AMAR AL SEÑOR UNA CORRESPONDENCIA DE AMOR, CON LA FUERZA DEL ESPIRITU
Seguimos avanzando en la Celebración de la Pascua. Llegamos hoy al sexto Domingo de Pascua.
El tiempo Pascual que estamos celebrando, como un solo día, como un solo domingo de cincuenta días, es un tiempo que nos desborda si lo vivimos y celebramos con plena conciencia de lo que en él estamos recibiendo. Recibimos la inmensidad del Don de Cristo, que nos inunda con sus Dones; la Paz, la Alegría, el Amor y la Misericordia.
Hoy, en la Oración inicial de la celebración de este domingo, pedimos: “continuar celebrando con fervor sincero estos días de alegría en honor del Señor Resucitado, para que manifestemos siempre en nuestras obras lo que repasamos…” Sentir la alegría, sí, la alegría de la Resurrección del Señor. Cristo ha vencido al mal, al pecado, a la muerte, ¡nos ha salvado! Este acontecimiento nos llena de alegría, y Él, vivo y presente en medio de nosotros, nos da la fuerza para vivir como creyentes.
El domingo pasado se nos descubría quién es Jesucristo: “El camino, la Verdad y la Vida”. Y hoy se nos da la clave para vivir esta Camino, esta Verdad y esta Vida. Y la clave es el amor. Ahora bien ¿puede ordenarse amar? ¿Puede obligarse a alguien a amar a otro?.
Y aquí hay que volver a algo que yo repito con mucha frecuencia y es que no es el ser cristiano un cumplir una colección de normas y preceptos. El vivir los Mandamientos, el vivir lo que hoy nos dice el Señor es consecuencia de una experiencia, de un encuentro con Jesucristo Resucitado. No lo olvidemos el paso primero es encontrarse con Jesucristo, es descubrir quién es y que significa en nuestra vida.
De la relación personal con Cristo, “Camino, Verdad y Vida” surge el amor y el seguimiento. Porque no amamos un objeto, no amamos una idea, no seguimos una ideología. Amamos a quien descubrimos que nos ama inmensamente, que es la Fuente de la Vida y del Amor y seguimos a Aquel que ha entregado su vida por nosotros y ahora Resucitado nos llama a participar de su misma vida y a testimoniarle con nuestra manera de vivir y actuar cada día.
Ser cristiano es hacer de Jesús el centro de mi vida y amarle y desde El amar a los demás a su manera, según su ejemplo, ejemplo que nos mostró con el Lavatorio de los pies a sus discípulos.
En cierta ocasión dos enamorados se separaron durante un largo tiempo. Antes de marchar el Amado le pidió a su amada: “si me quieres de verdad, guarda esta alhaja hasta mi vuelta”. Fueron pasando los años, y, sin previo aviso, apareció el Amado en el horizonte. Su esperanza y su confianza en la amada se desvanecieron cuando, al acercase hasta ella comprobó que se había desprendido de aquella joya para vivir mejor.
Esta anécdota nos ilustra, creo que perfectamente, la situación que se da hoy en muchos creyentes y que puede darse en nosotros, que hace tiempo que, por diversas razones que ahora no voy a comentar, han dejado que la joya de la fe se haya oscurecido, o se haya sido vendida, porque no han alimentado, o les falta, esa experiencia viva de Jesucristo Resucitado.
Y también hemos de recordar que amar al estilo del Señor no es amar de cualquier manera. Que diferencia hay entre el amor humano y el amor divino, preguntó un día un párroco a sus feligreses. Y una anciana, le respondió: que el amor humano es limitado, sirve a quien quiere y pronto se agota; el amor divino no mira a quien se hace el bien y, cada vez que lo hace , tiene necesidad de seguir haciéndolo, viviéndolo .aunque no sea recompensado”.
Hermanos y Amigos, solo desde sentir el amor del Señor y amarle como correspondencia su amor es posible obedecerle, sin amor, la obediencia se convierte en odiosa, en esclava. Así podemos comprender la entrega obediente de Jesús en la Cruz. Es su amor al Padre y su amor a cada uno de nosotros lo que mueve a Cristo a obedecer a la voluntad del Padre. La obediencia a los Mandatos del Señor es expresión visible y palpable del amor que le tenemos. Cuando el amor es autentico se genera una profunda comunión entre las personas, de tal manera que hay entre ellas un querer lo mismo y un no querer lo mismo. Por ello que quien de amar verdaderamente al Señor guarde sus Mandamientos, y no estará simplemente cumpliendo normas sino viviendo una intensa comunión con Cristo.
Y para mantener esta experiencia viva con Cristo y para vivir este amor y guardar los Mandamientos hoy se nos habla dónde está la fuerza, que no es algo a base de puños, o que nuestro solo querer. Se nos habla del Espíritu Santo. El Espíritu Santo llena de sentido nuestra vida y es quien hace posible la presencia del Resucitado en medio de nuestra vida, es quién nos posibilita esa relación personal con el Señor y quien nos da la fuerza para amar al estilo del Señor.
Jesucristo nos promete en el Espíritu como defensor y maestro de la verdad, un Espíritu que estará siempre con nosotros, que vivirá con nosotros, que hará morada en nosotros. ¡Que gran Promesa! ¡Hemos de dejar al Espíritu Santo actuar en nosotros! ¡Hemos de abrirnos a la acción del Espíritu Santo!.
Hermanos, Amigos, es el Espíritu Santo el alma de la Iglesia, quien anima y sostiene toda la tarea de la Iglesia. El misterio de la Iglesia y la razón de ser de la Iglesia radican en la presencia en ella de Cristo Resucitado y la acción vivificadora del Espíritu Santo. El Espíritu Santo es quien nos mueve a vivir en el amor de Cristo, el que nos da la fuerza para entregarnos al bien de los demás, para hacer realidad aquí y ahora, con nuestras obras, la caridad de Cristo.
Estamos en mayo, Mes de María, y María,nuestra Madre, Templo del Espíritu Santo, es la mujer dócil a la acción del Espíritu que nos enseña a acoger al Espíritu y a dejarnos transformar por Él. Y María nos acompaña, a cada uno de nosotros y a toda la Iglesia en la espera de un nuevo Pentecostés.
Hermanos , Amigos, preparémonos a Pentecostés, invoquemos al Dador de vida, que venga sobre nosotros y nos renueve haciéndonos vivir siempre en estrecha amistad con Cristo Resucitado cumpliendo sus Mandamientos, amando a los demás a su estilo.
Adolfo Álvarez. Sacerdote