SEGUIR AL SEÑOR, UNIRNOS A SU CRUZ Y VIVIR DE SU AMOR
Cada domingo es un momento muy importante de encuentro con el Señor, de escucha de su Palabra, de participar en su Banquete. También en el verano. No hemos de desdejarnos en esto, o de vivir el verano olvidándonos de Dios. El Domingo es la Pascua semanal y es fundamental celebrarla para nuestro ser cristiano, para nuestro vivir en cristiano. Después del domingo pasado Jesús llamarnos a la misión y a no tener ningún miedo, en este domingo nos recuerda las exigencias del seguimiento. Seguir a Jesús es exigente, no podemos hacerlo de cualquier manera, pero no olvidemos que Él nos da la fuerza y que nos sostiene en el camino. Para seguirle tenemos que vivir con Él una profunda amistad, amistad que se fortalece y mantiene mediante la escucha de la Palabra de Dios, la oración, y la participación en los Sacramentos, especialmente la Reconciliación y la Eucaristía. A través de su Palabra el Señor nos recuerda que el amor cristiano hecho realidad en la hospitalidad, las buenas obras y el seguirle a Él van de la mano. Donde hay amor, hay misericordia, hay buen obrar y, a Cristo, se le sigue de verdad. Se trata que redescubramos que el seguimiento del Señor, hemos de vivirlo no como un cumplimiento y unas renuncias que nos aplastan sino como una correspondencia de amor que nos lleva a vivir desde la clave del amor y la misericordia. Y es que el seguimiento del Señor solo es posible verdaderamente desde la experiencia de su presencia en nuestra vida, desde experimentarle resucitado en nuestro corazón, como ya recordábamos el domingo pasado.
El nos quita todo miedo, Él nos alienta en nuestras luchas y dificultades. Por eso si Jesús es el centro de nuestra vida, si reina de verdad en nuestro corazón, todo se ordena alrededor de Él, todo se vive desde El. Es aquel que da pleno sentido al puzle de nuestra vida. Desde Él en el centro de nuestro corazón se ha de vivir el amor a la familia. Jesús no nos dice que no queramos a nuestra familia, Jesús nos llama a vivir el amor a la familia de una manera más auténtica, que es desde Él y su estilo de amar que conlleva sacrificio, perdón, misericordia. Y viviendo desde Él a los demás se les acoge con amor, viendo en ellos un don de Dios por eso nos pone de manifiesto el Señor la importancia de la acogida y de la ayuda al hermano, “El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños… no perderá la recompensa”.
La llamada profunda que Jesús nos hace al invitarnos a su seguimiento es a ser cirineos de los demás, a ayudarnos viviendo el Mandato del Amor, unos a otros en el camino de la vida, porque Él es nuestro Cirineo. Y desde Cristo la cruz es sufrimiento, sí, Cristo sufrió en la Cruz por nosotros y asumió nuestros sufrimientos, pero la cruz es signo de Salvación, signo de hasta dónde llegó y llega su amor por nosotros. De aquí que para seguir al Señor tengamos que asumir la cruz que aparece en nuestra vida. Y es que el seguimiento de Cristo comporta renuncias y sacrificios. En muchas ocasiones nos encontramos y nos encontraremos ante la encrucijada de aceptar o no la cruz, y ante esta situación no hemos de olvidar, de nuevo lo recordamos, que el Señor es nuestro Cirineo, Él nos dice: “venid a mi…y yo os aliviaré” Alguien dijo que los cristianos tenemos que aprender a “jugar en bolsa”, pero no aquella de orden económico, en aquella que arriesga por Jesús, por vivir los valores del Evangelio entregando la vida por amor.
Hermanos y Amigos, cuando estamos terminando el mes del Corazón de Jesús, Corazón lleno de amor por y para con nosotros, Corazón que es Escuela de Hospitalidad, de Misericordia y Perdón, Corazón que se entrega totalmente, desde el Evangelio de este domingo hemos de pedirle al Señor que nos ayude en el camino de seguirle y nos conceda: – Que los modos de ver las cosas sean los de Dios y no los nuestros – Que nuestra voluntad a la hora de vivir nuestra vida de cada día sea vivir en la voluntad de Dios – Que aquello que llevemos a cabo se corresponda con la voluntad de Dios, con los planes de Dios, con corresponder a su amor para con nosotros. – Que en el día a día, muramos a nosotros mismos para vivir plenamente en el amor a los demás, para que Dios resplandezca en nosotros. Depositemos nuestro corazón en el Corazón de Cristo, que Él lo vaya transformando haciendo semejante al suyo e irradiemos el Amor de Dios a nuestro alrededor y ayudémonos unos a otros a seguir al Señor. ¡Merece la pena! .
¡Cristo es la Fuente de la verdadera Felicidad! ¡Es “el Camino, la Verdad y la Vida”!
Adolfo Álvarez. Sacerdote