De la misma manera que el antiguo pueblo de Israel marchó durante cuarenta años por el desierto para poder ingresar a la Tierra Prometida, la Iglesia, Nuevo Pueblo de Dios, se prepara para vivir y celebrar la Pascua del Señor. A lo largo de cuarenta días nos vamos disponiendo para acoger cada vez más profundamente en nuestras vidas el misterio central de nuestra fe. La Cuaresma es un tiempo privilegiado para intensificar el camino de nuestra propia conversión. Este camino supone cooperar con la gracia para dar muerte al hombre viejo que actúa en nosotros. Se trata de romper con el pecado que habita en nuestros corazones. La vida cristiana no es otra cosa que hacer eco en la propia existencia de aquel dinamismo bautismal, que nos selló para siempre: morir al pecado para nacer a una vida nueva en Jesús, el Hijo de María. (cfr Jn 12,24).
La Cuaresma nos prepara para renovar nuestro Bautismo en la Vigilia Pascual, momento culminante de todo el año litúrgico. Dos dimensiones, por tanto, tiene el Camino Cuaresmal. Una dimensión Bautismal y una dimensión de Conversión, penitencial. La Cuaresma no es un fin en sí misma, sino que culmina en la Pascua. El proceso pascual decisivo para cada cristiano se realiza en tres tiempos: a) Morir al pecado y al mundo; morir al egoísmo, que ya es estrenar nueva existencia b) Celebrar con Cristo el nacimiento a la nueva vida, vida nueva recibida en el Bautismo y que de nuevo renovamos poniendo toda nuestra confianza en el Señor. c) Vivir con nueva energía y entusiasmo, vivir la alegría de ser creyentes, la alegría de la amistad con Cristo, alegría que no nos puede quitar nada ni nadie. Hoy vamos a fijarnos en la Dimensión Bautismal.
El Concilio Vaticano II nos dice que la Cuaresma “prepara a los fieles a oír la Palabra de Dios más intensamente y a rezar, especialmente mediante el recuerdo o la preparación del Bautismo y mediante la Penitencia, para celebrar el Misterio Pascual” (n.109 de Sacrosanctum Concilium). Este mismo número 109 nos recuerda el carácter bautismal y penitencial de la Cuaresma. La Cuaresma es un camino eminentemente bautismal. La pedagogía litúrgica, en la antigüedad, acompañaba a los catecúmenos que intensificaban la penitencia, la oración y la limosna los días precedentes a participar sacramentalmente de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo por medio del Bautismo en la Vigilia Pascual.
Hoy la reforma litúrgica mantiene este carácter bautismal y esta pedagogía para con los catecúmenos que van a ser bautizados en la celebración de la Pascua. Y también los ya bautizados somos llamados, invitados a recordar y prepararnos para renovar el bautismo en la Vigilia Pascual, celebración culminante de todo el Año Litúrgico. Esto aparece expresado en el prefacio I de Cuaresma donde se dice: “concedes a tus fieles anhelar, año tras año, con el gozo de hacernos purificado, los sacramentos pascuales, para que…por la celebración de los misterios que nos dieron nueva vida, lleguemos a ser con plenitud hijos de Dios”. (Misal Romano, Prefacio I de Cuaresma). El Bautismo no es sólo un acontecimiento del pasado sino una realidad que tiene significado para y en nuestra vida presente.
El dinamismo del Bautismo se extiende a toda nuestra vida, pues somos hijos de Dios y como hijos de Dios estamos llamados a vivir nuestra vida de cada día. Para reavivar la Gracia bautismal se nos presenta el itinerario sacramental-bautismal que la Liturgia nos ofrece el Ciclo A, pero que también cada año, en los ciclos B y C, en la semanas tercera, cuarta y quinta de Cuaresma (un día de cada semana, entre el lunes y el sábado, podemos contemplar y meditar. En este itinerario la Liturgia nos propone: La Samaritana (Jn 4,5-42); el ciego de nacimiento (Jn 9,1-41); la resurrección de Lázaro (Jn 11,1-45). Cristo se presenta como el Agua viva, la Luz del mundo y la Resurrección y la Vida. Los dos primeros hacen referencia a la fe recibida en el Bautismo, el agua es capaz de borrar nuestros pecados y conferirnos el ser hijos de Dios y la Luz de Cristo, simbolizada en el Cirio Pascual, es capaz de iluminar las tinieblas de nuestro pecado e ignorancia y hacer germinar una relación íntima con Cristo. En el Evangelio de la resurrección de Lázaro el Señor nos llama a vivir la vida nueva en nosotros, a descubrir como con sus sacramentos nos hace pasar de la muerte a la Vida.
La Cuaresma es desde esta dimensión Bautismal una oportunidad maravillosa, puro don gratuito de Dios, para volver a nacer del agua y del Espíritu (Jn 3,5) y vibrar de nuevo con la alegría del Evangelio. A través de la renovar el Sacramento del Bautismo se nos concede la Gracia, de manera que avancemos en la transformación interior que nos configura con Cristo, y vayamos, cada día más, teniendo los sentimientos y actitudes del Señor hasta llegar a poder decir con San Pablo: “no soy yo, es Cristo quien vive en mí” (Gálatas 2,20). Vivamos en esta Cuaresma, con la ayuda del Espíritu Santo, a este Espíritu le invocamos en este tiempo cantando “Danos, Señor un corazón nuevo, derrama en nosotros un Espíritu nuevo”, este buscar configurarnos con Cristo. No tengamos miedo a renunciar al pecado y vivamos la vida nueva de la caridad, de las obras de misericordia, del amor fraterno, confesando a Cristo como Camino, Verdad y Vida de nuestra vida.
Quiero terminar esta reflexión recordando unas palabras del Papa Benedicto XVI, recordando palabras de San Juan Pablo II, que seguro nos ayudan: “No tengáis miedo a Cristo, El no quita nada y lo da todo. Quien se da a Él recibe el ciento por uno. Sí abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo y encontraréis la verdadera vida. Que vivamos con intensidad esta dimensión bautismal del Camino de la Cuaresma y renovemos el Bautismo en la próxima Vigilia Pascua. Que la Celebración de la Vigilia Pascual sea un momento de Gracia en todos nosotros. No dejéis de participar. Adolfo Álvarez. Sacerdote.