LA EUCARISTIA, MISTERIO DE FE Y DE AMOR, PRESENCIA DEL SEÑOR
La Eucaristía es el centro de la vida de la Iglesia. La Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, tradicionalmente llamada “fiesta del Corpus” nos ayuda a apreciar lo que constituye el centro de nuestra vida cristiana: la Eucaristía.
En esta Solemnidad se nos invita a manifestar nuestra fe y devoción en este Sacramento “signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual, en el cual se recibe como alimento a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da prenda de la gloria venidera” (Sacrosanctum Concilium, 47)
La Solemnidad del Corpus es una manifestación pública de fe que la comunidad Cristiana hace de la Presencia real de Cristo en la Eucaristía. No como una imagen está representada en una foto, sino presente en persona. Con una presencia real, de forma misteriosa y admirable, pero real: en cuerpo y alma, como hombre y como Dios. Ya sabemos que Dios está en todas partes, pues si, en alguna cosa, no estuviera presente, tal cosa no podría subsistir. Pero, en la Eucaristía, se encuentra realmente presente, Él mismo en persona. No como contenido por el pan o por el vino, pues Dios es infinito; sino llenando el pan y el vino con su presencia. Y no sólo en un pan sino en muchos, que se da a todos en todos los lugares. Los cristianos confesamos que el pan que comulgamos es Cristo mismo, resucitado y glorioso, tal y como se encuentra en el cielo, junto al Padre. Por eso, doblamos ante Él nuestra rodilla en señal de adoración, de respeto, de obediencia y de gratitud. Así en este día cantamos: “Dios está aquí, venid adoradores adoremos…”
La Solemnidad del Corpus se comenzó a celebrar en el año 1246 en Lieja y el Papa Urbano IV la extendió a toda la Iglesia en 1264 y en el Siglo XIV comenzó a celebrarse la Procesión como manifestación pública de Fe, “como veneración pública a la Santísima Eucaristía”.
La Comunidad Cristiana, cada una de nuestras parroquias, tiene su centro en la Eucaristía, cumbre de la vida cristiana. A través de este Sacramento nos unimos a Cristo y permanecemos en Él y nos unimos a nuestros hermanos creciendo en fraternidad.
El Papa emérito Benedicto XVI en la Exhortación Apostólica “Sacramentum caritatis” (El Sacramento de la Caridad), fruto del Sínodo del año 2005 sobre la Eucaristía nos dice: “Sacramento de la Caridad, la Santísima Eucaristía es el don que Jesucristo hace de sí mismo, revelándonos el amor infinito de Dios por cada hombre, En este admirable Sacramento se manifiesta el amor “más grande”, aquel que “impulsa a dar la vida por los propios amigos”.
La Eucaristía tiene cuatro dimensiones que no podemos olvidar y hemos de tener siempre presente:- La Eucaristía es Memorial. Cristo confió a la Iglesia a través del ministerio Sacerdotal, “Haced esto en memoria mía”. Cada Eucaristía celebra y actualiza la Muerte y Resurrección del Señor. Cristo se hace real y verdaderamente presente en medio de nosotros.- La Eucaristía es Sacrificio. Es el Sacrifico de Cristo que se ofrece para el perdón de nuestros pecados, para nuestra Salvación.- La Eucaristía es Banquete de Comunión: “Tomad y comed, esto es mi Cuerpo. Tomad y bebed, ésta es mi Sangre” Jesús se nos da como alimento para nuestro caminar. Cristo es el alimento de vida eterna. Necesitamos alimentarnos de El para recorrer el camino de vida como discípulos suyos y como testigos de que Cristo es “camino, Verdad y Vida” para todos. – La Eucaristía es Presencia. En la Eucaristía, Jesucristo, el Señor resucitado, se hace realmente presente entre nosotros, primero hecho Palabra y luego hecho Alimento.
También hemos de señalar y no podemos perder de vista que la Eucaristía es exigencia de comunión con los hermanos, especialmente los más necesitados. La participación en el Misterio de la Eucaristía es exigencia de vivir el Mandamiento del Amor, es impulso a vivir el amor al prójimo, es entrega por el bien de los demás. De ahí que en el Día del Corpus celebramos el Día de la Caridad. El amor cristiano tiene su fundamento en el amor de Jesucristo que entregó su vida por nosotros, y que nos mandó amarnos unos a otros como él nos ha amado.
El relato del Evangelio de este ciclo C, de la multiplicación de los panes, según San Lucas, nos muestra cómo desde Jesús, que nos alimenta con su Cuerpo y Sangre en la Eucaristía, podemos y debemos establecer una nueva relación con las personas que están a nuestro alrededor, especialmente los más necesitados. El Señor hace ver a sus discípulos, y nos hace hoy ver a nosotros, que aquella multitud no les es ajena y lo simboliza haciéndolos participar de la misma comida. La participación en la Eucaristía, en tanto que nos va configurando con Jesús, también ha de ir configurando nuestro corazón para que veamos a los demás con la mirada de Cristo.
El hecho de que Jesús no dé su Cuerpo y su Sangre indica que el amor al prójimo tiene que implicar todo nuestro ser y conlleva obras de caridad concretas.
Esta Solemnidad, su Celebración, nos ofrece la oportunidad de agradecerle al Señor su presencia permanente en medio de nosotros, su caminar a nuestro lado. Hemos de decirle al Señor desde lo más profundo y sincero del corazón: “Señor, a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que Tú eres el Santo de Dios” (Juan 6, 68)
Necesitamos de la Eucaristía, sin Eucaristía no podemos vivir en cristiano. Aquí la importancia de la Eucaristía del Domingo. Es el Señor quien nos nutre, y esto nos transforma.
Ante este Gran Misterio no podemos ser insensibles e indiferentes. Ante tan inmenso amor de Dios debemos ser “adoradores en espíritu y en verdad” y ha de botar de nosotros, junto con la adoración, la Acción de Gracias. San Juan Pablo II nos dice con gran profundidad:
“La Eucaristía es un misterio insondable, es misterio de fe ante el cual no podemos más que arrodillarnos en adoración, en silencio de admiración”
Ante este Misterio decimos:
Te adoro con devoción, Dios oculto aquí
bajo el pan y el vino te vemos a Ti
Te entregamos nuestro corazón
y se rinde totalmente al contemplarte …
En este día queremos expresar nuestro deseo de que Jesús siga caminando por nuestras calles y pueblos y ciudades, en lo cotidiano de cada día, para que Él viva donde nosotros vivimos, sintiendo que camina junto a nosotros, no nos deja nunca y con su Espíritu nos sostiene en la fe y en la esperanza.
El Señor Sacramentado que hoy sale por nuestras calles y plazas nos colme a todos con su Bendición.
A todos ¡Feliz día del Corpus!
Adolfo Álvarez. Sacerdote