CAMINAMOS HACIA LA PASCUA, CON CRISTO VENCER LA TENTACIÓN
Con el rito penitencial de la imposición de la ceniza el miércoles pasado, la Iglesia nos puso en camino hacia el encuentro con Cristo en la Pascua, dando muerte al pecado para resucitar místicamente con Él. Toda la Cuaresma es un camino que tiene su momento culminante en la VIGILIA PASCUAL, la celebración más importante de todo el Año Litúrgico. Los cristianos acompañamos a Jesús al desierto, lugar de ayuno y tentación, para fortalecernos y renovar, en la Noche Santa de Pascua, las promesas de nuestro bautismo.
El primer domingo de Cuaresma nos ofrece las claves cristianas para que todo el itinerario a recorrer durante los cuarenta días de Cuaresma ponga en forma en cada uno de nosotros el “hombre nuevo” en la medida de Cristo resucitado, dejando atrás el pecado y todo el lastre que nos impida vivir en la gracia bautismal, la novedad de hijos de Dios.
Por ello hoy la Iglesia suplica en la Oración la Gracia para “progresar en el conocimiento del misterio de Cristo y conseguir sus frutos con una conducta digna”. La tentación no vencida por Adán y Eva en el Jardín del Edén (Génesis 2,7-9; 3,1-7) y la victoria de Cristo sobre el diablo que le tentó en el desierto, “después de ayunar cuarenta días con sus noches” (Mateo 4, 1-11) nos están enseñando que por la obediencia, el ayuno y la oración podremos vencer todo obstáculo que nos impida ser y vivir verdaderos hijos de Dios .
Que la vida, la vida de cada uno de nosotros, está envuelta en pruebas, dificultades, tentaciones, lo vemos y si no lo queremos reconocer pobres de nosotros. Todos en mayor o menor medida, todos somos tentados. San Agustín comentando el salmo 60 lo constata diciendo: “Nuestra vida en medio de esta peregrinación no puede estar sin tentaciones…nadie se conoce a sí mismo si no es tentado , ni puede ser coronado si no ha vencido, ni vencer si no ha combatido, ni combatir si carece de enemigo y de tentaciones”. Hemos de reconocer nuestra debilidad. La mayoría de los problemas nos vienen por la autosuficiencia, por la soberbia, por creernos dioses. Las tentaciones de Jesús que hoy contemplamos en el Evangelio son las mismas de todo hombre: las tentaciones del tener, del poder y las de la gloria. Son las tentaciones de la autosuficiencia, las tentaciones de querer manipular a Dios, ya que pretendemos que Dios haga lo que nosotros queremos en lugar de nosotros cumplir la voluntad de Dios. Son las tentaciones de la trivialización, de la superficialidad, del placer, de la falta de espiritualidad, las tentaciones del activismo, de la idolatría.
Al inicio de la Cuaresma se nos invita a pararnos y descubrir, o tomar una mayor conciencia, lo que no nos deja ser hijos de Dios, lo que nos impide o torpedea nuestro vivir realmente el ser hijos de Dios. Porque hay veces que las tentaciones son muy sutiles y no las vemos y entonces lo que hacemos y vivimos nos parece perfecto.
Jesús para vencer la tentación pone en el centro la voluntad de Dios. Allí donde Adán puso su propia voluntad, Jesús sitúa la voluntad del Padre. De esta manera Jesús cambia radicalmente la respuesta a la tentación. Jesús pone en centro la voluntad de Dios y así el tiempo de tentación, de desierto, de dificultad, de desánimo, de soledad, se convierte en tiempo de gracia y de Buena noticia.
Nosotros para vencer la tentación somos llamados a la conversión, a dejarnos cambiar el corazón por el Señor con la ayuda de la fuerza del Espíritu Santo, que viene en ayuda de nuestra debilidad. Somos llamados, en definitiva, a que Dios sea el centro de nuestra vida. Para ello contamos con los medios que se nos recordaban el miércoles de ceniza: la Oración, la limosna y el ayuno. Hemos de dedicar más tiempo al Señor, escuchando y meditando más su Palabra, orando más para más conocer al Señor y más estrechar nuestra amistad con Él, hemos de atender en caridad las necesidades del prójimo, hemos de ayunar, liberándonos de todo aquello que nos impide verdaderamente vivir el amor a Dios y al prójimo.
Abrámosle al Señor nuestro corazón y pidámosle con humildad: “No nos dejes caer en la tentación”.
¡Que nada nos aparte de Él! ¡Salgamos fortalecidos de las pruebas! Lleguemos renovados a la Pascua y pasemos realmente de la esclavitud del pecado a la libertad de la Pascua, la vida nueva de Cristo.
Adolfo Álvarez. Sacerdote