JESUCRISTO, LA RESURRECCIÓN Y LA VIDA
Seguimos el Camino Cuaresmal hacia la cumbre de la Pascua y en este domingo quinto de Cuaresma se nos invita a contemplar la Resurrección como culminación de la identificación del cristiano, de cada uno de nosotros, con Cristo. Por el Bautismo nos asociamos a la muerte de Cristo y por el Bautismo esperamos participar de su Resurrección.
La Liturgia de este Camino Cuaresmal nos va llevando de una forma pedagógica a introducirnos y prepararnos de una manera profunda e intensa a celebrar el Misterio Pascual. Si hemos acogido y aceptado el Don de Dios (Cristo, Agua viva) y nos dejamos iluminar por Él (Cristo, Luz que cura todas nuestra ceguera) veremos que de la adhesión a Él brota la Vida, y Vida en plenitud.
Hermanos y Amigos, hemos de sentir de nuevo, en este domingo, en lo más profundo de nuestro corazón y que pondremos de manifiesto en nuestra vida de cada día, la experiencia viva de Jesucristo que apaga nuestra sed de Dios, que nos abre los ojos del alma a la luz de la fe para ver desde Él y que Él, el Señor, es la Vida y nos dice a cada uno “el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre” (Jn 11,25). Y además hoy nos pregunta a cada uno de nosotros, lo mismo que pregunto a Marta, <<¿Crees esto?>>.
Si aceptamos el Don de Dios y nos dejamos iluminar por ÉL, veremos que las consecuencias que se derivan de nuestra adhesión a su persona es la Vida, una vida en resurrección, una vida plena y eterna a la cual renacimos por el Don del Bautismo, y que nos invita a renovar en la próxima Celebración de la Pascua.
Hoy escuchamos la promesa del Señor: <<Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros…y os traeré a la tierra…Os infundiré mi espíritu y viviréis>> Nosotros ante esta promesa, en esta Cuaresma, hemos de reconocer nuestros sepulcros de muerte por los que tantas veces andamos, como son el pecado, el desaliento, la desesperanza. Tenemos que pararnos y preguntarnos ¿Qué circunstancias, situaciones, pecados personales, me esclavizan, me hacen vivir como en la tumba, como un muerto?¿Qué apaga o acaba con mi esperanza?¿Qué daña o destruye mi vida y la de los demás? El Señor quiere entrar, quiere abrir nuestros sepulcros. ¿Le dejo? ¿Quiero que el Señor abra mis sepulcros? Necesitamos que el Señor nos infunda su Espíritu que nos renueve, que nos devuelva a la Vida, que nos llene de esperanza, de alegría, que nos fortalezca interiormente.
Y en el Evangelio de hoy encontramos Quién abre esos sepulcros de nuestra vida, los abre Aquel que nos dice: “Yo soy la Resurrección y la Vida”. Afirmación central para nuestra fe cristiana. Afirmación central en esta Catequesis que es este pasaje evangélico de la Resurrección de Lázaro (Juan 11, 1-45) que contemplamos este domingo.
La resurrección de Lázaro nos está anunciando la victoria de Cristo sobre la muerte. ¡Misterio central de nuestra fe! La resurrección de Lázaro prefiguró proféticamente la resurrección de Cristo. Aquella muerte, aquel sepulcro y aquella resurrección son también signo del misterio que se realiza en la celebración del Bautismo.
La resurrección de Lázaro nos hace percibir y sentir en nuestras propias vidas que nuestros cuerpos son sanados por la gracia. Y es que ya ahora, por la gracia, podemos ser transformados por el amor de Dios en lo más profundo de nuestro ser. Al contemplar a Cristo como la Resurrección y la Vida hemos de llevar en el corazón la certeza de que nuestra vida, la vida de cada uno de nosotros, no es para la muerte, sino para la Vida con Cristo, en definitiva para la Gloria de Dios, que Él vivificará nuestros cuerpos mortales.
La salida de Lázaro de la tumba hace referencia al sepulcro vacío al que acuden las mujeres el primer día de la semana. Este hecho está preparando el gran acontecimiento de la Pascua, de la Resurrección, que llevará a cabo el Señor días después y que nosotros celebraremos dentro de quince días: que Jesucristo, el Señor, vive para siempre y nosotros participaremos de esa vida. Nosotros estamos llamados a la Vida en plenitud.
Amigos, Lázaro es llamado: “Sal fuera”. Así somos llamados nosotros también: “Sal fuera”. Somos llamados a salir de la oscuridad del pecado, de la desesperanza, de la mediocridad. Somos interpelados a atrevernos a que el Señor toque nuestras heridas más profundas, las que nos avergüenzan, las que creemos que nunca podrán curar, y nos quite las vendas y nos resucite, nos vuelva a la vida de la gracia y de la fe. Por ello en este tramo final de la Cuaresma hemos de suplicar al Señor que con su Luz y con su Agua viva nos libere de cuanto nos impide gustar y permanecer en el amor de Dios.
Hermanos y Amigos que podamos, renovados por la fuerza del Espíritu, confesar como Marta, adhiriéndonos de nuevo al Señor: “Si, yo creo que tu eres el Mesías. El que tenía que venir al mundo”.
Que confesemos hoy con nuestras palabras y nuestra manera de vivir que Cristo es la Resurrección y la Vida. Que unidos a El vencemos al mal y renacemos a vida nueva, vida nueva que estamos llamados a vivir en el amor. Y en esta situación que estamos viviendo nuestra fe en la Resurrección nos haga ser sembradores de esperanza, ser portadores de ánimo, de luz desde la convicción que el mal, la enfermedad, la muerte no tienen la última palabra, que la última palabra la tiene la resurrección porque Cristo es la Resurrección y la Vida.
Adolfo Álvarez. Sacerdote