en la bondad de Dios. Les pidió incluso que superasen la tristeza y la ansiedad, que es lo que frustra los designios misericordiosos de Dios. Y como consejo final, les recomendó que dieran las gracias a Dios por todo lo que Él iba a hacer por ellos y por lo que iban a recibir. Entonces, Fray Solano, con voz muy suave, le habló a la pequeña Elizabeth durante unos minutos, y al final le dice con voz tranquila pero confiada: ‘Tú vas a estar bien, Elizabeth’.
Ya en el trayecto de vuelta en tren, la familia notó el cambio en la niña, en la clínica los doctores contemplaron incrédulos que la enfermedad había desaparecido.
El padre Solano Casey nació en 1870 en Wisconsin , Estados Unidos, a los 27 años ingresó como capuchino y tomó el nombre de Solano, en 1904 fue ordenado sacerdote.
Durante el período de la Gran Depresión de 1929 el Padre Solano fundó un comedor social para los pobres y desamparados, que actualmente funciona todavía, hoy bajo el patrocinio de los Padres Capuchinos y de la Fundación que lleva su nombre.
Durante sus últimos días de vida, Fray Solano expresó: ‘Ofrezco mis sufrimientos para que todos sean uno. Ojalá tan solo pudiera ver la conversión del mundo entero’. Enfermo de cáncer, su último acto consciente fue sentarse en la cama y exclamar: ‘Doy mi alma a Jesucristo’; falleció en Detroit, Michigan, el 31 de julio 1957 a la edad de 86 años y está sepultado en el Monasterio de San Buenaventura de la misma ciudad.
Cientos de personas desfilaron frente a su restos mortales durante dos días seguidos, que su ejemplo nos guíe y nos de luz.