Miércoles de Ceniza, Comienzo de un Camino de Conversión y Reconciliación hacia la Cumbre de la Pascua.
Iniciamos hoy el gran tiempo Pascual de la Iglesia: Cuarenta días de preparación para la Pascua (la Cuaresma), y después cincuenta días de celebración de la Resurrección del Señor y de la presencia salvadora de su Espíritu (Pascua). Es el tiempo fuerte de la comunidad cristiana, ¡un tiempo de gracia y salvación!. La Cuaresma nos invita a volvernos conscientes de lo que es la fe cristiana. El centro es Jesucristo, su Persona y su Mensaje, el Misterio de su Muerte y Resurrección. El culmen de este camino, que hoy comenzamos será la VIGILIA PASCUAL. Y comenzamos hoy la Cuaresma, el camino hacia la Pascua, con un signo de gran sobriedad: la imposición de la ceniza. Nos recuerda nuestra fragilidad. Y además nos recuerda la cercanía de Dios, que nos ama en nuestra debilidad y quiere infundirnos nueva vida. Por ello hemos de volvernos hacia Él y redescubrir su misericordia, abriéndonos a la gracia de la conversión. La ceniza tiene varios simbolismos: – La condición débil, frágil y caduca del ser humano, que camina inexorablemente hacia la muerte – La situación pecadora en que nos encontramos todos los hombres – La súplica ardiente que dirigimos al Señor para que venga en nuestra ayuda, para que nos conceda su misericordia – La resurrección del hombre cuyo destino final es resucitar con Cristo.
La palabra clave que está detrás de este rito de la ceniza en este día es “METANOIA” que significa “CONVERSIÓN”. A eso nos llama al imponernos la ceniza: – CONVERTÍOS, que significa dar un giro a nuestra vida, un cambio profundo de mente y de corazón, unos nuevos criterios, sentimientos y actitudes. – CREED EN EL EVANGELIO, llamada a poner toda nuestra confianza en Jesucristo, a seguir los pasos de Cristo, a que nuestra escala de valores sea el Evangelio. La recepción de la ceniza debe ir acompañada de propósitos sinceros, que manifiesten la voluntad explícita de vivir la Cuaresma como periodo de conversión. El símbolo de la imposición de la ceniza nos está invitando a dirigir nuestra mirada a Jesucristo y a sentir todo su amor para con nosotros, Él nos muestra el inmenso amor y misericordia que Dios tiene para con cada uno de nosotros y así volver a Dios, poner de nuestro el centro de nuestro vivir en Dios.
Y para ello en el Evangelio de este día se nos ofrecen tres armas, tres medios: – La limosna. Es un signo de compartir. Ayudar al que lo necesita compartiendo con él de lo nuestro desde la generosidad. La limosna del hombre imita la misericordia de Dios. – El ayuno, que significa poner un poco de orden en nuestro interior. Ayunar de aquello que engorda nuestro orgullo, de aquello que nos ata, que nos impide amar auténticamente. Ayunar para ser más libres de todo aquello que empequeñece nuestra vida. – La oración. Diálogo con Dios, trato de amistad con el Señor, que nos sale al encuentro con su Palabra, los Sacramentos, especialmente la Penitencia y la Eucaristía. Escucha más frecuente de la Palabra de Dios que nos libera y salva. La Cuaresma es un tiempo para orar más, para que sea el Señor quien mueva nuestra vida. A propósito de estas tres armas nos dice San Pedro Crisólogo en uno de sus Sermones: “Tres son, hermanos, los resortes que hacen que la fe se mantenga firme, la devoción constante, y la virtud permanente. Estos tres resortes son: la oración, el ayuno y la misericordia. Porque la oración llama, el ayuno intercede, la misericordia recibe. Oración, misericordia y ayuno constituyen una sola y única cosa, y se vitalizan recíprocamente. El ayuno, en efecto, es el alma de la oración, y la misericordia es la vida del ayuno. Que nadie trate de dividirlos, pues no pueden separarse. Quien posee uno solo de los tres, si al mismo tiempo no posee los otros, no posee ninguno. Por tanto, quien ora, que ayune; quien ayune, que se compadezca, que preste oídos a quien le suplica aquel que, al suplicar, desea que se le oiga, pues Dios presta oído a quien no cierra los suyos al que le suplica” “Dejémonos reconciliar con Dios”. Este es el segundo mensaje que hoy la Iglesia nos confía.
En la segunda lectura de la Misa de este día de miércoles de ceniza San Pablo nos invita a todos a que nos reconciliemos con Dios, con nosotros mismos y con los demás: • Reconciliarnos con Dios. Ha sido Dios quien ha tomado la iniciativa y ha dado los primeros pasos para acercarse al hombre pecador en Jesús Cristo a fin de que nosotros volvamos a Él. En el sacramento de la Penitencia encontramos al Señor compasivo y misericordioso que a través del sacerdote nos da su perdón y su misericordia, reconciliándonos con Él. • Reconciliarnos con nosotros mismos. Dios ha dado a cada uno una vocación: matrimonio, vida consagrada, sacerdocio… Hemos de reconciliarnos con nosotros mismos, lo cual significa que debemos identificarnos con nuestro estado de vida, renunciar a los gustos y tendencias no evangélicas, superar dificultades, tentaciones… • Reconciliarnos con los demás. La reconciliación que nos pide el Señor ha de ser también reconciliación con los demás. Estemos siempre dispuestos a perdonar y a dar la mano al que lo necesite. No levantemos muros entre los hombres porque nos separan y nos dividen. No devolvamos nunca mal por mal, sino hagamos siempre el bien a todos. Compartamos nuestros bienes con los necesitados. Que no se ponga nunca el sol sobre nuestro enojo. “Amemos a todos, también a los enemigos”, como nos dijo Jesús. Hermanos y amigos no reduzcamos la Cuaresma a unas prácticas religiosas ni a unos ejercicios piadosos ni a unas limosnas…Todo esto es bueno, pero es insuficiente. Esto podría llevarnos a olvidar lo esencial de la cuaresma, sin vivirlo. Nuestra Cuaresma es una preparación para la Pascua del Señor que en su pasión más que en toda su vida, se revela y se manifiesta como el Hijo que se confía totalmente a su Padre, su único apoyo, su sola recompensa: “yo entrego mi vida entre tus manos”. Es necesario que nosotros orientemos bien la cuaresma para vivirla de forma adecuada y auténtica y para ayudar a otros a vivirla de esta manera. Ante todo hemos de volver nuestro corazón y nuestra vida al Padre; es necesario poner nuestro ser, nuestra vida, entre sus manos compasivas y misericordiosas; es necesario encontrar nuestra alegría y nuestro gozo en vivir siempre en Dios, en apoyarnos en Él, en contar siempre y totalmente con Dios; es preciso entregar la vida por los demás como hizo Jesucristo. ¡Ánimo! ¡Adelante! Iniciemos y vivamos con entusiasmo y profundidad este camino cuaresmal que nos llevará a la Montaña Santa de la Pascua. Renovemos nuestra adhesión a Jesucristo, que Él transforme nuestra vida haciéndola más auténtica y nos haga testigos valientes de su Presencia en medio del mundo que nos toca vivir. Adolfo Álvarez. Sacerdote