DIOS ES AMOR Y POR MEDIO DE CRISTO NOS LLAMA A LA CONVERSION
Estamos en el Tercer Domingo de Cuaresma, Camino de la Pascua y en este domingo Comenzamos la segunda parte de la Cuaresma, con los tres Domingos que forman lo que podríamos llamar el “tríptico penitencial”, con los temas de la llamada a la conversión y la paciencia de Dios, la vuelta del hijo pródigo y el perdón de la mujer adúltera. Todos tenemos asumido que la Cuaresma es un tiempo penitencial para pedir el perdón de los pecados pero ¿qué es la penitencia? ¿Cómo la expone el Evangelio? Tenemos tres Domingos para comprenderlo un poco mejor y prepararnos así bien para la Pascua.
Todo el Camino Cuaresmal, no lo olvidemos ni perdamos de vista es un Camino hacia la cumbre de la Pascua, donde renovaremos nuestro Bautismo, renunciando al pecado y confesando a Jesucristo como Señor de nuestra vida y dando testimonio de que el Resucitado es quien da la autentica felicidad y en quien encontramos el auténtico sentido de nuestra vida.
En este Domingo en un primer momento se nos invita a purificar nuestra imagen de Dios, o incluso a cambiar la imagen que tenemos si ésta es equivocada. En ocasiones uno tiene la triste oportunidad de escuchar palabras como estas: “Dios te va a castigar” o incluso peores “Dios le ha castigado”. A veces es la propia persona ante una situación dramática la que eleva un grito al cielo “Qué he hecho para que me trates así”. De alguna manera presentimos que Dios se comporta con nosotros como si de un tirano se tratase que de forma arbitraria compone un oscuro plan para hacernos sufrir. Pero Dios no es un juez castigador, es paciente con el hombre, y además, como se nos dice en el Libro del Éxodo, Dios no está en su cielo desentendido del hombre, es un Dios liberador, dice “He visto…, he oído…, he bajado a liberarlo de los egipcios…”.
Qué bien nos hace purificar la imagen de Dios. Nuestro Dios:- no es un Dios lejano, desentendido de la humanidad;- no es un juez implacable, condenador de lo humano, castigador.- no es un Dios “tapaagujeros”, que buscamos sólo en los problemas que no podemos solucionar. – no es el resultado de mi búsqueda, no es creación mía. – no es el resultado de sumar el esfuerzo de toda la humanidad por hacer un mundo más justo. Es un Dios que supera, que completa, nuestro mundo.
Hemos de gustar y sentir, experimentar la verdadera imagen de Dios: Dios es amor.
Dios nos ama inmensamente. Hemos de experimentar este amor y toda nuestra vida ha de ser una correspondencia a su amor. Dios no castiga, nos dice el Evangelio, y además nos dice con la parábola de la higuera, que Dios es paciente. Hoy cantamos con el Salmista:“EL Señor es compasivo y misericordioso”poniendo de relieve dos rasgos del amor entrañable de Dios para con cada uno de nosotros. Dios es paciente con el hombre esperando que dé los frutos de la conversión, pues la conversión no es sólo cambiar en el modo de pensar, sino también en el modo de actuar.
Y en un segundo momento se nos llama a la conversión. (Llamada que se nos hace desde el inmenso amor de Dios)
Jesús compara la vida estéril del hombre, de una persona, (podemos ser cada uno de nosotros) con una “higuera que no da fruto”. Y nos llama a la conversión. Y el viñador que es Jesús quiere poner los medios para ver si logra que dé fruto, “Déjala todavía este año y mientras tanto yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto”.
El corazón del hombre necesita ser salvado. Tu corazón y el mío necesitan ser salvados. El Señor con la parábola de hoy nos está diciendo: preocúpate de lo que ocurre en tu corazón, tienes que convertirte para dar fruto.
El Señor hoy nos urge a la conversión, a ser cristianos de verdad, a centrar toda nuestra vida en Jesucristo, que Él sea de verdad “Camino, Verdad y Vida” de nuestra vida.
Convertirse viene de la palabra griega Metanoia, cambiar, transformarse. La conversión es dejarse cambiar por el Señor, que transforma nuestro corazón según los sentimientos y actitudes de su Corazón. Convertirse es estar abiertos a la acción liberadora de Dios por la fuerza de su Espíritu. Vivir en el egoísmo es como estar muertos; vivir convertidos, en el amor, es tener una vida plena y eterna.
Pero esta conversión sólo es posible porque Dios tiene mucha paciencia. Como dice el Salmo responsorial 102: “El Señor es compasivo y misericordioso, no nos trata como merecen nuestras culpas ni nos paga según nuestros delitos”.
Éste es el sentido de la parábola del viñador que forma la segunda parte del Evangelio de este Domingo: el amo de la viña llevaba tres años esperando en vano el fruto de una higuera; Él labró la dureza de nuestros corazones con el madero de la Cruz y regó nuestra tierra con su Sangre. Pero el hecho de que Dios no castigue las faltas inmediatamente no significa que les podamos quitar importancia. En el proceso o camino de conversión cuaresmal, este Domingo nos debe llevar al primer paso del Sacramento de la Penitencia, como es el examen de conciencia. Cada uno de nosotros es como un árbol del “plantel elegido de Dios”, y Él espera de nosotros que le vayamos devolviendo en forma de buenas obras algo que compense lo mucho que ha hecho por nosotros.
Toda la vida cristiana es un ejercicio de conversión, de “dejarnos convertir por Dios”. Y la conversión no consiste en introducir algún retoque en nuestra vida, sino en cambiar de raíz: pasar de una fe rutinaria a una fe vida que nos comprometa con Dios y con el hombre; pasar de una forma de vivir volcados exclusivamente en las cosas de esta tierra a una vida centrada en Dios. Por ello hemos de revisarnos hoy preguntándonos si los tres medios que el Señor nos señaló para el camino cuaresmal: la oración. El ayuno y la limosna los estamos empleando para avanzar el nuestra conversión.
Y también no olvidemos los medios que el Señor quiere emplear con nosotros: “cavar y echar estiércol”, es decir ayudarnos a profundizar y abonar nuestro corazón, y para ello nos da su Palabra y los Sacramentos, muy especialmente el Sacramento de la Penitencia. De ahí que hemos de preguntarnos si estamos preparándonos para una buena Confesión, para celebrar el Sacramento de la Reconciliación que nos ayude a experimentar el perdón y la misericordia del Señor y así vivir renovados las próximas Celebraciones Pascuales, y así avanzar en nuestra conversión.
Hermanos y Amigos, experimentemos de nuevo el amor inmenso de Dios y que esta experiencia nos haga comprender que su llamada a la conversión es por nuestro bien, es porque nosotros lo necesitamos, pues sin abrirnos a Él, sin dejarle ocupar el centro de nuestro corazón y de nuestra vida, no podemos ser verdaderamente felices.
¡El Espíritu Santo venga en nuestra ayuda!.
Adolfo Álvarez. Sacerdote