“El trece de mayo la Virgen María,
bajó de los cielos ,a Cova de Iría.
Ave, Ave, Ave María “
Este trece de mayo pasado acabamos de celebrar a la Virgen nuestra Madre en su advocación de Fátima, y en este año festejamos que se cumplieron 100 años de la primera aparición en Fátima a tres pastorcillos, llamándonos a la conversión y a la oración a través del rezo del Santo Rosario. Y de la mano de María, estamos en el mes que la devoción popular consagró a Ella, invocamos al Espíritu Santo implorando venga sobre cada uno de nosotros, sobre la Iglesia entera y suceda un nuevo Pentecostés donde la acción del Espíritu Santo no deje de “realizar en el corazón de los fieles las mismas maravillas que obró en los comienzos de la predicación evangélica”.
María nos acompaña como acompañó a los Apóstoles en la espera del Primer Pentecostés de la Historia y nos anima y ayuda a disponer nuestros corazones a recibir un nuevo Pentecostés. Con Ella y bajo su intercesión maternal invoquemos unidos toda la Iglesia al Espíritu Santo, para que nos renueve con sus Dones.
Ella desde Fátima nos llama a la conversión, a dejarnos convertir dejando que su Hijo, Jesucristo sea el centro de nuestra vida. Por eso de nuevo Ella nos dice: “Haced lo que Él os diga” (Jn 2, 1 ss). Y para ello nos invita a rezar el Rosario, a contemplar los Misterios de la vida de Cristo y mediante esa contemplación ir identificándonos más y más con Jesucristo, teniendo sus mismos sentimientos. Y en este camino quien tiene que venir en nuestra ayuda es el Espíritu Santo.
En María tenemos un modelo, un ejemplo, de mujer dócil a la acción del Espíritu Santo. En las pocas pinceladas que nos dan de Ella los Evangelios, queda patente su modo de seguir activamente al Espíritu a lo largo de toda su vida.
En la Anunciación. El ángel la llama “llena de gracia”, llena del Espíritu Santo, y el mismo Espíritu es quien la sostiene y le inspira su “hágase”.
En la Visitación. Vemos la acción del Espíritu que mueve a María a ir a casa de su prima Isabel. Es el Espíritu quien allí mueve a María a cantar la misericordia del Señor: “proclama mi alma la grandeza del Señor”. María es la “pobre de Yahvé” dispuesta a cumplir siempre la voluntad de Dios.
En el Nacimiento de Jesús. María necesitó la presencia del Espíritu para contemplar, acoger al Niño “santo y llamado hijo de Dios” (Lc 1,35) que no traía ningún signo de divinidad. El Espíritu la ayudó a meditar en su corazón.
En los Misterios de dolor. El Espíritu la ayudó a seguir diciendo “Sí” en todos los momentos de sufrimiento que fueron muchos, desde la profecía de Simeón, pasando por la huida a Egipto, la pérdida del Niño en el Templo hasta la Pasión y Muerte de su Hijo. El Espíritu la animó, la mantuvo serena.
En la Fidelidad palabra dada. María cumplió la palabra dada al pie de la Cruz: ser Madre de todos los hombres. Y así acompañó a los Apóstoles y perseveró con ellos en Oración esperando al Espíritu Santo. Y hoy nos acompaña a nosotros.
El Espíritu hizo, como vemos, una obra de arte en María gracias a su disponibilidad y a su colaboración. Su ejemplo nos ha de ayudar y estimular a ser dóciles a la acción del Espíritu en nosotros. El Espíritu hará maravillas en nosotros si le dejamos actuar. Dentro de cada uno de nosotros se gestará Cristo, el Cristo a quien queremos seguir y en quien queremos vivir.
Con María queriendo hacer nuestra la petición de la Virgen en Fátima suplicamos: “Conviérteme, Señor, con tu Espíritu. Transfórmame, Señor, con tu Espíritu”.
Adolfo Álvarez. Sacerdote